Psicología de amos y análisis de esclavos

Featured image Presentación del libro Lacan, discurso, acontecimiento: nuevos análisis de la indeterminación textual (publicado en inglés por Routledge y en español por Plaza y Valdés), los días lunes 23 de marzo 2015 en el auditorio de la Facultad de Psicología de la UMSNH (Morelia), martes 24 de marzo en el auditorio Adolfo Chacón Gallardo de la Facultad de Psicología de la UAQ (Querétaro) y miércoles 25 de marzo en el auditorio Luis Lara Tapia de la Facultad de Psicología de la UNAM (Ciudad de México). Se contó con la participación de Ian Parker en las tres presentaciones. También participaron Javier Dosil y Alfredo Huerta en la UMSNH, Raquel Ribeiro, Isaí Soto, Gregorio Iglesias, Carlos García y Tania González en la UAQ, y Néstor Braunstein y Ricardo García en la UNAM. David Pavón-Cuéllar

Introducción: método anti-psicológico para la psicología 

Hay al menos dos grandes motivaciones anudadas en el origen de nuestro libro. Una de ellas es el deseo de hacerles un regalo maldito a nuestros colegas psicólogos. Les obsequiamos una canasta de recursos teóricos lacanianos para que sean utilizados en la psicología, pero nos aseguramos de que estos recursos no puedan ser psicologizados ni pierdan su carácter anti-psicológico. Lo que ofrecemos, en otras palabras, es un método que no pueda servirle a la psicología sin cuestionarla, que no pueda ser útil sin ser perturbador, que no pueda ser analítico y crítico sin ser autocrítico y reflexivo.

Evidentemente nuestro método no obedece a un deseo perverso de hostigar a los psicólogos ni mucho menos a una intención de favorecer al bando psicoanalítico en su eterna lucha contra el bando psicológico. No pienso traicionar el pensamiento de Ian Parker al decir que desconfiamos tanto del psicoanálisis como de la psicología, y si en algún momento cuestionamos la psicología, lo hacemos como psicólogos, y no lo hacemos por el gusto de hacerlo, sino porque pensamos que la psicología puede llegar a cumplir funciones que se oponen a nuestra posición en ciertas luchas políticas. Es por estas luchas, por ellas y por el papel de la psicología en ellas, que desarrollamos un método que ciertamente desafía la teoría psicológica.

Digamos que nuestra crítica teórica estuvo también motivada por cierto proyecto de práctica política. Esto nos hace llegar a la segunda gran motivación de nuestro libro, la cual, de hecho, está en el fundamento de la primera motivación. El propósito de crítica teórica, en efecto, está fundado en un objetivo de práctica política. Me refiero a nuestro deseo impaciente del acontecimiento, de la ruptura histórica, de la transformación radical de la sociedad.

Acontecimiento 

El acontecimiento da un sentido al análisis. ¿Para qué nos molestaríamos en describir analíticamente un texto, una tarea bastante árida en sí misma, si no fuera para transformar al menos algo en el mundo? El fin transformador no sólo sirve para evitar el aburrimiento de un análisis de discurso limitado a la reproducción parafrástica y tautológica de lo analizado, sino que también permite conjurar los peligros de un trabajo analítico cerrado al acontecimiento.

Estoy pensando particularmente en la responsabilidad criminal del mundo académico en la reproducción de nuestro mundo injusto en que vivimos. Por un lado, al describir este mundo una y otra vez, los buenos investigadores lo vuelven cada vez más banal y natural, nos acostumbran a él, hacen que su horror deje de sorprendernos y sublevarnos, y es así como lo fortalecen, le dan cada vez más consistencia y realidad, contribuyen a que olvidemos que todo podría ser diferente y hacen que lo que es se desarrolle a costa de lo que podría ser. Por otro lado, al comprender este mundo injusto, los investigadores, en cierto modo, justifican su injusticia, lo vuelven comprensible, imprimen cierta racionalidad en él y así hacen que pase desapercibido su carácter absurdo, irracional, incomprensible, injustificado, inadmisible.

Negándose a comprender y diferenciándose así del análisis de contenido, nuestro análisis lacaniano de discurso está negándose a cumplir con la función académica de comprender lo incomprensible, racionalizar lo irracional, justificar lo injustificable, perdonar lo imperdonable. Al mismo tiempo, al no limitarse a describir y al deslindarse así del análisis convencional de discurso, nuestro método crítico está optando por la transformación en lugar de la reproducción, por la función revolucionaria y no por la conservadora, por la apertura y no la cerrazón hacia el acontecimiento.

No hay metalenguaje 

Nuestro análisis pretende abrirse al acontecimiento. ¿Y cómo lo hace? De muy diversas maneras, pero ahora me gustaría sólo referirme a una de ellas, a saber, la exclusión de cualquier posible metalenguaje. Esto supone, en la teoría lacaniana, que sólo hay un lenguaje, y que no podemos ubicarnos fuera de él, en un metalenguaje, para analizar alguna de sus manifestaciones discursivas. El discurso analizado no puede objetivarse ni analizarse objetivamente desde el exterior, pues tal exterior no existe.

No hay manera de situarse al exterior del sistema económico y de su estructura ideológica. El capitalismo no termina en las puertas del mundo universitario, sino que se continúa en su interior. Los pasillos universitarios son una continuación de las calles en las que se vive y se circula, se protesta y se reprime. Estamos en la misma sociedad. No hay discontinuidad entre las plazas públicas y los auditorios universitarios.

Por más autónoma que sea o pretenda ser la universidad, nuestros cubículos y salones de clase no están fuera del mundo en que vivimos. Este mundo injusto, este único lenguaje con sus manifestaciones discursivas, no puede analizarse desde un exterior académico, sino sólo desde su propio interior, desde una posición específica en él: una posición histórica, económica y política, social y cultural. Ya estamos posicionados en el mundo y nuestro análisis está situado en el mismo nivel que lo analizado. Nuestro análisis es también un discurso y no puede ser únicamente científico, sino que es también ideológico y político.

Nuestro análisis es un discurso analizante que puede lidiar con el discurso analizado, luchar contra él o aliarse a él, profundizarlo o completarlo, cuestionarlo o radicalizarlo, pero no distanciarse de él para observarlo, escudriñarlo, retratarlo, describirlo y comprenderlo. No podemos aspirar a ninguna clase de neutralidad, objetividad o verdad entendida como correspondencia con la realidad. Nuestra verdad forma parte de la misma realidad, y como todo lo que hay en esta realidad, sólo puede verificarse por su fuerza o por su poder, por sus efectos reales y no por su adecuada representación o descripción de la realidad. Es por esto, precisamente por esto, que nuestro análisis no puede resignarse a ser descriptivo, sino que debe aspirar a ser transformador. Tan sólo al transformar, al tener ciertos efectos, podrá llegar a demostrar su verdad. En el momento del análisis, esta verdad aún está pendiente. Le falta su verificación futura. De ahí que la verdad, en su concepción lacaniana, solamente pueda llegar a decirse a medias. La mitad faltante estriba en lo que no es ni ha sido, pero habrá sido retroactivamente gracias al análisis acertado.

El análisis tan sólo acierta cuando sabe cómo adecuarse a la realidad, operar en el único lenguaje sin metalenguaje y acoplarse a su estructura para conseguir la transformación en la que estriba su efectividad y su veracidad. Esto le exige al discurso analizante retomar escrupulosamente el discurso analizado para intervenir de la mejor manera en el campo de batalla del lenguaje, de la política y la ideología. Hemos conocido intervenciones magistrales de esta clase en la historia reciente de México. Permítanme referirme a una de ellas.

Fox y Peña Nieto 

En diciembre 2014, durante su visita oficial a Guerrero, Enrique Peña Nieto exhorta literalmente a los familiares de los 43 normalistas desaparecidos a que ya “superen el momento de dolor”. Estas palabras desencadenan una avalancha de reacciones en las redes sociales. En una suerte de análisis de contenido psicológico, se denuncian masivamente los sentimientos y rasgos de personalidad que se atribuyen a nuestro presidente: su hastío, su estúpida insensibilidad, su petulante desprecio hacia los de abajo, su crueldad sádica y su autoritarismo psicopático, perverso, que le hace querer decidir hasta en los sentimientos de sus propias víctimas.

En el centro de tanta buena psicología popular, aparece también el hashtag #YaSuperenlo, el cual, en sí mismo, constituye un valioso análisis de discurso que se atiene a las palabras literales para poner en evidencia todo lo que implican. Ya no intentamos entender el significado, sino que nos damos una ocasión para explicar el significante: superen el momento de dolor, supérenlo, ya supérenlo. Quizá esto no fuera lo que Peña Nieto quiso decir, pero sí fue lo que dijo y lo que escuchamos, lo que resonó y lo que se criticó en las redes sociales.

Me atrevo a decir que el #YaSuperenlo es un caso paradigmático de análisis lacaniano de discurso, no sólo por la manera en que procede al posicionarse y enfrentar sin mediaciones la palabra textual, sino también por lo que busca provocar, el desenmascaramiento del amo, la división del gran Otro, la emergencia de su deseo, la irrupción de la verdad en el nivel de la enunciación y no del enunciado. Todo esto es lo que se provoca desde tiempos inmemoriales cuando las palabras de los tiranos, de los amos y señores, son escuchadas por los mejores analistas de discurso, por quienes tienen los oídos más agudos, los que no tienen sus canales auditivos obstruidos por su poder, los esclavos y los siervos, las masas oprimidas y marginadas, los niños y los estudiantes, los pueblos colonizados, los locos, las mujeres con el sexto sentido que les permite conocer tan bien todo lo que deben obedecer.

Los dominados no dejan de hacer lo que nosotros pretendemos formalizar en el análisis lacaniano de discurso. Nosotros, académicos, tan sólo podemos tomar la estafeta y continuar lo que han venido haciendo nuestros compañeros y compañeras de lucha con el único recurso del que ellas y ellos y nosotros disponemos: un único lenguaje ideológico-político sin metalenguaje científico-académico. El método será el mismo, pero justificado teóricamente y afinado conceptualmente, aunque también quizás, en algunos casos, reconducido a las batallas particulares a las que nos enfrentamos en el campo académico.

Psicologías 

Por ejemplo, cuando llevamos las palabras de Peña Nieto a nuestra batalla en la trinchera de la psicología crítica, podremos emplear nuestro análisis lacaniano de discurso para mostrar cómo la exhortación textual a “superar el momento de dolor” es un buen ejemplo de psicologización de la realidad. En el discurso de Peña Nieto, el crimen de Estado, los asesinatos y desapariciones, se ve simpáticamente psicologizado, reducido a un estado mental, a un sentimiento momentáneo, a un “momento de dolor”. Es como si todo hubiera ocurrido en la cabeza, lo cual, por cierto, fue confirmado por otro aprendiz de psicólogo, Vicente Fox, quien recientemente le explicó a los familiares de los normalistas, con el mismo tono autoritario, que “no podían vivir eternamente con ese problema en su cabeza”.

Puesto que todo ocurrió aparentemente en la cabeza de los familiares de los normalistas, ahora entendemos quizá mejor por qué han desaparecido los 43. Han de estar bien escondidos en las circunvoluciones cerebrales o en los laberintos mentales de sus familiares. Es un “problema en la cabeza”, como dice Fox, y por lo tanto deberíamos dejar que fuera solucionado por los especialistas de la cabeza, por las psicólogas y los psicólogos, y no por los policías honestos, que de cualquier modo no los hay en México, ni por los luchadores sociales, que andan buscando afuera lo que sólo está dentro de ciertas cabezas.

Según la psicología de Fox y de Peña Nieto, el Estado mexicano sólo es culpable de hacer pasar un “momento de dolor” y de causar un “problema en la cabeza”. No hubo nada más. No hubo ni seis asesinatos ni un desollamiento ni 43 desapariciones forzadas. No hubo este crimen sistemáticamente realizado por nuestro narcogobierno, con monitoreo constante de la Procuraduría General de la República y con la confirmada complicidad de los militares y participación activa de policías federales y no sólo municipales. Todo esto no ocurrió. Fue sólo una pesadilla o un delirio en las cabezas de los familiares. Fue únicamente un problema psicológico, un problema en la cabeza, un momento de dolor.

Conclusión: aficionados y profesionales de la psicología

Espero que mi esbozo de análisis, además de ilustrar un aspecto puntual de nuestro método, haya mostrado el riesgo de complicidad entre la psicología y los poderes que nos gobiernan. Me permitiré subrayar, para concluir, que la psicologización de los problemas económicos y sociales, convertidos en momentos de dolor u otros problemas en la cabeza, no sólo sucede en el Cártel de Los Pinos, sino que es una constante en las facultades de psicología de todo el mundo. Los psicólogos profesionales, con su autoridad científica y académica, legitiman así las justificaciones psicológicas de gente de la calaña de Fox y Peña Nieto. Ésta es tan sólo una de las razones por las cuales Ian Parker y yo, junto con los demás colaboradores y colaboradoras de nuestro libro, hemos querido hacer un regalo maldito a la disciplina psicológica.

La psicología se ha caracterizado tradicionalmente por tener una muy buena relación con las clases dominantes. Estas clases, como ya lo notaba Plejánov hace más de un siglo y como sigue notándolo Ian Parker hoy en día, siempre han sido aficionadas a la psicología. Siempre han mostrado una suerte de aptitud psicológica seguramente favorecida por su dedicación casi exclusiva al trabajo intelectual, su falta de experiencia en el trabajo manual, su desconocimiento de las necesidades corporales primarias y su distancia con respecto a todo lo que ocurre fuera de sus cabezas. Las clases dominantes siempre han tenido tiempo de repasar cada una de sus acciones y reacciones, preocuparse por sus interacciones y comunicaciones, y escudriñar su alma, sus ideas, sus pensamientos y sentimientos, sus deseos y aspiraciones, sus emociones y sus demás estados de ánimo. Quienes dominan siempre han hecho así aquello mismo en lo que se especializan los psicólogos. Así como este lujo de amos es la actividad principal de la psicología dominante, así nuestro análisis lacaniano de discurso, como lo hemos visto, pretende ofrecer algunas estrategias de esclavo a la psicología crítica. Se trata, en definitiva, de llevar un poco de lucha de clases al interior del ámbito de la psicología.

Psicología y responsabilidad social: de la publicidad empresarial a la reflexión universitaria

Intervención en la segunda sesión de la Cátedra de Psicología «Dra Julieta Heres Pulido», sobre Psicología y Responsabilidad Social Universitaria, del Consorcio de Universidades Mexicanas (CUMEX), el lunes 3 de noviembre 2014, en Morelia, Michoacán, México

David Pavón-Cuéllar

Se me ha pedido que hable sobre la responsabilidad social de los psicólogos y de las facultades o escuelas de psicología. Me permitiré puntualizar y problematizar el asunto. Me preguntaré qué hacer con aquello que ahora se llama “responsabilidad social” cuando uno es, como yo, docente de una facultad de psicología en una universidad pública latinoamericana y específicamente mexicana.

En mi opinión, como universitario que soy, pienso que debo evitar utilizar irreflexivamente cualquier concepto, incluido el de “responsabilidad social”. Esta utilización irreflexiva se le puede perdonar a un psicólogo profesional o técnico, pero no a un académico, por más que la profesionalización y tecnificación de la disciplina tiendan a inhibir la reflexión en el ámbito universitario. Si creo en el valor de la reflexividad académica, entonces no podré servirme del concepto de “responsabilidad social” sin reflexionar sobre él y plantear una serie de cuestiones relativas a su origen, su empleo y sus posibles implicaciones.

En lo que se refiere al origen de la “responsabilidad social”, debe considerarse que se trata de un concepto forjado en el ámbito privado empresarial. Desde luego que esta circunstancia no es razón suficiente para descartar el concepto, pero sí debe hacer que seamos cautos al emplearlo y que nos interesemos en las funciones que ha desempeñado ahí en donde se inventó. No debemos olvidar que los conceptos responden a las necesidades internas de la esfera en la que se crean.

Al surgir en empresas privadas, el concepto de “responsabilidad social” ha obedecido a lógicas diferentes de las que deberían imperar en la universidad pública. Y esas lógicas podrían ser vehiculadas por el concepto. La “responsabilidad social”, como cualquier otro concepto importado, puede ser un Caballo de Troya que termine contribuyendo a la ya de por sí preocupante invasión de la ideología neoliberal en las universidades públicas.

El peligro concreto es que nuestro ámbito público universitario se vea contaminado y degradado por lógicas privadas empresariales en las cuales, por ejemplo, la responsabilidad social puede no ser más que una estrategia publicitaria para adquirir una imagen más atractiva en el mercado. Sabemos, en efecto, que la empresa privada puede presentarse como socialmente responsable para vender mejor sus productos al competir contra otras empresas. Es exactamente así como la etiqueta de “responsabilidad social” está funcionando en ciertas universidades públicas para conseguir más recursos y posicionarse mejor en la mezquina competencia por el reparto del presupuesto. El ámbito educativo termina convertido en mercado.

Si piensan que estoy exagerando, les contaré que hace unos meses, en una reunión universitaria de mi comisión académica, se nos dijo que ahora debíamos hablar de “responsabilidad social” para poder bajar recursos. El concepto está funcionando aquí exactamente como lo hacía en el ámbito empresarial del que proviene. Se trata de una simple estrategia publicitaria para persuadir al comprador, a quien habrá de comprar el producto o el proyecto que le vendemos, es decir, en este caso, los funcionarios que toman decisiones respecto a las aportaciones de recursos. Es por eso que digo que la universidad termina convertida en mercado, lo cual, desde luego, no debe achacarse a la “responsabilidad social” como tal, sino a la manipulación viciosa del concepto. El problema es que esta manipulación viciosa corresponde precisamente al funcionamiento de la esfera de procedencia del concepto. La “responsabilidad social” proviene del mercado y quizá no debiera sorprendernos que acabe desembocando en el mercado.

Lo extraño es que vayamos a buscar al mercado conceptos que nosotros mismos, como universitarios, deberíamos generar. Me preocupa que la universidad, que debería ser productora de ideas, acabe siendo consumidora de nociones producidas en una esfera tan profundamente ideologizada como es la del mundo empresarial. Además de exhibirse la alarmante influencia que este mundo empresarial puede llegar a ejercer en el ámbito académico, me temo que se está revelando aquí la falta de productividad conceptual de la universidad.

Ahora bien, además de mostrar nuestra esterilidad como productores de ideas, pienso que estamos delatando nuestra inconciencia como consumidores de ideas. Quiero decir que nos tragamos el concepto de “responsabilidad social” sin detenernos en sus ingredientes, igual que los mexicanos que usan la Salsa Tabasco sin saber que sus chiles vienen de México. Así como los chiles de la salsa estadounidense fueron cultivados por los mexicanos que luego consumen la salsa, así también los elementos constitutivos de la “responsabilidad social” han sido siempre cultivados por quienes luego se convierten en consumidores inconscientes del producto.

No es preciso recordar que los académicos e intelectuales hablamos de responsabilidad y de sociedad desde hace ya varios siglos. Hay una larga acumulación de especulaciones, discusiones e investigaciones filosóficas, politológicas, antropológicas, sociológicas y jurídicas que ahora olvidamos al emplear el concepto. Es como si no hubieran existido. Esta amnesia es también alarmante. ¿Cómo los universitarios podemos aceptar con entusiasmo una consigna o un eslogan aparentemente nuevo sin antes discutir y examinar detenidamente sus partes constitutivas?

¿De qué responsabilidad estamos hablando? ¿Y a qué sociedad nos referimos? Nada menos claro cuando reivindicamos la “responsabilidad social”. Nuestro empleo del concepto resulta muy ingenuo para quien esté mínimamente curtido en los debates que han rodeado a nociones centrales como las de “sociedad” y “responsabilidad”. Estas nociones deberían ser manejadas con mayor circunspección y deliberación. De lo contrario, nos exponemos a una serie de peligros sobre los que deseo atraer su atención. Me referiré aquí a doce peligros que alcanzo a vislumbrar.

Cuando hablamos de responsabilidad social, ¿qué sentido estamos dando a lo social? Para empezar, ¿pensamos acaso en la sociedad global o en una sociedad nacional o quizás en una local o regional? Esto debe aclararse, porque si yo soy responsable con respecto a la sociedad global puede ser que sea irresponsable con la sociedad mexicana o latinoamericana, y viceversa. En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, un soldado nazi podría criticarles irresponsabilidad social a los comunistas desertores, y tendría la razón desde su punto de vista, que es el de cierta sociedad alemana.  Pero los desertores, en la perspectiva internacionalista, le criticarían falta de responsabilidad al soldado movilizado, y también tendrían la razón.

Una vez que hayamos identificado la sociedad con respecto a la cual habremos de responsabilizarnos, habrá que enfrentarse a quienes, como yo, consideran que lo social no existe como tal, que la sociedad está siempre disociada, que sólo consiste en una apariencia ideológica de unidad con la que se oculta la disociación de clases en su interior. Desde este punto de vista, que es el mío, responsabilizarnos con una sociedad es responsabilizarnos con la clase dominante que nos hace imaginar que existe dicha sociedad. Esta “responsabilidad social” puede posibilitar que se perpetúe cierta forma de opresión y explotación que tal vez desaparecería si nos permitiéramos ser un poco más irresponsables. Hay que alegrarnos, por ejemplo, de que la aristocracia francesa terminara siendo tan socialmente irresponsable como lo fue en la segunda mitad del siglo XVIII, pues esa irresponsabilidad social permitió agravar las contradicciones que estallaron en la Revolución Francesa.

El ejemplo de la Revolución Francesa me permite pasar a un tercer peligro que encuentro en el empleo ciego del concepto de responsabilidad social. Cuando no contextualizamos históricamente su empleo, existe el riesgo de que seamos irresponsables con el futuro por obstinarnos en asumir cierta responsabilidad con el presente. Si nos hubiéramos acercado a María Antonieta y le hubiéramos pedido que se mostrara socialmente responsable y que dejara de ser tan despilfarradora y de hacer tales fiestones memorables, y si la reina se hubiera dejado convencer, entonces habríamos evitado la revolución francesa y quizá ahora viviríamos en un mundo aún menos habitable que el que nos rodea. Seríamos irresponsables con el futuro por haber insistido en la responsabilidad con respecto a cierta sociedad y por haber permitido así que se perpetuara.

Cuando nos mostramos socialmente responsables en cierto contexto histórico, existe el riesgo de que lo perpetuemos, reduzcamos sus conflictos internos y le impidamos transformarse. Es algo, por cierto, que no dejamos de hacer los psicólogos. Esto me conduce al cuarto peligro de la responsabilidad social, y es el sentido conservador y reproductivo que suele tener, ya que se es responsable con respecto a lo que existe, es decir, con respecto a ciertas formas de existencia que tal vez deberían ser aniquiladas y superadas en lugar de ser responsablemente preservadas. La responsabilidad social tiende a ir a contracorriente del cambio, la transformación, la subversión y la revolución, por la simple razón de que no hay nada más irresponsable que una subversión o una revolución. Es claro que la responsabilidad social inhibirá esos gestos socialmente destructores a los que debemos, por cierto, mucho de lo mejor que hay en nuestro mundo.

Me parece que necesitamos de cierta irresponsabilidad y que no conviene convertir a la responsabilidad social en un valor absoluto, como lo hacen con frecuencia los promotores del concepto. He intentado mostrar que somos relativamente responsables, responsables en relación con alguien y con algo, pero esta responsabilidad siempre implica cierta irresponsabilidad. Vivimos en un mundo conflictivo, desgarrado, que nos hace pensar en un campo de batalla. En este campo, a veces debo mostrarme irresponsable con unos, en la trinchera enemiga, para ser responsable con otros en mi trinchera. Esto es así porque sólo puedo ser responsable con unos al serlo contra otros.

El aspecto esencialmente beligerante y conflictivo de nuestra vida y de nuestro mundo tiende a ser soslayado por la idea misma de “responsabilidad social”. Se es responsable hacia toda la sociedad. El concepto no toma partido por una clase contra otra, sino que es deliberadamente general y englobante. Me atrevo a decir que es un concepto pretendidamente imparcial, neutro y vacío, desprovisto de un proyecto político progresista o conservador, popular o elitista, revolucionario o reformista. Esto es inaceptable para quienes pensamos, como yo, que no hay manera de ser neutros e imparciales. Cuando pretendemos serlo, cuando no tomamos partido por algo, es porque estamos tomando partido por todo, por toda la sociedad con la que somos responsables, es decir, estamos optando por el orden establecido. Ser neutro y apartidista, para mí, es adoptar un proyecto conservador y reaccionario. He aquí un sexto peligro que nos amenaza en el concepto de responsabilidad social.

En el mejor de los casos, la responsabilidad social aparece como un sustituto edulcorado, light, artificial, de un proyecto político preciso. Este sustituto artificial es peligrosísimo para universidades, como es el caso de la Universidad Michoacana, que tienen una larga historia de compromiso militante con las clases desfavorecidas, las más oprimidas y explotadas. Al resumir nuestro compromiso político en el concepto apolítico de responsabilidad social, corremos el riesgo de perder lo más importante de lo que estamos resumiendo. Seremos amablemente responsables con esta sociedad en lugar de seguir apostando a su destrucción al mantenernos comprometidos con las clases que más sufren el peso de la sociedad.

El peligro es que el concepto de responsabilidad social puede servir como cuartada para eludir la cuestión política de nuestro posicionamiento y toma de partido. Este octavo peligro, el del apolitismo, se relaciona estrechamente con el noveno, el de caer en una concepción moralista y subjetivista, psicológica y psicologizadora, en la que se enfatizan la conciencia y la voluntad de individuos y grupos socialmente responsables, olvidándose las determinaciones objetivas estructurales, el sistema económico, la intrincada trama de las orientaciones históricas y las movilizaciones colectivas, las inevitables complicidades clasistas y los necesarios compromisos políticos. Todo esto desaparece cuando nos dejamos entusiasmar por la noción de “responsabilidad social” hasta el punto de imaginar que la solución de los grandes problemas estructurales puede llegar a depender únicamente de las buenas intenciones de individuos y de grupos, de su preocupación por el otro, de su disposición a ser socialmente responsables.

¡Como si nuestra propia responsabilidad social no pudiera ser manipulada y explotada por cierto sistema y por ciertos grupos! Éste es el décimo peligro que veo en la responsabilidad social. Cuando somos socialmente responsables, puede ser que lo seamos en perjuicio de las mayorías o de quienes más necesitan nuestra solidaridad. He conocido a bomberos españoles que perdieron su empleo remunerado gracias a las buenas intenciones de grupos de voluntarios que participaban gratuitamente en la extinción de incendios forestales. También conocí a basureros caídos en el desempleo y la miseria porque la buena gente disciplinada empezó a tirar la basura en los botes y no en las aceras.

No hay que olvidar que la responsabilidad social, como fue reconocido por el mismo Claus Offe, constituye un mecanismo disciplinario de autocontrol. Pero hablar de disciplina es hablar de poder. Hay que preguntarnos siempre, como psicólogos que somos, qué poder está ejerciéndose a través de nuestra supuesta responsabilidad social. Me atrevo a decir que siempre habrá ese poder, y al asumirlo y ocultarlo detrás de nuestra propia responsabilidad social, eximiremos y descargaremos de responsabilidad a los auténticos responsables en las altas esferas del poder político y económico. Aquí hay otro peligro, el onceavo, el de responsabilizarnos por los estragos causados por el sistema.

En lugar de luchar contra el capitalismo, nos sentimos responsables por sus víctimas e intentamos ayudarlas a través de nuestra caridad, la cual, de paso, puede servir para que las empresas socialmente responsables evadan algunos impuestos. Se nos hace también asumir la responsabilidad social de las crisis económicas y salvar a banqueros y especuladores con nuestros impuestos. Las compañías petroleras pueden ahorrarse costos de limpieza del mar cuando se cuenta con grupos de ciudadanos socialmente responsables que hacen gratuitamente una buena limpieza. Y nos encontramos finalmente con la inversión perversa, típicamente neoliberal, por la que respondemos de todos los vicios y errores de nuestros gobernantes.

Hemos llegado al extremo de imaginar que un gobierno como el de Peña Nieto es corrupto y criminal sencillamente porque refleja una sociedad mexicana corrupta y criminal. Seríamos entonces nosotros mismos, como sociedad, los responsables de que nuestros jóvenes hubieran sido asesinados a través del crimen organizado transformado en gobierno. Tendríamos el gobierno que nos merecemos. Esto es verdad en parte, pero no del todo, y si lo aceptáramos en sentido absoluto, disiparíamos la responsabilidad y olvidaríamos que no todos los sectores sociales tienen el gobierno que se merecen, que hay clases más inocentes que otras, que hay también individuos más responsables que otros, que nadie es tan responsable como un gobernante y que tenemos derecho a exigir que rinda cuentas por un crimen como el de Ayotzinapa.

Llego al último peligro de la responsabilidad social al que deseaba referirme. El concepto puede hacer que no reconozcamos la concentración de la responsabilidad en ciertos núcleos de poder económico y político. En lugar de hacer que los gobernantes asuman su responsabilidad, quizá la descarguemos estoicamente sobre nosotros los gobernados. Seremos entonces nosotros, cada uno de nosotros, los responsables de todo y de todos, como diría Dostoievski. Por lo tanto, seremos nosotros mismos los que tendremos que esforzarnos en cambiar. Lucharemos por cambiarnos en lugar de luchar para cambiar el sistema.

En lugar de una revolución a gran escala, haremos una de aquellas pequeñas revoluciones personales y domésticas en las que somos especialistas los psicólogos. Se tratará de cambiarlo todo en el sujeto para que todo siga igual en el mundo. El problema es que si todo sigue igual en el mundo, es muy poco lo que podremos cambiar el sujeto. Las transformaciones del individuo y de su entorno son interdependientes entre sí e indisociables una de otra.

Ya he mencionado los doce peligros que ahora percibo en el empleo imprudente del concepto de “responsabilidad social”. Estoy seguro de que hay más aspectos riesgosos que no consigo ver ahora. También confío en que muchos de los que logré detectar, quizás incluso todos ellos, puedan ser conjurados si el concepto se emplea con suficiente precaución. Esto exige reflexionar más en él y usarlo menos como consigna, eslogan, ideal o prescripción. Por mi parte, prefiero no emplearlo, pues no deja de parecerme demasiado peligroso y además resulta incompatible con mi posicionamiento político y con mi perspectiva teórico-epistemológica.

El Día del Psicólogo en México: un festejo presuntuoso, inmerecido y usurpado

Nota en el blog de la Red Iberoamericana de Investigadores en Historia de la Psicología, el 20 de mayo 2014. Edición de Bruno Jaraba con fotografías de Juan Rulfo

David Pavón-Cuéllar

Desinterés e invisibilidad

El 20 de mayo es el día del psicólogo en México. Hay quienes lo escriben con mayúscula, “Día del Psicólogo”, quizás intentando recalcar su importancia e imponer cierta reverencia. También hay quienes buscan promover y oficializar la celebración por todos los medios a su alcance, entre ellos eventos, regalos, invitaciones a comer y recordatorios en redes sociales. Por lo pronto, a pesar de tantos esfuerzos bienintencionados, casi nadie, ni dentro ni fuera de la profesión, parece tomarse muy en serio esta gota en el torrente de fechas conmemorativas que inunda y satura el calendario.

Tal vez haya profesionistas de la psicología que abriguen la ilusión de tener un día tan glorioso como lo son, en México, los de la madre y los muertos. ¿Pero cómo pretender compararnos con semejantes figuras de nuestra cultura fascinada por la mortalidad y la maternidad? Ni siquiera pienso que podamos ofrecernos jamás un día tan desgastado como el del maestro, el feriado 15 de mayo, el cual, por su contigüidad con el 20 de mayo, suele opacar el día del psicólogo, al menos en las facultades y departamentos de psicología.

Rulfiana9Son muchas las razones que explican el desinterés por nuestro día. Podemos empezar por lo más obvio y observar que hay considerablemente menos psicólogos que muertos, madres y maestros. En México, por cada psicólogo titulado, hay cerca de 150 maestros, 2500 madres y una cifra incalculable de muertos. Y cuando nos comparamos con otros países latinoamericanos descubrimos que la proporción de psicólogos en el país, 12 por cada 100 mil habitantes, es aproximadamente cuatro veces menor que la de Colombia, cinco veces menor que la de Brasil y diez veces menor que la de Argentina.

Rulfiana91La escasez de psicólogos mexicanos podría favorecer en cierta medida el desinterés por nuestro día, por nuestra profesión y por nuestra persona. Podemos considerarnos un sector social relativamente minoritario que pasa desapercibido con facilidad. Pero sería ingenuo pensar que nuestra invisibilidad se explica únicamente por nuestra escasez. Los bomberos son también escasos y no por ello dejan de atraer la atención, inspirar admiración y ser efusivamente reconocidos en su día, el 22 de agosto, cuando reciben felicitaciones de periodistas, actores, legisladores, gobernadores y hasta presidentes. Sin embargo, mientras que todo el mundo sabe para qué sirve un bombero, nadie tiene muy claro para qué puede servir un psicólogo. Ni siquiera nosotros, los profesionales de la psicología, nos hemos puesto de acuerdo sobre nuestra función.

Cuando se nos homenajea o nos homenajeamos, podemos estar seguros de que no hay consenso con respecto al motivo del homenaje. Muchos ni siquiera tenemos la más remota idea sobre lo festejado. No vemos nada que celebrar, nos preguntamos cuál es el objeto de la celebración y desconfiamos de quienes creen saberlo y pretenden ofrecernos respuestas. Por lo demás, las respuestas no dejan de contradecirse, aun cuando se refieren a lo más puntual.

¿Cómo esperar que se tome en serio nuestro 20 de mayo cuando ni siquiera hemos conseguido ponernos de acuerdo con respecto a la razón exacta por la cual se nos festeja en ese preciso día y no en cualquier otro? Hay quienes aseveran que fue el día en que se otorgó la primera cédula profesional de psicología en México. Pero hay también los que aseguran que fue la fecha en que se aceptó el primer programa en psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Otros más responden que fue cuando se fundó la primera facultad en la misma universidad. Y no faltan quienes ofrecen otra interpretación.

Rulfiana3Tramitología y autocomplacencia

Entre las diferentes versiones de lo celebrado el 20 de mayo, el único denominador común es que se trata de un hecho estrictamente institucional, burocrático, administrativo. Este mismo carácter oficinesco se encuentra en la elección de la fecha por la Federación Nacional de Colegios, Sociedades y Asociaciones de Psicólogos de México. No hay aquí ningún acontecimiento histórico, ninguna conquista social, ninguna gesta heroica, ningún sacrificio ni natalicio.

El 20 de mayo sólo hubo el cumplimiento de una gestión administrativa convertida en festejo mediante el cumplimiento de otra gestión administrativa. Esto es, en definitiva, lo que celebramos el día del psicólogo en México. Celebramos un doble trámite, lo cual, personalmente, me parece revelador, ya que nos descubre un aspecto esencial de la psicología mexicana que se festeja el 20 de mayo. En esto, al menos en esto, los festejados somos consecuentes. Festejamos lo que somos.

Rulfiana7Así como nuestro festejo se refiere simplemente a un par de aburridos trámites, así también la historia que nos atribuimos, tal como nos la contamos, consiste fundamentalmente en una tediosa cronología de gestiones administrativas profesionales y académicas, desde la aceptación del curso de psicología en la Escuela Nacional Preparatoria en 1896 hasta la realización del enésimo congreso de la sociedad fulana de tal, pasando por las fundaciones de sociedades y facultades, las publicaciones de libros, las traducciones o adaptaciones de pruebas psicológicas, las modificaciones de programas universitarios, las estancias de académicos extranjeros en el país y las aprobaciones de reglamentos. Esta historia, lo mismo que la enseñanza y la práctica profesional de nuestra disciplina hoy en día, transcurre casi exclusivamente dentro de espacios institucionales bien estructurados, entre papeles y computadoras o máquinas de escribir, en oficinas, auditorios, consultorios y salones de clase. Nuestro campo se parece más a un laboratorio experimental que a un verdadero ambiente natural. Todas las variables están controladas. Nuestros contactos con el exterior están estrictamente codificados, restringidos y previstos: aplicamos pruebas, diagnosticamos, evaluamos y calificamos a nuestros futuros colegas. El contacto con la sociedad suele estar así mediado por instituciones educativas o profesionales que generalmente nos vuelven hacia nosotros mismos, nos hacen comunicar e interactuar entre nosotros, aseguran que nos vigilemos unos a otros, nos aíslan del mundo en que vegetamos, planifican y fiscalizan lo que hacemos, acotan el rango de nuestras facultades y así contribuyen a garantizar la falta de efectos sociales de nuestro trabajo.

El carácter altamente institucionalizado, predominantemente autorreferencial y socialmente intrascendente de nuestra profesión está bien representado por los dos trámites insulsos que festejamos en el día del psicólogo. Pero si esto es lo que celebramos y lo que somos, entonces no debería sorprendernos el desinterés hacia nuestras personas y nuestro día. Lo sorprendente es que nos hayamos ofrecido un día para celebrarnos, que lo fundemos en tan poco y que insistamos tanto en tomarlo en serio. Todo esto es también revelador. Nos revela nuestra presunción, vanidad y pedantería.

Rulfiana6La autocomplacencia que mostramos con respecto a nuestro día es la misma de la que hacemos gala cotidianamente. La simulación por la que se caracteriza nuestra actividad profesional y profesoral es la misma por la que simulamos un mérito digno de ser festejado. En realidad, si fuéramos justos con nosotros mismos, deberíamos admitir que no merecemos ningún festejo. No lo merecemos porque nosotros, los festejados el 20 de mayo, no podemos jactarnos de ninguna contribución importante ni a la historia de la psicología ni mucho menos a la historia de nuestra sociedad.

Inutilidad y culpabilidad

No hemos hecho prácticamente nada, como psicólogos que somos, para combatir o al menos para denunciar los mayores problemas de nuestro país, entre ellos la miseria crónica de las clases populares, las abismales desigualdades sociales, la discriminación y segregación de los indígenas, y la violencia política y económica ejercida predominantemente contra los más pobres, los más desprotegidos, que no suelen cruzarse con psicólogos en sus caminos polvorientos. No se nos ha ocurrido nada efectivo para contrarrestar el papel de los medios masivos de comunicación en la despolitización de los espectadores, la manipulación de los electores y la reproducción del racismo. Tampoco nos hemos caracterizado por brindar alguna clase de apoyo psicosocial a las acciones colectivas o insurrecciones populares que han aportado soluciones ante las situaciones problemáticas recién mencionadas.

Lejos de enfrentar los mayores problemas de nuestro país, los psicólogos de México, al igual que los de otros países, hemos contribuido a mantenerlos e incluso agravarlos por los más diversos medios, por ejemplo al psicologizar lo económico y lo político, al individualizar los conflictos colectivos, al esencializar las consecuencias de la miseria y al distraer la atención de las causas sociales para centrarla en los efectos personales, conductuales o cognitivos. También somos culpables de patologizar comprensibles y prometedoras desadaptaciones y subversiones, así como facilitar válvulas de escape catártico para la insatisfacción y la indignación. Por si fuera poco, nos hemos vuelto especialistas en suministrar coartadas para los crímenes diarios de quienes pueden pagarse un psicólogo privado, y que van desde la despiadada explotación de los trabajadores hasta las diversas formas de corrupción y conservación de privilegios, las violaciones sexuales de empleadas domésticas o las agresiones racistas en contra de subalternos o desconocidos.

Rulfiana2Más que inútiles, hemos sido nocivos para el conjunto de la sociedad mexicana y especialmente para las mayorías populares. Tan sólo hemos podido cumplir una función positiva para las minorías dominantes. Quizá ésta sea la única razón por la cual podemos seguir existiendo todavía. Después de todo, existimos porque somos pagados, y somos pagados por nuestros beneficiarios, es decir, por quienes pueden pagarnos, ya sean las propias minorías dominantes o un gobierno que tiende a estar subordinado a los intereses de esas minorías.

Nuestros beneficiarios han sido minoritarios y esto explica también el carácter minoritario del interés por nuestro día, nuestra profesión y nuestra persona. Somos prescindibles para las mayorías populares mexicanas, las cuales, sin nosotros, vivirían igual o quizás incluso mejor. ¿Por qué habrían de celebrar nuestro 20 de mayo?Rulfiana8Puesto que no le servimos de nada ni a la sociedad ni a las mayorías, la celebración de nuestro día sólo podría estar justificada si hubiéramos rendido un servicio a la humanidad, a la civilización, a la ciencia o al menos a la psicología como especialidad científica. Sin embargo, en este caso, debemos rendirnos a la más abrumadora evidencia de nuestra inutilidad. No hemos aportado, por lo general, más que traducciones, adaptaciones, verificaciones y falsificaciones de lo concebido y desarrollado en las psicologías europeas y estadounidenses. No hemos sido capaces de crear y elaborar un conocimiento psicológico nuestro, que responda verdaderamente a nuestros problemas, a nuestras inquietudes y aspiraciones, a nuestra historia y nuestra cultura. Tampoco en este plano hemos hecho algo que merezca ser festejado.

Nosotros y los otros

En lugar de celebrar a quienes no lo merecemos, yo personalmente preferiría dedicar un día significativo, y no el 20 de mayo, a todos aquellos que deberían ocupar el festejo que estamos usurpando. Me refiero a quienes han tenido éxito en todo aquello en lo que nosotros hemos fracasado. No son exactamente psicólogos, aunque bien podríamos darles ese nombre, siempre y cuando evitáramos confundirlos con los psicólogos en sentido estricto. No debemos confundirlos con nosotros ya que no han hecho exactamente lo que entendemos por psicología. Ofrecen algo muy parecido, quizás mejor, pero no igual. Sin embargo, de nuevo, por economía de palabras, podemos decir que se trata de psicología y festejar a los mexicanos que se han distinguido en ella.

Rulfiana5Me gustaría celebrar a colectivos o individuos que han reflexionado, hablado o actuado con respecto al alma o el psiquismo en México, pero que lo han hecho de un modo muy diferente a como lo hacemos los psicólogos convencionales, ya sea de modo colectivo y no individual, o bien en las perspectivas de las culturas indígenas, en el seno mismo de las tradiciones populares, o en la filosofía, la literatura y la lucha política. En todos los casos, encontramos elaboradas teorías, narraciones o prácticas “psicológicas” en las que se han superado nuestras deficiencias al irse más allá de los estrechos límites que nosotros mismos nos hemos impuesto con pretextos disciplinarios, institucionales, epistemológicos o metodológicos. Estoy pensando, por ejemplo, en las originales concepciones mesoamericanas del alma, particularmente las aztecas y purépechas, sin parangón en el mundo europeo, y que han logrado subsistir hasta la actualidad, resistiendo a sucesivas psicologías coloniales a lo largo de cinco siglos. Pienso también en el agudo análisis del alma indígena y la vigorosa crítica de la psicología racista europea que encontramos en defensores de indios como Julián Garcés, Vasco de Quiroga yBartolomé de las Casas. Habría que agregar la penetrante revalorización de la vida onírica en nuestra poetisa Juana de Asbaje, las novelas psicológicas de Salvador Quevedo y Zubieta, las propuestas prácticas de psicología política militante que van desdeRicardo Flores Magón hasta el Subcomandante Marcos, y evidentemente las aproximaciones al drama psíquico histórico de la mexicanidad en Justo Sierra, Samuel Ramos, Emilio Uranga, Octavio Paz y Luis Villoro, entre muchos otros.Rulfiana1No terminaría si quisiera ser exhaustivo. Son muchos los “psicólogos” mexicanos que deberían ser festejados, pero no son aquellos en los que pensamos. Los que merecen el festejo no somos nosotros, los mediocres profesionales de la psicología, sino los otros, los demás, todos, pues el pueblo mexicano tiene su “psicología”, sus innumerables descripciones y explicaciones de lo que nosotros denominamos “psiquismo”, y éstas son definitivamente más auténticas, lúcidas y provechosas que las ofrecidas por esa disciplina tan simplificadora y perjudicial de la que tanto nos vanagloriamos.

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Psicología y capitalismo en América Latina

Conferencia en la Universidad La Salle. Morelia, Michoacán, martes 20 de mayo 2014.

David Pavón-Cuéllar

Estamos en el sistema capitalista. Vivimos además al sur del Río Bravo. Es aquí, en Latinoamérica y en el capitalismo, en donde estudiamos, enseñamos o practicamos la psicología.

Nuestra profesión de psicólogos, nos guste o no, se desarrolla en un contexto capitalista y latinoamericano. Este contexto es decisivo para nuestra psicología, la determina y la moldea, le da la forma que tiene para nosotros, le impone sus límites, métodos, perspectivas y objetos.  Estudiamos el psiquismo creado por el capitalismo en Latinoamérica. Y tendemos a estudiarlo de un modo predominantemente capitalista y latinoamericano. En este sentido, nuestra psicología es también latinoamericana y capitalista.

Por más que pretenda ser neutral y estrictamente científica, nuestra psicología es parcial y tendenciosamente capitalista, cumple una función en el capitalismo, sirve al capital, gira en torno al dinero capitalizado, se relaciona estrechamente con la explotación de la fuerza de trabajo, se rentabiliza y circula, se compra con dinero para venderse a cambio de más dinero, se negocia y se regatea en el mercado, pasa de mano en mano, se desgasta y se prostituye, puede subsistir porque tiene un precio, porque puede pagarse y porque produce un beneficio económico. De igual manera, por más que aspire a ser estadunidense o europea, nuestra psicología es latinoamericana, latina, meridional, tropical, mestiza, tercermundista, subdesarrollada, pobre, ignorada, periférica, dependiente, acomplejada, heredera del colonialismo hispanoportugués y del neocolonialismo angloamericano.

Capitalismo en Latinoamérica

En realidad, cuando nos referimos al carácter latinoamericano de nuestra psicología, estamos refiriéndonos también a su naturaleza capitalista.  Quiero decir que el capitalismo resulta indisociable de aquello que actualmente significa Latinoamérica para nosotros.  La historia moderna de Latinoamérica se inserta en la historia del capitalismo. La conquista española del Nuevo Mundo fue la conquista de un botín de guerra para el mercantilismo capitalista del siglo XVI. Los banqueros de los Países Bajos, el centro del capitalismo en los siglos XVI y XVII, fueron los principales beneficiarios de la colonización de América.

El colonialismo, tal como lo conocimos en Latinoamérica, fue un momento del capitalismo global. Los ávidos conquistadores vinieron fundamentalmente a enriquecerse, a hacer negocios, a explotar minas de oro y plata, cañaverales, cultivos de café y chocolate, maderas preciosas y especialmente fuerza de trabajo. Y de paso violaron a las mujeres indígenas, a las tatatarabuelas de muchos de nosotros. El mestizaje que nos hace ser lo que somos, esa violación masiva y sistemática de la que provenimos, no fue más que un efecto colateral del saqueo de nuestras riquezas naturales por el ávido colonialismo capitalista europeo.  El capitalismo está entonces en el origen mismo de lo que somos, en el núcleo de nuestra vida psíquica, en el centro de nuestra identidad y personalidad. Podemos vernos como criaturas del capitalismo, a veces residuos o escorias desechadas por la producción capitalista, otras veces productos explotables como trabajadores o consumidores.

Después de los tiempos coloniales, el capitalismo siguió moldeando nuestra historia, nuestra sociedad y nuestra individualidad. Tan sólo nos liberamos del capitalismo colonial hispanoportugués, el de los conquistadores y encomenderos, para caer en el capitalismo neocolonial angloamericano, el de los piratas y los empresarios, las franquicias y las maquiladoras. Aprendimos a ser país tercermundista, colonia del capitalismo industrial y financiero, después de haber aprendido a ser colonia del mercantilismo capitalista. Tras la explotación en las encomiendas, tuvimos que resignarnos a la explotación en las transnacionales.

Evidentemente hubo países que no quisieron aceptar su condición de esclavos del capitalismo neocolonial, como Guatemala en los años cincuenta, Brasil en los sesenta, o Chile en los setenta, por citar los casos más conocidos. Sin embargo, como bien sabemos, esos países fueron duramente castigados por haberse atrevido a liberar a sus poblaciones de la explotación capitalista. Guatemala en 1954, Brasil en 1964 y Chile en 1973, sufrieron sangrientos golpes de estado con los que se instauraron  dictaduras apoyadas por un capitalismo salvaje y sumamente violento que ahora tenía su centro de gravedad en los Estados Unidos y en Wall Street.  Una compañía estadunidense, la United Fruit Company, acaba con la democracia, la libertad y la justicia en Guatemala, y sume a este país en una interminable guerra civil que lo ensangrienta  y empobrece. Otra empresa de Estados Unidos, la Hanna Mining Corporation, acaba con el régimen social y popular brasileño que no le quiere entregar las reservas de hierro en bandeja de plata. Otras empresas mineras de nuestro vecino del norte, apoyadas teóricamente por el profesor Milton Friedman de la Universidad de Chicago, se ocuparán de acabar con el pacífico socialismo chileno e instaurar un violento capitalismo neoliberal que asesina y tortura sin piedad a miles de personas.

Psiquismo y capitalismo

Tanto en las dictaduras del siglo XX como en el colonialismo de los siglos anteriores, el capitalismo nos ha dominado mediante el terror, con baños de sangre, con torturas y violaciones, con las armas, primero con espadas y arcabuces, luego con granadas y metralletas. Esta violencia inherente al capitalismo es la misma que vemos operar en el crimen organizado, en el cual, lo mismo que en cualquier otro sector de la economía capitalista, lo importante es la ganancia y el enriquecimiento.  Es por dinero, siempre por dinero, que se mata, se tortura y se mutila. Y toda esta violencia capitalista, sobra decirlo, tiene efectos decisivos en nuestro psiquismo.

Todo lo que somos y hacemos en el plano psíquico, todo lo que estudiamos en la psicología, todo esto ha sido influido por la violencia capitalista del crimen organizado que nos rodea en la actualidad, así como también por la pasada violencia colonial o dictatorial del mismo capitalismo. Pero el sistema capitalista no sólo ha incidido en nuestro psiquismo a través de la violencia directa, sino también a través de la violencia indirecta, estructural, que se ejerce constantemente a través  de la explotación en el trabajo, la manipulación en la publicidad, la enajenación que nos hace buscar nuestro propio ser en el tener, la prostitución de las relaciones interhumanas reducidas a relaciones económicas interesadas, la humillación de los pobres y tercermundistas como nosotros los latinoamericanos, y evidentemente la degradación humana en todos los sentidos, la miseria material y espiritual del hombre, la pobreza y la ignorancia en la que nos hunde el capitalismo para poder abaratar nuestra fuerza de trabajo y así pagarnos menos y explotarnos mejor. Todo esto nos constituye psicológicamente. Nuestro psiquismo es efecto de la violencia capitalista que nos degrada, nos humilla, nos prostituye, nos enajena, nos manipula y nos explota de un modo específico en nuestra particular condición de latinoamericanos.

La experiencia latinoamericana del capitalismo incide en todo aquello que encontramos en la psicología, en el comportamiento que estudian los conductistas, en la mente y el procesamiento de la información que enfatizan los cognitivistas, en el inconsciente de los psicoanalistas, y en las interacciones, los estilos relacionales y los patrones de comunicación de los psicólogos sociales y sistémicos. Nuestra psicología indaga y trata los efectos del capitalismo en el psiquismo de los latinoamericanos. En cierto modo, al igual que los economistas, estudiamos el capitalismo, pero no lo estudiamos en su funcionamiento económico externo, sino en los sujetos, en su alma, en la interioridad de sus pensamientos y sentimientos, aunque también en la exterioridad de sus comportamientos, de sus relaciones e interacciones, y del mundo social en el que habitan. En todos los casos, nos ocupamos del sistema capitalista. Casi podemos decir que el capitalismo es el objeto de la psicología, que la psicología es una capitología, lo mismo que la economía, la sociología, la pedagogía o cualquier otra ciencia humana y social que se desarrolla en el capitalismo y que sólo puede estudiar fracciones de un sistema capitalista que lo absorbe todo, lo abarca todo, lo es todo.

Conciencia y eficacia

Lo extraño no es que los psicólogos estudien el capitalismo en Latinoamérica, sino que desconozcan u olviden que lo estudian. ¿Cómo explicar esta ignorancia o inconsciencia o falta de memoria o lo que sea?  ¿Cómo entender que el capitalismo, que impregna y constituye todo nuestro psiquismo, les pase desapercibido a los psicólogos? ¿Cómo puede ser posible que no consigan ver lo que no dejan de estudiar?

Pienso que la ceguera de los psicólogos se explica por dos circunstancias fundamentales. En primer lugar, como el capitalismo lo empapa todo, lo colorea y lo conforma todo en el psiquismo, termina confundiéndose con todo hasta el punto de camuflarse, volverse invisible, resultando prácticamente imposible discernirlo al diferenciarlo de lo que no es él. En segundo lugar, debemos considerar que la psicología, tal como la conocemos, también forma parte del capitalismo, es una pieza del sistema capitalista, y por lo tanto, estando adentro del capitalismo, no puede verlo desde afuera. Podemos recurrir a la conocida metáfora del bosque y decir que la psicología está dentro del bosque, pero no puede ver el bosque, no puede ver el capitalismo, sino solamente los árboles  del bosque, las piezas del sistema capitalista.

Sería más exacto decir que la psicología no suele ver el capitalismo porque verlo significa verse a sí misma, relacionarse reflexivamente consigo misma, ser autoconsciente, y esto, como ustedes bien lo saben, es un grado superior de conocimiento que sólo se alcanza con el tiempo, ya que resulta muy difícil y requiere de un gran esfuerzo, el de encorvarse, arquearse al volverse hacia uno mismo. Este ejercicio acrobático no es habitual en los psicólogos y mucho menos en los de Latinoamérica. Sin embargo, cuando los psicólogos se molestan en pensar un poco en lo que hacen y se ubican así en lo que ahora se llama la “psicología teórica” o “crítica”, entonces, de pronto, como era de esperar, descubren el capitalismo en toda su psicología: en sus teorías y sus conceptos, en sus métodos y sus objetos, en su mirada y en lo que miran. Y se percatan simultáneamente de algo muy importante que podría explicar también la invisibilidad del capitalismo para los psicólogos. Se dan cuenta de que el capitalismo funciona mejor cuando pasa desapercibido, cuando la psicología y sus demás dispositivos no toman conciencia de él, no se distraen con él, sino que se concentran en cumplir su función dentro del sistema. Esto es crucial para el capitalismo y tiene que ver con la división del trabajo. El proceso total se descompone en una infinidad de pequeñas tareas encomendadas a pequeños individuos que hacen tanto mejor lo que hacen cuanto menos saben lo que hacen.

La psicología más eficaz es también la más ciega, la más inconsciente de la totalidad, la más concentrada en sus tareas específicas: aplicar pruebas, hacer diagnósticos, diseñar tratamientos eficaces, intervenciones eficaces, dinámicas eficaces. ¿Pero eficaces para qué o con qué propósito? Las respuestas que podamos dar a esta pregunta nos pueden servir para distinguir las diferentes funciones de la psicología en el sistema capitalista.

Tres funciones de la psicología en el capitalismo: el caso latinoamericano

Al ser eficaz para llenar de dinero los bolsillos del psicólogo, la psicología es una mercancía que se vende para producir una ganancia.  El psicólogo vende el valor de uso de su saber y de su fuerza de trabajo, y obtiene a cambio el importe pagado por el paciente, es decir, el valor de cambio de su psicología. Con su valor de cambio y su valor de uso, con su precio y su utilidad, la psicología es una mercancía como cualquier otra y debe publicitarse como cualquier otra. Obedece a las reglas de la oferta y la demanda, se le publicita y se le consume, y prospera gracias a al consumismo generalizado. En Latinoamérica, este consumismo suele ser un lujo que no pueden ofrecerse las mayorías populares. Los más pobres deben privarse de muchas mercancías relativamente superfluas, como es el caso de la psicología. Nuestra profesión, en tanto que mercancía, es un lujo que sólo pueden ofrecerse quienes pueden pagarlo.

Nuestra psicología es entonces una mercancía y cumple con la función lucrativa de cualquier otra mercancía en el sistema capitalista. Sin embargo, como prácticamente cualquier otra mercancía, la psicología tiene una composición ideológica por la que puede cumplir otras funciones en el sistema. Una de estas funciones es la cegadora, mistificadora, individualizadora, psicologizadora. Digamos que la mencionada ceguera de la psicología, su inconsciencia con respecto al capitalismo, tiene que ser compartida por los sujetos que reciben un tratamiento psicológico o psicoterapéutico. Para pagarle al psicólogo, estos sujetos deben ignorar el sustrato capitalista de lo que les ocurre, la causalidad socioeconómica de sus problemas, y deben imaginar que estos problemas son estrictamente psíquicos, individuales, personales, mentales o emocionales. Tan sólo así, a través de esta mistificación y psicologización, puede justificarse que los consumidores gasten su dinero para comprar una mercancía como la psicología, la cual, si tiene un valor de uso, es principalmente el de solucionar problemas estrictamente psíquicos. Y es verdad que la psicología puede llegar a dar una cierta solución de estos problemas, pero al hacerlo, sobra decirlo, no soluciona el mal capitalista, sino sólo algunas de sus manifestaciones sintomáticas. Esto no sólo permite que el sujeto pueda seguir soportando el capitalismo, sino que verifique o confirme el carácter psíquico de sus problemas. Si la psicología los resolvió, esto quiere decir que se trataba efectivamente de problemas psíquicos. El sujeto se los atribuye y se acusa de aquello de lo que es responsable el capitalismo.

La psicología servirá para que muchos latinoamericanos, por ejemplo, se responsabilicen a sí mismos de un sentimiento de inferioridad e incapacidad producido  y reproducido por cinco siglos de humillación capitalista colonial y neocolonial. En lugar de luchar contra el capitalismo que los ha humillado, rebajado y degradado, nuestros latinoamericanos, gracias al psicólogo, creerán confirmar que son los únicos responsables de todo lo que les ocurre y se convencerán de que hacen lo correcto al seguir luchando contra sí mismos, como lo han hecho desde hace quinientos años. Continuarán intentando cambiarse a sí mismos en lugar de cambiar al mundo que los desprecia y los oprime. En lugar de sublevarse contra los verdaderos responsables de su sentimiento de inferioridad e incapacidad, habrán de sublevarse contra sí mismos e intentarán transformarse a sí mismos, tal como se los recomienda la psicología.

Con el apoyo del psicólogo, los sujetos aceptarán lo inaceptable, se adaptarán a lo que no deberían adaptarse, al capitalismo que los ha rebajado y degradado para convertirlos en fuerza de trabajo dócil y barata. Llegamos aquí a una tercera función de la psicología en el capitalismo. Además de su función lucrativa como mercancía y de su función mistificadora como ideología, la psicología tiene también, como disciplina, la función disciplinaria de subyugarnos, amansarnos, domarnos, domesticarnos y volvernos dóciles y tolerantes. La disciplina psicológica puede cumplir así también con el propósito colonial y neocolonial de mantener a los latinoamericanos sometidos e impedir su liberación.

Desde luego que nuestra psicología podría ser diferente y contribuir a nuestra liberación en lugar de hacer todo para impedirla. Sin embargo, para que esto fuera posible, la psicología debería ser muy diferente de lo que es actualmente. Ignacio Martín-Baró tenía mucha razón al decir que nuestra psicología debería liberarse de sí misma, de todo lo que ha sido hasta ahora, para poder convertirse en una psicología de la liberación, una psicología liberadora y no esclavizadora, subversiva y no adaptativa, emancipadora y no colonizadora.

Estudiar psicología en la universidad pública

Intervención como “padrino de generación” en la Ceremonia de Entrega de Cartas de Pasante de la cohorte generacional 2009-2014 de la Facultad de Psicología de la UMSNH. Morelia, Michoacán, México, viernes 7 de marzo 2014.

David Pavón-Cuéllar

Muchas y muchos de ustedes han de saber que el presidente chileno Salvador Allende vino a México en 1972, tan sólo nueve meses antes de que el Ejército Chileno lo asesinara con apoyo y asesoría del gobierno de los Estados Unidos. Nuestro vecino del norte no podía permitir que un país latinoamericano se ofreciera un presidente semejante. Hay que reconocer que Allende no era un presidente como los demás. Era poco político, no sabía corromperse y estaba quizá demasiado cerca del pueblo. Quizás haya sido precisamente por eso que al llegar a México, a diferencia de los grises mandatarios ordinarios, Allende haya tenido un recibimiento popular tan sincero, efusivo y multitudinario. Cientos de miles de personas, especialmente jóvenes y estudiantes, le dieron la bienvenida entonando consignas como “América al socialismo”, o “Allende, México te defiende”. Se hizo un cinturón humano de casi 16 kilómetros de largo desde el aeropuerto hasta la embajada chilena en el otro extremo de la ciudad de México.

Muchas y muchos de ustedes han de saber también que Salvador Allende pronunció una conferencia para los estudiantes en la Universidad de Guadalajara. Entre lo mucho que dijo, hay algo que deseo transmitirles a ustedes en estos momentos, pues me parece que es algo importante, muy importante, que se olvida con demasiada facilidad. Lo que les dijo Allende a los estudiantes de Guadalajara, lo que le diría a ustedes si estuviera aquí entre nosotros, es que “la obligación del que estudió aquí”, en una institución como la Universidad Michoacana, “es no olvidar que ésta es una Universidad del Estado pagada por los contribuyentes, que en la inmensa mayoría son los trabajadores”. Es el trabajo productivo del pueblo, de obreros y campesinos, el que ha creado una riqueza con la que se han pagado los impuestos que a su vez han pagado su carrera de psicología en la Universidad Michoacana.

Si ustedes han podido estudiar sus licenciaturas, no fue porque se las invitaran sus familias, sino porque se las han pagado jornaleras y jornaleros que hacen labores extenuantes en los campos de Sinaloa, que ganan un salario miserable y que están en contacto con pesticidas y fertilizantes que frecuentemente los matan de cáncer o de otras enfermedades. Son los trabajadores productivos quienes han inmolado sus vidas para generar esa riqueza con la que se pagó la educación de ustedes. Hay aquí centenares de pasantes de psicología porque hay allá miles de guerrerenses, oaxaqueñas y oaxaqueños, chiapanecas y chiapanecos, trabajando bajo un sol abrasador. Les debemos a ellas y a ellos sus cartas de pasantes, pero también a los mineros, al campesinado, a los ganaderos y los pescadores, a las obreras y a los obreros de las maquiladoras, a las y los migrantes que llenan el país de remesas, y evidentemente a las costureras de Ciudad Juárez y de otros centros industriales, que han sido sistemáticamente explotadas, ignoradas, traficadas, humilladas, violadas y asesinadas. Es el trabajo productivo de estos millones de trabajadoras y trabajadores el que ha permitido pagar mi salario y el de mis colegas, el de las empleadas y empleados, la energía eléctrica y el agua de la universidad, los edificios de la facultad y la mayor parte de los libros de las bibliotecas, las pruebas psicológicas y las máquinas del centro de cómputo, y evidentemente viajes a congresos, publicaciones y hasta despilfarros que no deberían ocurrir.

Debo confesarles que he llegado a sentirme culpable cuando recibo mi salario o cuando invierto recursos públicos en algún proyecto académico individual y grupal. Me pregunto siempre, al recibir mi quincena, si tengo realmente el derecho de recibir esa fracción del presupuesto, si es proporcional con respecto a lo que doy, y si es justo que gaste el dinero de los obreros en la coedición de un libro sobre análisis lacaniano de discurso. Por más que intente dar un uso militante, social y político al análisis, ¿de qué les sirve en definitiva este maldito análisis a los jornaleros en Sinaloa? ¿Cómo se benefician ellos, quienes me pagan, de las clases que imparto, de las tesis que dirijo, de las ponencias que presento y de un libro universitario que publico en Inglaterra y que será leído casi exclusivamente por maestros y estudiantes del Primer Mundo anglosajón? ¿Tengo derecho a dedicar días enteros a un debate con un autor que vive en Austria, cuando los términos de ese debate son tan precisos e intrascendentes que ni siquiera sería yo capaz de darles algún sentido al explicárselos a mis estudiantes de la Universidad Michoacana? Retomando las palabras de Díaz Mirón, ¿tenemos derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto? Esta pregunta se vuelve aún más punzante cuando quienes carecen de lo estricto son precisamente quienes nos pagan lo superfluo.

Así como yo les debo a los trabajadores productivos mis medios de subsistencia y la satisfacción de mis caprichos académicos, así también ustedes les deben su educación. Tanto ustedes como yo estamos en deuda con la sociedad y especialmente con sus sectores más oprimidos y explotados. Son ellos los que mantienen la universidad pública, y quien egresa de una universidad pública está en deuda con ellos, con los más pobres.  Desde luego que ustedes pueden no pagar su deuda, pero si lo hacen, entonces habrán despojado a los más pobres de nuestra sociedad.

¿Y cómo un psicólogo puede pagar su deuda con la sociedad y en especial con sus sectores más desfavorecidos? Trabajando para ellos, para los trabajadores, para las mayorías populares y no para las clases privilegiadas, para los explotados y no para los explotadores, para la sociedad y no para unos cuantos, para los que menos tienen y no para los que más tienen y mejor pueden pagar. Hay que dar consultas o asesorías gratuitas para quienes las necesiten y no puedan pagarlas. Hay que poner nuestros conocimientos psicológicos al servicio de las organizaciones populares que luchen por la igualdad y la justicia en nuestra sociedad. Nuestra psicología social debe ser auténticamente social y no clasista ni elitista, y debe servirle a la sociedad y no sólo a quienes la estudian, y de ningún modo a quienes buscan dominarla, explotarla o manipularla, como las agencias publicitarias de las grandes transnacionales.

Ya sé que no es fácil encontrar un empleo en la psicología, y aquellas y aquellos de ustedes que lo encuentren, por lo general tendrán que resignarse a desempeñar su función en el mismo engranaje que mantiene en la miseria a quienes les pagaron sus estudios. Pero aun en este caso, por favor nunca olviden la deuda contraída con los oprimidos y los explotados, y seguramente se les presentarán muchas oportunidades para pagar al menos una parte de esta deuda. No se identifiquen personalmente con el sistema hasta el punto de ser uno de aquellos empleados tan escrupulosos, tan sádicos y despiadados, que sólo consideran su propio beneficio o el de la compañía para la que trabajan.

Intentemos subvertir el sistema desde su interior, desobedecer las órdenes inaceptables, obstaculizar los dispositivos injustos. Y cuando podamos elegir, privilegiemos las organizaciones o empresas no lucrativas sobre las lucrativas, las públicas sobre las privadas, las que tengan un propósito social o comunitario y no las que benefician a un sector a costa de los demás, las igualitarias y democráticas y no las jerarquizadas y autocráticas, las alternativas-subversivas y no las normales-normalizadoras, y las que escuchen a los llamados “criminales” o “enfermos mentales” en lugar de silenciarlos y estigmatizarlos. También me parece que no deberíamos reducir la psicología a un medio para suponernos un saber, para ejercer un poder sobre los demás o para lucrar con las desgracias de nuestros semejantes.

No tenemos derecho a enriquecernos mediante unos conocimientos en psicoterapia o en psicoanálisis que fueron pagados por los más pobres de nuestro país. Tampoco deberíamos sentirnos con el derecho de poner la psicología industrial al servicio de quienes explotan a los mismos que permitieron que aprendiéramos la psicología industrial. Ellos no han pagado nuestra educación para que la rentabilicemos y nos llenemos los bolsillos al hacer negocios con lo que se nos enseñó. Dejemos esta actividad a quienes egresan de universidades privadas lucrativas, a quienes fueron clientes y ahora pueden vengarse con quienes serán sus clientes. Ustedes no fueron clientes de la universidad. No se hicieron negocios con ustedes, y por lo tanto, desde mi punto de vista, no tienen derecho a negociar con lo que aprendieron en la universidad. Sería como vender lo que se nos ha prestado generosamente.

Nuestra psicología es un préstamo. Se la debemos a las mayorías populares. Debe ser para ellas, y cuando sea para un individuo, tiene que ser para ese individuo como parte del pueblo. Esto no es nada fácil, pues nos exige transformar la psicología que aprendimos y que no consigue liberarse de sus profundas complicidades con el capitalismo, el instrumentalismo, el positivismo disciplinario y normalizador, el elitismo clasista, el hedonismo egoísta, el individualismo burgués, el intelectualismo academicista, el sexismo androcéntrico y homofóbico, y el etnocentrismo y colonialismo científico europeo y norteamericano.

Como lo explica Ignacio Martín-Baró en 1989, “debemos liberar a la psicología de aquellos lastres, teóricos y técnicos, que la marginan de los justos anhelos de las mayorías populares; debemos liberarnos nosotros mismos, psicólogos latinoamericanos, de todas aquellas trabas que nos impiden ponernos al servicio de nuestros pueblos oprimidos y ofrecer lo mejor de nuestra capacidad científica para la transformación de las sociedades”. Estas palabras fueron pronunciadas por Martín-Baró en la misma Universidad de Guadalajara en la Salvador Allende, 17 años antes, llamó a los estudiantes de las universidades públicas a trabajar para el pueblo. Y así como Allende fue asesinado pocos meses después de hablar en Guadalajara para los estudiantes, así también Martín-Baró fue asesinado pocos meses después de hablar en Guadalajara para los estudiantes. Y quienes asesinaron a Martín-Baró fueron prácticamente los mismos que asesinaron a Salvador Allende: militares latinoamericanos apoyados por el gobierno estadunidense y por los sectores pudientes de la sociedad. ¿Y por qué este gobierno y esos militares traidores debían deshacerse de Martín-Baró y de Salvador Allende? Por una razón muy sencilla. Porque uno y otro fueron percibidos como estorbos para el funcionamiento de aquel mismo sistema en el que muchos psicólogos desempeñan tan bien sus funciones.

Cuando trabajemos como psicólogos, debemos preguntarnos una y otra vez a quién estamos sirviendo, para qué sirve lo que hacemos y en qué proyecto social e histórico se inserta nuestra labor profesional o académica. Tenemos que mostrar esa valiente capacidad crítica, reflexiva y abiertamente comprometida, que tantas veces pude observar en su generación, y que más de una vez yo mismo sufrí, con mucho gusto, pero también a veces con terror, como lo confesé alguna vez en un grupo. Así como consiguieron aterrarme con su parresia, con su coraje de la verdad, así espero que también aterroricen, a través de su trabajo profesional de psicólogos, a quienes intenten utilizarlos para sofocar y reprimir lo mismo que hablaba por las bocas de Allende y de Martín-Baró.

Para terminar quisiera felicitarlos y darles las gracias. No por su carta de pasante, que no es más que un papel, sino por lo más importante: por el terror que me hicieron sentir, por su constante cuestionamiento, por sus innumerables iniciativas, por su cooperativa, su asamblea, sus movilizaciones sociales y estudiantiles, las maravillosas pinturas en las bardas de la facultad, el yosoy132 y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, su apoyo con el congreso de marxismo y con los árboles de la facultad, y tantas otras hazañas, entre ellas la inagotable paciencia de los estudiantes menos agitados. Verdaderamente considero que su generación es prometedora. Espero que sea mejor que la nuestra.

¿Por qué la psicología crítica hoy en día?

Intervención en el Seminario de Psicología Crítica. Departamento de Contrapsicología. Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile, 7 de mayo 2013.

David Pavón-Cuéllar

La psicología crítica es tan sólo una de las maneras de relacionarse críticamente con la psicología. Forma parte de la crítica de la psicología, pero se caracteriza por ser una crítica psicológica, una crítica hecha en el interior mismo de la psicología. Antes de ocuparme de esta crítica psicológica de la psicología, empezaré por lo más general, por la crítica de la psicología. Daré 14 razones por las que pienso que debemos criticar la psicología. Empecemos.

¿Por qué pienso que hay que hacer crítica de la psicología?

  1. Porque tengo la convicción de que la psicología tiene algo criticable como tal, independientemente de sus diversas variantes.
  2. Porque la psicología suele cambiar al individuo para no cambiar a la sociedad, y a mí me parece que sería mejor cambiar la sociedad, que la sociedad no está en definitiva tan bien como para que nos obstinemos a mantenerla tal como está.
  3. Porque soy latinoamericano y percibo una estrategia culturalmente colonizadora en la psicología dominante en Latinoamérica, una psicología centrada en la falsa universalidad de un psiquismo que no es el latinoamericano, sino más bien el europeo y especialmente el angloamericano, en el que no hay lugar para todos aquellos elementos por los que se caracteriza Latinoamérica y que provienen de la herencia indígena y de nuestra particularidad histórica.
  4. Porque la psicología dominante, como ya lo observaba Martín-Baró, se concentra en lo que somos y no en todo lo que podemos llegar a ser, y en las condiciones de opresión, represión, discriminación, colonización y neo-colonización de los latinoamericanos, puede haber un abismo entre nuestras potencialidades y las realidades en las que se concentra la psicología. Al concentrarse en estas realidades, la psicología las mantiene en vigor, las perpetúa y favorece que nos resignemos a ellas.
  5. Porque la psicología teórica existente sólo describe, y al describir, reproduce lo que describe, reproduce el orden psíquico establecido, reproduce el sistema, y yo creo en la transformación del sistema, la transformación como forma de conocimiento, como ejercicio teórico-práctico. Hay cosas que sólo pueden conocerse al transformarse. Nunca se conoce tan bien el mundo como cuando nos sumergimos en él para transformarlo. La transformación es la mejor forma de conocimiento, y esta forma de conocimiento no existe en la psicología.
  6. Porque la psicología aplicada es una técnica en el sentido moderno del término, es decir, aquello mismo denunciado por Heidegger, el procedimiento que no permite la revelación de la verdad del sujeto, sino que busca provocar algo diferente de lo que es el sujeto, lo que se realiza a través de las diferentes estrategias de normalización y negación de la singularidad de cada uno. En lugar de esta técnica, yo preferiría la verdadera técnica, la paciente, la reveladora, la no adulteradora.
  7. Porque la psicología debe ser criticada para tener la ocasión de refutar la crítica, defenderse, justificarse, dar razón de su existencia, pero también para superar lo criticable, rectificar sus errores, mejorarse. La psicología es perfectible y es por esto que necesita de la crítica.
  8. Porque pensar libremente acerca de la psicología implica aceptar la posibilidad de criticarla. Y tan sólo estamos seguros de haber aceptado esta posibilidad cuando la realizamos, cuando hacemos crítica de la psicología. Esta crítica de la psicología demuestra entonces que podemos pensar libremente acerca de la psicología. El pensamiento libre excluye cualquier límite para el pensamiento, cualquier prejuicio favorable a la psicología, cualquier prohibición de la crítica de la psicología.
  9. Porque tengo la convicción de que la psicología es fundamentalmente una ideología, y una ideología, por el simple hecho de ser una ideología, debería ser criticada en el trabajo científico al que nos dedicamos en el seno de la academia. ¿Pero cómo distinguir aquí el trabajo científico de la ideología a la que asimilamos la psicología? En mi perspectiva marxista, lacaniana y althusseriana, la ideología es un saber que se hace pasar por el conocimiento, pero que no es conocimiento, conocimiento de una verdad, sino puro saber, saber del saber, saber que puede vehicular relaciones sociales, pero que no sabe decir ninguna verdad. Saber cuya verdad no es enunciada, sino que está en la enunciación, en el establecimiento de ciertas relaciones sociales. ¡Pero esta verdad es disimulada sistemáticamente por el mismo saber! Frente a este saber que disimula su verdad, se necesita el conocimiento de la verdad del saber, la denunciación de su enunciación. Esta denunciación es evidentemente crítica. El conocimiento de la verdad del saber es una crítica del saber, una crítica de la ideología. Es en esta crítica en la que radica el trabajo científico.
  10. Porque la psicología podría ser, no sólo una ideología, sino la esencia misma de la ideología, es decir, el alma que se convierte en cosa, la reificación de lo puramente psíquico, lo sabido que se hace pasar por lo conocido. En términos lacanianos, diríamos que la psicología es lo puramente simbólico que se hace pasar por lo real, de lo que resulta una realidad imaginaria. Esta realidad de la ideología se constituye psicológicamente. Psicológico es el proceso por el que un saber aparece como un conocimiento. El establecimiento de relaciones sociales a nivel del saber es un proceso psicológico. Y los errores cognitivos resultantes también son psicológicos. Desde su surgimiento, como nos lo demuestra Canguilhem, la psicología estudia los errores en el conocimiento. Estos errores son la psicología del sujeto. Y la ideología, después de todo, estriba estos errores. La ideología, desde este punto de vista, está en la psicología del sujeto. Uno de ustedes podría protestar y decir que estoy confundiendo la psicología de alguien con la psicología como disciplina. Sí, las estoy confundiendo, pero esta confusión ya existe y me parece reveladora. Es un verdadero lapsus. ¡La psicología de alguien tiene el mismo nombre que la psicología que estudia la psicología de alguien! ¿Por qué la psicología de alguien tendría que ser estudiada por la psicología? ¿No tendría que ser más bien estudiada por la metapsicología?
  11. Porque aun si la psicología no es la esencia de la ideología, podemos aceptarla como la esencia de la ideología dominante, la ideología burguesa del capitalismo avanzado, cuyos rasgos distintivos corresponden a las grandes orientaciones de la actual psicología convencional, por ejemplo: la introspección burguesa que nos hace ver adentro para no ver afuera; la autonomía del consumidor sólo sujeto a sus gustos, sus deseos, su personalidad, y no a la estructura social, política y económica; el hedonismo que reduce el propósito de la vida a estar bien, a no sufrir, a no indignarnos, a no sublevarnos contra nuestra condición de vida; el adaptacionismo que nos hace aceptar lo inaceptable; la connotación negativa del conflicto que conjura todas las luchas con las que podría cambiarse la sociedad; el confinamiento de los problemas al ámbito privado con el fin de preservar el orden establecido en el espacio público; la reducción de los conflictos sociales, económicos y políticos, a puros problemas psicológicos; las pequeñas revoluciones personales para evitar las grandes revoluciones sociales.
  12. Porque la ideología burguesa dominante o hegemónica, tal como se expresa en la psicología, debe ser criticada por quien se opone al sistema capitalista. Si queremos destruir el sistema, debemos aniquilar sus dispositivos ideológicos, entre ellos la psicología, pues estos dispositivos protegen al sistema y permiten su funcionamiento. Nuestra lucha anticapitalista debe incluir una lucha contra-psicológica.
  13. Porque vivimos en una sociedad profundamente psicologizada, y no se puede criticar la sociedad sin criticar su psicologización, y no se puede criticar esta psicologización sin criticar la psicología. Criticamos la psicología cuando criticamos el hecho de que la sociedad parezca girar en torno a fenómenos psicológicos como el deseo de los consumidores, la personalidad de los dirigentes, las simpatías o antipatías de los votantes, la depresión en los jóvenes y toda la demás parafernalia psicológica con la que se ocultan fenómenos objetivos y materiales como el desempleo, la miseria, la desigualdad, la lucha de clases, la opresión, la explotación, la marginación, la acumulación de capital, etc.
  14. Porque la psicología tiende por sí misma naturalmente al idealismo, y yo soy materialista y creo conocer el peligro del idealismo, el que haga olvidar la estructura material de la sociedad, las relaciones materiales, la base material, etc. Al hacernos olvidar todo esto, el idealismo podría permitir que todo esto se reproduzca y que nadie quiera cambiarlo.

¿Por qué la psicología crítica?

  1. Porque es la única psicología que nos permite dar un paso adelante en el desarrollo de la psicología, lo cual, en la perspectiva epistemológica actual, exige necesariamente que la psicología se critique a sí misma y sea verdaderamente reflexiva, que se torna sobre sí misma y sobre sus condiciones de posibilidad. Así como la filosofía, a partir de Kant, presupone siempre la crítica y sabe que no se puede prescindir de ella, así también la psicología debería admitir que la noción actual de ciencia excluye la posibilidad misma de una ciencia acrítica o no crítica.
  2. Porque la psicología crítica, a mi juicio, es la única psicología científica, al menos si entendemos por “ciencia” lo que yo entiendo, lo que Althusser entiende, la ruptura con la ideología, la crítica de la ideología.
  3. Porque nos permite estar en la psicología sin encerrarnos en la psicología, sin explicar siempre lo psicológico por lo psicológico, en un círculo vicioso ya denunciado por Holzkamp.
  4. Porque nos permite luchar contra la psicología sin renunciar a la psicología. Esto es posible porque la psicología crítica, como ya lo observó Ian Parker, está simultáneamente dentro y fuera de la psicología. Al permanecer dentro de la psicología, puede sacar provecho de esa arma ideológica poderosísima que es la psicología y no estar en desventaja contra ella. Sin embargo, la ideología no puede ser totalmente instrumentalizada. Como ya lo sabía Althusser, la ideología nos puede usar inconscientemente cuando la usamos consciente y deliberadamente. Es por esto que la psicología crítica no debe permanecer únicamente dentro de la psicología, a merced de la ideología, sino que debe salir y mantener un pie fuera de la psicología. Esto le permite preservarse contra el poder ideológico. Además, al estar fuera, en ruptura con la ideología, la psicología crítica se ubica en el terreno científico y suma el poder científico al poder ideológico. En el frente que se encuentra fuera del ámbito ideológico-psicológico, la psicología crítica lucha con las armas de la ciencia, de la crítica de la ideología. Es una lucha científica con argumentos científicos. Pero esta lucha también debe ser política e ideológica, debe ser un combate por convicciones y no sólo por evidencias, y es por eso que también debe existir el frente de lucha al interior de la psicología.