
Intervención del lunes 12 de agosto en el 21º Taller Estatal de la Educadora y del Educador Popular, organizado por la Sección XVIII de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Morelia, Michoacán, México
David Pavón-Cuéllar
El capital en el mundo
Vivimos en un mundo capitalista. El capitalismo gobierna, organiza y administra nuestras vidas. Cuando creemos hacer algo por nosotras y nosotros, en realidad lo estamos haciendo por el capital y para el capital, para que el capital siga reproduciéndose, acumulándose, reforzándose y expandiéndose.
El capital se beneficia con todo o casi todo lo que somos, hacemos, experimentamos, poseemos, consumimos y habitamos. Cuando compramos nuestros alimentos en el supermercado, generamos beneficios para el capital de la industria alimentaria y de la gran distribución. El capital de la manufactura textil y vestimentaria se enriquece con lo que vestimos. Nuestras enfermedades son rentabilizadas por el gran capital farmacéutico. El capital de la industria cultural, tecnológica, mediática y de comunicaciones lucra y prospera gracias a nuestra necesidad de educarnos, divertirnos, informarnos y comunicarnos unos con otros. Nuestros desplazamientos son explotados por la industria automotriz y del transporte. En cuanto a la industria química, sus beneficios provienen de nuestra adquisición y utilización de sus innumerables productos, entre ellos aquellos con los que nos lavamos, limpiamos y pintamos nuestras casas.
Nuestros lugares, medios y accesorios de vida son eslabones del proceso de acumulación capitalista. El capitalismo los configura no del modo más útil o agradable para nosotras y nosotros, sino del modo más lucrativo y rentable para el capital. Es en función de este capital que se constituye lo que vivimos, lo cual, por ello, se vive en provecho del capital y frecuentemente a costa de nosotras y nosotros.
Karl Marx nos ha enseñado cómo nuestra vida misma es dominada y explotada por el capital. Es dominada y explotada fundamentalmente como fuerza de trabajo, como fuerza de producción, pero también cada vez más como fuerza de consumo y de reproducción, de expresión y comunicación, de transmisión y educación, de justificación y legitimación, de mistificación e ideologización, e incluso de represión, contención, dominación y explotación. El explotador es él mismo explotado por el capital: explotado precisamente para explotar, como lo reconoce Marx al despersonalizar lo que analiza, concibiendo al capitalista como una pura personificación del capital. De igual modo, como nos lo enseña Michel Foucault, otros sujetos son explotados para dominar, vigilar y disciplinar e ideologizar. Es el caso, respectivamente, de los gobernantes que nos dominan, los policías que nos vigilan y las maestras y los maestros que nos han disciplinado e ideologizado.
Disciplina e ideología en el aula
En lo que se refiere a los maestros, pueden ser explotados, entonces, en primer lugar, para disciplinar, para constituir a sujetos disciplinados, es decir, sujetos dóciles y sumisos, explotables y dominables, posibilitándose así la dominación y la explotación, y, a través de ellas, la reproducción del capitalismo. Los maestros pueden ser también explotados, en segundo lugar, para dar voz al sistema capitalista, para expresarlo y comunicarlo, para justificarlo y legitimarlo ante sus estudiantes, para transmitirles ideas favorables al capitalismo. En este caso, los maestros están siendo explotados para ideologizar a los estudiantes, para mistificar el mundo en el que habitan, para introducirlos en el mundo capitalista mistificado en el que habrán de quedar irremediablemente atrapados.
Tenemos entonces dos funciones fundamentales de los maestros en el capitalismo. Una es la función ideológica, destacada en la tradición marxista por autores bien conocidos como Aníbal Ponce y Peter McLaren. La otra función es la disciplinaria, enfatizada por Stephen Ball y otros pensadores adscritos a la corriente foucaultiana.
En realidad, las dos funciones disciplinaria e ideológica resultan indisociables y son reconocidas como tales, como indisociables, tanto por Marx como por Foucault, aunque de formas completamente diferentes. A Foucault no le gusta el concepto de ideología, pero podemos decir que su ecuación de saber-poder anuda inextricablemente lo ideológico del saber con lo micropolítico de un poder como el disciplinario. En Marx, la disciplina y la ideología corresponden a dos niveles inseparables de la dominación, respectivamente el existencial y el consciente, el corporal y el espiritual, el material y el ideal, el básico-infraestructural y el superestructural.
El caso ejemplar de la educación bancaria
El carácter indisociable de la ideología y de la disciplina puede apreciarse en diversos procesos, métodos y modelos educativos. En el modelo bancario criticado por Paulo Freire, por ejemplo, el elemento disciplinario interviene a través de la reducción de los estudiantes a la pasividad y la docilidad por las que se les convierte en vasijas, contenedores o receptáculos en los que se depositan informaciones, pero las informaciones que se depositan son de índole ideológica. Desde luego que las informaciones pueden ser exactas e incluso científicas en su contenido, pero el problema radica en su forma, en su forma ideológica. La ideología, en efecto, se delata en su forma cosificada, opaca, inconsciente y solamente memorizable, pasivamente asimilable.
Aunque los datos que se depositen en las víctimas de la educación bancaria puedan corresponder a la realidad, es posible también que difieran de ella, pues no implican al sujeto ni su relación con el mundo. Es por esto que son ideología, entendiendo la ideología como aquello en lo que falta la verdad tal como fue definida por el psicoanalista francés Jacques Lacan. En sentido lacaniano, los datos de la educación bancaria son ideológicos en su enunciación, independientemente de lo que enuncian, porque no tienen una verdad intrínseca, un fundamento manifiesto en el sujeto y en su vida, en su experiencia y en sus deseos, en sus intereses y en su inserción en la sociedad y en la historia.
Los datos de la educación bancaria carecen de validez vital-subjetiva y sociohistórica. Es por esto mismo que son ideología. Son ideología cuya simple absorción puede preparar y condicionar al estudiante para su futura absorción de los innumerables productos ideológicos del capitalismo, desde las noticias tendenciosas hasta las publicidades tramposas y los elíxires pseudocientíficos, pasando por la demagogia de la política burguesa liberal y los delirios paranoicos de la nueva ultraderecha conspiracionista.
Es revelador que la ideología que reina en la sociedad tenga la forma de los datos que se depositan en los estudiantes a través de la educación bancaria. El depósito de estos datos permite formar disciplinariamente a los futuros consumidores de ideología. Permítanme insistir en que, lo mismo que los productos ideológicos, los datos de la educación bancaria pueden ser falsos o exactos. Da igual mientras se asimilen irreflexivamente. Más que un auténtico saber necesariamente reflexivo, lo que hay aquí es un cúmulo ideológico de aquellos datos y aquellas informaciones que no dejan de ganar terreno actualmente a costa de los auténticos saberes y conocimientos.
Para saber y conocer algo de la verdad, hay que reflexionar conscientemente y autoconscientemente, mientras que para absorber los torrentes informacionales que circulan en la educación formal bancaria o en la educación informal por internet, basta dejarse impregnar por lo que se ve o se escucha, memorizándolo de modo inconsciente, irreflexivo, pasivo, dócil, disciplinado. Basta disciplinarse para ser bien receptivo a la ideología. Basta ser un receptor de los datos con su componente ideológico: un receptor cuya disciplina ante la pantalla del celular o de la computadora es comparable a la deseada para los estudiantes en la educación bancaria, en la cual, por cierto, el maestro puede perfectamente ser suplantado por una pantalla.
Otros aprendizajes para el capitalismo
Si una pantalla de celular o computadora puede sustituir a un maestro, esto quiere decir que tal maestro es tan funcional para el capitalismo como lo es la pantalla. Esta funcionalidad, funcionalidad ideológica y disciplinaria, se manifiesta en la educación bancaria, pero también de otros modos. Pensemos, por ejemplo, en la obsesión por las calificaciones más que por el aprendizaje, por las evaluaciones cuantitativas más que por el saber cualitativo evaluado cuantitativamente. Esta obsesión está ideologizando y disciplinando al estudiante, preparándolo para la ideología y la disciplina de una contabilidad capitalista en la que predomina cada vez más lo cuantitativo del dinero sobre lo cualitativo de la realidad, es decir, de modo más preciso, el valor de cambio sobre lo valorizado y sobre su valor intrínseco, el valor de uso.
El reino aritmético del dinero en el capitalismo, reino de salarios, precios e intereses, tan sólo puede funcionar porque se inculca en la disciplina escolar mediante el reino aritmético de las calificaciones, de los promedios, coeficientes, puntos, faltas y presencias. Este reino aritmético no disciplina tan sólo a los estudiantes para lidiar con el acentuado funcionamiento cuantitativo-numérico del capitalismo, sino también con su aspecto fetichista ideológico de mistificación y simulación en el que las cosas no son jamás exactamente lo que son. El éxito en la sociedad capitalista depende mucho de la doble capacidad para obtener económicamente menos por más, ganando así un plusvalor, y para concretar y capitalizar la ganancia, vendiéndose al mejor precio al publicitarse de la mejor manera. Esto es algo que se aprende también en la escuela y que resulta crucial para un proceso capitalista centrado en el plusvalor, en el excedente, en la ganancia, en la capitalización.
Otro aprendizaje escolar decisivo para el funcionamiento del capitalismo es la resignada aceptación contemplativa de la realidad sociocultural que se conoce. Esta realidad, en el mejor de los casos, debe ser disciplinadamente estudiada, conceptualizada, comprendida y aprendida. Se admite, a lo sumo, que sea modificada puntualmente, pero se excluye de modo ideológico y disciplinario que pueda ser globalmente perturbada, radicalmente subvertida y transformada en un sentido revolucionario.
La transformación radical y revolucionaria de la realidad sociocultural es el mayor de los riesgos para el sistema capitalista que se despliega en ella. Este riesgo es conjurado por todos los medios. Uno de ellos es la educación, específicamente la educación en la que sigue prevaleciendo una orientación ideológica positivista, una orientación hacia la afirmación y reafirmación positiva de la realidad sociocultural que se conoce, la realidad con su orden establecido, un orden capitalista. Esta afirmación y reafirmación posibilita evidentemente la reproducción de lo que se afirma y reafirma, de la realidad sociocultural y de su orden capitalista.
Lucha y enseñanza
Para no contribuir a reproducir el capitalismo, los maestros pueden enseñar a no sólo afirmar y reafirmar positivamente la realidad sociocultural. Pueden enseñar a negarla y renegar de ella, discrepar de ella y luchar por transformarla, revelando así ni más ni menos que su carácter político e histórico. Todo esto debería ser enseñado a los estudiantes, y la mejor manera de enseñarlo es, desde luego, predicándolo con el ejemplo, con el ejemplo de lucha, de lucha en las calles y en las organizaciones sindicales, mediante marchas y asambleas, huelgas y bloqueos, pancartas y consignas.
Como bien lo dice una célebre consigna, el maestro, luchando, también está enseñando. Está enseñando, enseñándonos, que la realidad sociocultural es también una realidad histórica y política. Está enseñándonos que podemos luchar para transformarla y que no estamos condenados a sólo trabajar para estudiarla. Está enseñándonos que el capitalismo no es tan sólo algo que debamos conocer y a lo que debamos adaptarnos pasivamente, sino algo de lo que podemos discrepar y que podemos esforzarnos en subvertir mediante nuestras luchas colectivas.
Además del ejemplo de nuestras luchas colectivas, nuestro esfuerzo para subvertir el capitalismo puede canalizarse también a través del aula, convirtiendo la enseñanza en una lucha. Digamos, invirtiendo la consigna, que el maestro, enseñando, también puede estar luchando. Puede estar luchando, por ejemplo, al evitar sesgos ideológico-disciplinarios funcionales para el capital como los cuatro que aquí he analizado: la educación bancaria, el fetichismo de las calificaciones, la enseñanza de la simulación y la reafirmación positivista de la realidad.
Matices y concesiones
Evitar sesgos como los mencionados puede ser muy difícil. De hecho, tratándose de sesgos fundamentalmente estructurales y sólo derivativamente personales, evitarlos por completo es imposible. Quizás también sea indeseable, indeseable incluso para nuestra lucha contra el capitalismo, pues los estudiantes, de ser futuros anticapitalistas, deberán conocer bien la ideología contra la que habrán de luchar, conociéndola en carne propia mediante su incorporación disciplinaria.
Además, como ya lo constataba Immanuel Kant en su tiempo, la disciplina es indispensable incluso para sublevarse contra ella. Su ausencia puede ser fatal para nuestras luchas contra el capitalismo, como lo ha mostrado magistralmente Herbert Marcuse a través de su análisis de formas represivas de liberación y desublimación. Digamos que alguien totalmente indisciplinado y desideologizado es presa más fácil de la dominación capitalista, pues carece de recursos disciplinarios e ideológicos para defenderse contra ella.
Desde luego que la disciplina y la ideología que necesitamos para luchar contra el capitalismo son diferentes de aquellas con las que lo reproducimos. Sin embargo, en la base de la diferencia e incluso de la contradicción, hay una identidad estructural. Es en la estructura capitalista, en ella y con ella, que podemos luchar contra el capital.
No podemos salir del capitalismo para luchar contra él desde su exterior. No hay exterior, no hay metalenguaje, no hay Otro del Otro, como diría Lacan. Desde la perspectiva lacaniana, comprendemos también que estamos condenados a dividirnos, desgarrarnos, al debatirnos contra nosotros mismos, contra nosotras mismas. No puede haber ni docente ni docencia que sean monolíticamente anticapitalistas.