
David Pavón-Cuéllar
Marcos y López Obrador nos dicen cada uno la verdad que el otro calla, pero diciéndola del único modo posible para Lacan, a medias, en una estructura de ficción. López Obrador nos hace imaginar que nada es ya igual, que todo ha cambiado, al revelarnos todo lo que sí ha cambiado como si fuera todo lo que hay, con lo que nos oculta lo que sigue igual, el dinosaurio que aún está ahí, la serpiente que no es otra después de su cambio de piel. Esto es lo que Marcos nos recuerda, pero extraviándonos con otra ficción, pues López Obrador no es la serpiente ni condensa los atributos negativos de sus predecesores. De ser así, habríamos tenido matanzas de manifestantes como con Díaz Ordaz, una sangrienta guerra sucia contra opositores como la de Echeverría, crisis y devaluaciones como con López Portillo y De la Madrid, una ola de privatizaciones y centenares de zapatistas asesinados como con Salinas, un Acteal y una agudización de la pobreza como con Zedillo, un distanciamiento de América Latina como el de Fox, un aumento exponencial de la violencia criminal como en tiempos de Calderón y otro Ayotzinapa como el de Peña Nieto.
Algo cambió, pero no todo, lo que no significa, desde luego, que todo siga igual. Para conocer aquí la verdad, hay que escuchar y tomar en serio a Marcos y a López Obrador, a los dos y no sólo a uno, pues cada uno miente sin la rectificación del otro. El problema no es que mientan al decir la verdad, sino que nos dejemos engañar al escuchar la mentira sin la verdad, lo que nos ocurre por creer sólo en uno y no en el otro. Concluimos entonces que todo cambió para mejor, o que todo sigue igual o peor, y de paso descalificamos y despreciamos a quienes creen lo contrario, quienes respaldan la voz que nos dice una verdad que no queremos escuchar, sin importar que sean compañerxs de izquierda, miles de indígenas de las bases del EZLN o millones de votantes de Morena.