Discurso, trauma y contradicción: el caso de la inacabada Independencia de México

Conferencia para la mesa Irrupciones de lo real: el Análisis Lacaniano de Discurso en la interpretación de traumas colectivos, realizada el viernes 8 de octubre de 2021 y organizada por José Cabrera Sánchez en el Instituto de Psicología de la Universidad Austral de Chile

David Pavón-Cuéllar

Introducción: historia e inconsciente

Jacques Lacan tenía razón al considerar que la historia “es coextensiva del registro del inconsciente”[1]. El discurso del Otro, como lo llamaba el propio Lacan, resulta indiscernible de la trama de los acontecimientos históricos. Estos acontecimientos aparecen como formaciones del inconsciente. Descubrimos en ellos las operaciones básicas del inconsciente que Sigmund Freud supo desentrañar en el sueño, entre ellas la condensación y la sobredeterminación.

Es mucho lo que se condensa en cada acontecimiento histórico y lo sobredetermina por dentro, constituyéndolo, haciendo que sea lo que es, algo irreductiblemente singular y siempre insondable, inabarcable e inagotable para quien lo estudia. Esto lo entendió muy bien Louis Althusser. Fue por eso que aplicó el concepto freudiano de sobredeterminación a la historia. Fue por lo mismo que propuso el otro concepto de “causalidad estructural” para designar “la existencia de la estructura en sus efectos”[2].

Cada efecto, cada suceso de la historia, condensa la estructura que lo sobredetermina. Es también por esto que los acontecimientos históricos, al igual que los contenidos inconscientes, desafían el principio lógico de no contradicción y tienen siempre sentidos contradictorios como los que Freud observó en sueños, síntomas, lapsus y otros fenómenos análogos. Las observaciones de Freud en la esfera psíquica le permitieron vislumbrar lo que Mao Tse-Tung conoció a su modo en el campo histórico, en la “coexistencia” e “identidad de los contrarios” en cada suceso de la historia, cada uno teniendo “aspectos contradictorios que se excluyen mutuamente o luchan entre sí”[3].

Mao se percató de que los acontecimientos históricos, al igual que los sueños interpretados por Freud, están atravesados por contradicciones que son también conflictos, enfrentamientos, luchas. En Mao, estas luchas son políticas y disocian políticamente cada suceso de la historia. Cada uno representa, por ejemplo, un avance revolucionario y un retroceso reaccionario, una victoria y una derrota para cada una de las fuerzas históricas involucradas en lo sucedido.

Las contradicciones inherentes a cada acontecimiento, así como su origen en la condensación y la sobredeterminación, pueden apreciarse de manera bastante clara en la trama histórica-discursiva que analizaremos ahora: la que va de la Independencia de México, iniciada con el “grito de Dolores” de 1810, hasta su conmemoración de 2021 en la que López Obrador introdujo un elemento perturbador. Veremos cómo la historia en cuestión se despliega en discursos que pueden analizarse como tales. Estos discursos nos descubrirán finalmente un meollo inanalizable: el de algo que ni siquiera puede pensarse y que nos representaremos como un trauma colonial indeterminado que escapa a la sobredeterminación, la condensación y la contradicción.

Cada suceso histórico es contradictorio por lo que se condensa en él y lo sobredetermina, pero también fundamentalmente por su vínculo con lo traumático: por lo que sortea y repite, por lo que olvida e insiste, por lo real que no deja de no escribirse. El trauma colonial, incidiendo además y a través de la sobredeterminación y la condensación, ha sido así decisivo para que el carácter independiente de México sea insolublemente contradictorio, verdadero y ficticio, acabado e inacabado, real y posible, posible e imposible. El mismo trauma colonial parece haber introducido ya la contradicción en la Independencia misma de la nación mexicana, en su inicio, en su desarrollo y en su consumación.

Contradicciones en el inicio de la Independencia de México

La Independencia de México es contradictoria en cada uno de sus episodios. Cada uno es y no es lo que suele pensarse que es. Esto resulta evidente cuando situamos cada episodio en su contexto histórico, tal como éste se despliega discursivamente a través de los discursos de la nación y de la independencia, de la ilustración y de la Revolución Francesa, de los criollos y de los peninsulares.

Lo primero que debemos recordar es que aquello que podemos denominar “identidad nacional” surge en la misma época en España y en sus colonias en América. Los americanos comenzamos a pensarnos de modo nacional-identitario y a luchar por nuestra independencia no después de los españoles, sino al mismo tiempo que ellos. No hay que olvidar que la Guerra de Independencia Española, su guerra para liberarse del Primer Imperio napoleónico francés, ocurrió entre 1808 y 1814, exactamente en los mismos años en que los países hispanoamericanos emprendíamos nuestra lucha para independizarnos del Imperio Español.

Vemos aparecer aquí la primera contradicción. Tal vez nuestra lucha latinoamericana por la independencia fuera ella misma un signo inequívoco de nuestra dependencia, de nuestra condición colonial, de nuestra profunda subordinación a las dinámicas ideológico-políticas de España y Europa. Quizás los españoles debían luchar por su independencia contra los franceses para que se nos ocurriera en América luchar por nuestra independencia contra los españoles. ¿O acaso todo sucedió por cierto fantasma patriótico y liberal que recorrió el mundo y que parece haberse originado en la Ilustración y especialmente en la Revolución Francesa?

Algo seguro es que la influencia intelectual y política francesa fue decisiva para la emergencia del sentimiento nacional e independentista en España. La contradicción de los españoles fue semejante a la de los americanos: tal parece que desarrollaron su nacionalismo independentista gracias a los mismos franceses contra los que lucharon en su Guerra de Independencia. Esta guerra era ella misma una evidencia de la dependencia de España con respecto al espíritu francés, ese espíritu burgués moderno, patriótico y liberal, que encontraba una de sus mejores expresiones en la figura del invasor, del opresor y liberador Napoleón, heredero igualmente contradictorio de los valores de la Ilustración y de la Revolución Francesa.

Mucho tiempo se pensó que la herencia ilustrada y revolucionaria de Francia fue determinante para la Independencia de México, pero esta idea tiene que ser matizada hoy en día. El factor francés, como lo ha mostrado Luis Villoro, no parece haber intervenido ni desde el principio ni de modo inmediato, sino por una mediación española, especialmente a través del espíritu liberal de las Cortes Generales y de la Constitución de Cádiz, y tardíamente, a partir de los años de 1812 y 1813, en los tiempos del periódico liberal El Pensador Mexicano de Fernández de Lizardi y de las propuestas radicales del Congreso de Chilpancingo[4]. Antes de este momento, el movimiento independentista mexicano parece hundir sus raíces en el pensamiento de dos jesuitas, el famoso teólogo español Francisco Suárez y el mexicano Francisco Javier Alegre, quienes fundan el poder monárquico en el pueblo y en su pacto con el monarca.

El pacto fue roto el 1808 con las abdicaciones de los reyes españoles Carlos IV y Fernando VII en favor del emperador francés Napoleón y de su hermano José Bonaparte. Las llamadas “Abdicaciones de Bayona” fueron el elemento detonante de un movimiento independentista mexicano que fue al principio, entre 1808 y 1813, más antifrancés que antiespañol. Esto resulta evidente en el discurso de los precursores e iniciadores de la Independencia de México: Primo de Verdad proponiendo una defensa contra la “inmoralidad” de Francia, Ignacio Aldama reivindicando una “sana libertad” en lugar de la “libertad francesa contra la religión”, José María Cos presentando a los americanos como el último baluarte moral contra las ideas disolventes del “francesismo” y Severo Maldonado afirmando que los insurgentes mexicanos son ahora “los verdaderos españoles”[5].

Llegamos aquí a otra contradicción. La Independencia de México, su independencia con respecto a España, comienza como una suerte de confesión de fidelidad a España, como una reivindicación de lo verdaderamente español, contra lo francés y lo afrancesado. El movimiento independentista mexicano es al principio contra el francesismo y en el nombre de la herencia moral y cultural española. Es por la Independencia de España, por su libertad con respecto a Francia, por lo que se está luchando cuando se lucha por la Independencia de México, de la Nueva España, de la América española que se presenta como el último reducto de España tras la invasión francesa de la península.

De hecho, como lo dice Maldonado, los insurgentes mexicanos se veían a sí mismos como los verdaderos españoles que luchaban para liberarse de la falsa España que se dejó someter por los franceses. El único medio para no afrancesarse y para seguir siendo un verdadero español era paradójicamente convertirse en mexicano. Dar nacimiento a México, al independizarse de España, era una forma de preservar algo de España. Se estaba luchando por esto español cuando se luchaba contra los españoles que lo traicionaban. 

Sabemos que las contradicciones recién expuestas despliegan la visión de los criollos, nacidos en México, sobre su lucha contra los peninsulares, los nacidos en España. La invasión francesa de España les permite a los criollos presentarse al fin como los verdaderos españoles contra los peninsulares que se han presentado siempre como los auténticos españoles. El conflicto de legitimidad entre las dos Españas termina resolviéndose en la guerra de Independencia de México, de la Nueva España, con respecto a la Vieja España.

Contradicciones en el Grito de Hidalgo

Todo lo dicho hasta este momento, y mucho más imposible de abarcar, se condensa en el Grito de Dolores y lo sobredetermina por dentro. Es verdad que ni siquiera sabemos exactamente lo que Miguel Hidalgo habría dicho en este acontecimiento con el que da inicio la Guerra de Independencia de México, pero las diversas versiones de sus palabras expresan invariablemente las contradicciones a las que nos hemos referido. Estas contradicciones oponen América, la Virgen de Guadalupe y el rey español Fernando VII, al mal gobierno y a los españoles peninsulares presentados como gachupines.

Permítanme citar únicamente las referencias del mismo año de 1810 al Grito de Dolores. De acuerdo al obispo michoacano Manuel Abad y Queipo, Hidalgo habría gritado “¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII y muera el mal gobierno!”. Según un testimonio anónimo citado por el historiador Ernesto Lemoine Villicaña, lo que se gritó fue “¡Viva la religión católica!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la patria y reine por siempre en este continente americano nuestra sagrada patrona la santísima Virgen de Guadalupe!, ¡muera el mal gobierno!”. Según Fray Diego Miguel Bringas, el grito fue “¡Viva la América!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la religión y mueran los gachupines!”.

Bringas inserta el grito en un discurso más amplio en el que Hidalgo se habría dirigido a los “americanos oprimidos” para decirles que “llegó ya el día suspirado de salir del cautiverio y romper las duras cadenas con que nos hacían gemir los gachupines: la España se ha perdido; los gachupines, por aquel odio con que nos aborrecen, han determinado degollar inhumanamente a los criollos, entregar este floridísimo reino a los franceses, e introducir en él las herejías; la patria nos llama a su defensa, los derechos inviolables de Fernando VII nos piden de justicia que le conservemos estos preciosos dominios, y la religión santa que profesamos nos pide a gritos que sacrifiquemos la vida antes que ver manchada su pureza; hemos averiguado estas verdades, hemos hallado e interceptado la correspondencia de los gachupines con Bonaparte: ¡guerra eterna, pues, contra los gachupines!”[6].

El discurso de Hidalgo reportado por Bringas, al igual que las diferentes versiones del Grito de Dolores, ponen de manifiesto el conflicto fundamental entre los americanos y los gachupines, entre los criollos y los peninsulares, pero también, sobredeterminando ese conflicto, entre la patria y el mal gobierno, entre Fernando VII y Bonaparte, entre el españolismo y el francesismo, entre lo verdaderamente español y lo falsamente español, entre la religión católica y las herejías de los franceses. Resulta extraño, por decir lo menos, que estas coordenadas conflictivas tan esencialmente europeas estén en el origen de la independencia de lo americano con respecto a lo europeo. Es verdad que ya aparece lo americano, lo criollo que se opone a lo peninsular, pero lo hace bajo la forma europea de una reivindicación de lo católico, de lo español, contra lo hereje, contra lo francés.

Lo americano carece aún de un sentido propio suficientemente preciso y definido en las versiones del grito y el discurso de Hidalgo. Lo que aquí aparece como americano es básicamente lo opuesto a lo francés. Esto es así desde el punto de vista de Hidalgo y de sus partidarios, ya que para el bando opuesto Hidalgo es el afrancesado. Esta representación de un Hidalgo afrancesado, promovida por los enemigos del movimiento independentista, será paradójicamente la que se imponga en el México independiente. 

Vemos ahora que las contradicciones revisadas se interpretan a su vez contradictoriamente desde las perspectivas opuestas de los partidarios y opositores al movimiento iniciado por Hidalgo. Este movimiento se ve simultáneamente, desde las dos perspectivas, como un movimiento afrancesado y antifrancés, antiespañol y pro-español, contra Fernando VII y a favor de él, anticatólico y en defensa del catolicismo. Como hemos visto, con el paso del tiempo, especialmente a partir de 1812, el movimiento acaba tiñéndose de una coloración francesa y claramente independentista, como si los detractores de Hidalgo hubieran presentido o profetizado algo.

Contradicciones en la consumación de la Independencia

El caso es que lo iniciado por Hidalgo en 1810, fuera lo que fuera, se convirtió en la gesta por la independencia que se consumó en 1821. Esta consumación fue tan contradictoria como lo que la precedió. Todo fue lo contrario de lo que se imaginaba, de lo que se preveía, de lo que era.

Conviene recordar que la Constitución de Cádiz contribuyó a que el movimiento comenzado por Hidalgo adoptara un espíritu ahora sí afrancesado, ilustrado y revolucionario, liberal y nacionalista, claramente independentista. La Independencia de México le debe mucho a las Cortes Generales de Cádiz y a su constitución liberal de 1812. Esta constitución creó un clima propicio para el independentismo, aseguró cierta libertad de prensa para los periódicos favorables a la Independencia, influyó en el primer Congreso de Chilpancingo, inspiró la primera Constitución de Apatzingán y motivó a Francisco Xavier Mina a venir a México a luchar contra la corona española.

Sin embargo, si la Independencia de México se consumó en 1821, no fue sólo gracias a la Constitución de Cádiz, sino también contra ella. Fue al sublevarse contra el espíritu anticlerical y liberal de esta constitución, a través de lo que se conoce como Conspiración de La Profesa, que la élite aristocrática y eclesiástica de la Nueva España impulsó decisivamente el movimiento independentista con el propósito de establecer en México una monarquía encabezada por Fernando VII o por un infante español. En una situación tan contradictoria como las anteriores, fue por la Monarquía de España que triunfó la Independencia de México. Esta independencia, tan favorecida por la Constitución de Cádiz, fue al final consumada por una reacción contra esa constitución.

El movimiento independentista sólo pudo triunfar al ser apoyado por sus peores enemigos. Uno de ellos, Agustín de Iturbide, jefe militar que peleó incansablemente contra los insurgentes entre 1810 y 1820, fue el protagonista de la consumación de la independencia y el primer gobernante del México independiente. El país logró independizarse para ser gobernado por uno de los mayores opositores a su independencia.

El grito de López Obrador

En el México independiente, desde el siglo XIX hasta ahora, las fiestas cívicas nacionales más importantes del año son el 15 y el 16 de septiembre, los días en los que Hidalgo habría dado el grito de 1810 con el que se inició la Guerra de Independencia. Poco a poco se ha ido imponiendo un ritual por el que los presidentes, así como gobernantes locales o representantes diplomáticos, dan un grito como el de Hidalgo. Sin embargo, en lugar de aclamar a Fernando VII y a la Virgen de Guadalupe, los funcionarios mexicanos han adoptado una fórmula canónica en la que lanzan vivas a los “héroes que nos dieron patria y libertad”, mencionan los nombres de Hidalgo, Morelos y otros, y terminan gritando “¡Viva la independencia nacional!” y tres veces “¡Viva México!”.

La fórmula canónica no impide que el funcionario en turno le dé su toque personal al grito. Por ejemplo, el presidente izquierdista Lázaro Cárdenas vitoreó “la revolución social”, Adolfo López Mateos “la revolución mexicana” y Luis Echeverría “los países del tercer mundo”. Así también, el 15 de septiembre de 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador gritó “¡vivan las culturas del México prehispánico!”.

La frase de López Obrador provocó cierto malestar, lo que se explica en parte por la coyuntura política. Debe recordarse que López Obrador ha insistido en solicitar al gobierno de España y al rey Felipe VI que pidan perdón por los abusos cometidos en la conquista contra los pueblos originarios. Los gobernantes españoles han ignorado la petición y no han pedido perdón, lo que ha hecho que el presidente mexicano los acuse de soberbia y arrogancia.

Las tensiones entre España y México han sido acompañadas por otros hechos altamente simbólicos. En la conmemoración por los 500 años de la caída de Tenochtitlán, el 13 de agosto, López Obrador habló en el nombre del Estado para pedir perdón a los indígenas por los excesos de la conquista. Luego, el 5 de septiembre, se anunció que la escultura de una mujer indígena, la diosa de la tierra Tlalli, se levantaría en lugar del monumento a Cristóbal Colón en la famosa glorieta del Paseo de la Reforma en la Ciudad de México. Fue a la semana siguiente del anuncio de esta sustitución, así como un mes después de pedir perdón a los indígenas, que López Obrador gritó “¡vivan las culturas del México prehispánico!” al conmemorar la independencia nacional.

El grito del presidente se inserta en un discurso más amplio, en una cadena significante, en una serie de gestos simbólicos insistentes que se refieren de un modo u otro a la colonización española. Al igual que el perdón gubernamental por la conquista y que la sustitución de la escultura de Colón, el grito de López Obrador es a favor de los pueblos originarios conquistados y colonizados, pero también contra el gobierno de España que no ha querido pedir perdón por la conquista y la colonización. Tenemos aquí un grito contra lo español que es como un eco del real o legendario “¡mueran los gachupines!” de 1810.

No debe olvidarse que el grito de Hidalgo fue también un grito contra los gachupines, contra los peninsulares, por parte de los criollos, quienes se presentaban como los verdaderos españoles. Tampoco hay que olvidar que López Obrador, aunque mestizo, es también alguien a quien podríamos llamar “criollo”, descendiente de español. De hecho, según un rumor bastante difundido cuya exactitud carece de importancia, el presidente mexicano descendería no de cualquier tipo de español, sino de uno comunista que tendría buenas razones históricas para decir que ayudó a traer a México una verdad que falta en el Estado Español, una verdad que debió exiliarse fuera de España, la verdad republicana del pueblo, de la igualdad y de la auténtica democracia.

Desde luego que la verdad a la que me refiero subsiste y resiste en la Vieja España gracias a lo representado por organizaciones o coaliciones como Unidas Podemos, las cuales, no por casualidad, han comprendido y apoyado la posición de López Obrador. Sin embargo, exceptuando a la auténtica izquierda minoritaria, esta posición ha sido rechazada por la mayor parte del rancio y espurio Estado Español, que ha oscilado entre la indignación, la mofa y observaciones francamente delirantes como la de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, quien ha declarado que “el indigenismo es el nuevo comunismo”. Como suele suceder, el delirio nos revela una verdad que no puede revelarse de otro modo: esta verdad es que el nuevo comunismo será indigenista o no será.

Indigenismo en el comunismo: la opción por los oprimidos entre los oprimidos

Desde luego que López Obrador no es exactamente un indigenista ni mucho menos un comunista. Sin embargo, tenga o no un abuelo comunista, su renegación de lo colonial y su reivindicación de lo indígena le están dando voz a una verdad universal que es también la del comunismo: la verdad encarnada por los oprimidos, escenificada en cualquier lucha contra la opresión, despreciada por el actual Estado Español y frenéticamente borrada por treinta y cinco años de franquismo. Esta verdad es la que se exilió en tierras mexicanas en 1939. Es una verdad constantemente reprimida que ya existía antes en México y que intentó abrirse paso a través de los movimientos revolucionario de 1910 e independentista de 1810. Esta verdad universal del comunismo, que Hidalgo apenas balbuceó al gritar “¡muera el mal gobierno!”, es la misma verdad particular del indigenismo que resonó como un susurro a través de los gritos “¡viva la América!” y “¡viva la Virgen de Guadalupe!”.

Con su elemento indígena, lo guadalupano y lo americano parecen representar ya la piel morena y la condición originaria de los oprimidos entre los oprimidos. Quizás Hidalgo no los mencionara, pero les hablaba en otomí, purépecha y nahua, y ellos lo seguían y componían la mayor parte de su ejército insurgente. Los pueblos originarios, los oprimidos entre los oprimidos, fueron la verdad viva de los criollos que se presentaban como los verdaderos españoles en lucha contra los falsos, los peninsulares, los afrancesados.

Entre 1810 y 1812, el movimiento por la Independencia de México parecía confundirse con el movimiento por la Independencia de España con respecto a la Francia de Napoleón. En ambos casos, después de todo, se trataba de un movimiento contra el invasor, contra el opresor. Después de 1812, en Cádiz y en México, se toma conciencia de que luchar verdaderamente contra la opresión exige luchar, no contra Napoleón y a favor de Fernando VII, sino contra cualquier corona, contra la monarquía y sus diversas formas de opresión de la época, entre ellas el absolutismo y el colonialismo. Es así como los luchadores se vuelven liberales en Cádiz y anticoloniales en México, y al volverse tales, advienen de algún modo ya como españoles y como mexicanos.

El verdadero nacionalismo, no el pseudo-nacionalismo de las derechas opresivas de México y España, surge de una lucha contra la opresión, lucha que hoy es recogida por la izquierda y que sólo se realiza de modo universal en el comunismo. En el contexto mexicano, esta lucha tomó una forma definida en el Congreso de Chilpancingo de 1813 que ordenó la soberanía popular, el reparto de latifundios, la igualdad entre castas y la abolición de la esclavitud. Estas ordenanzas debían favorecer a los oprimidos entre los oprimidos, a los esclavos africanos, a los más pobres y especialmente a los indígenas aún mayoritarios en el país.

Finalmente, a través de las contradicciones que hemos revisado, la Independencia terminó siendo lo contrario de lo que era. Inauguró un poder independiente opresivo que ha violado sistemáticamente las ordenanzas del Congreso de Chilpancingo al usurpar la soberanía popular, impedir el reparto de latifundios y reproducir las castas y la esclavitud bajo las formas aceptables de la discriminación pigmentocrática y la explotación capitalista. El capitalismo periférico, racista y no sólo clasista, ha perpetuado una colonialidad tan discriminatoria y explotadora como el viejo colonialismo.

Los más discriminados y explotados han sido siempre los pueblos originarios. Estos pueblos han seguido siendo los oprimidos entre los oprimidos en los siglos XIX, XX y XXI. Sus opresores no han dejado nunca de constituir una oligarquía predominantemente criolla que a veces representa directamente los intereses de capitales extranjeros, entre ellos los españoles. Mientras tanto, los gritos de cada 15 de septiembre tan sólo han servido para vitorear a México, botín y festín de los opresores, sin alusión alguna a los oprimidos y mucho menos a los oprimidos entre los oprimidos, los pueblos originarios.

Trauma colonial

Comprendemos, entonces, que haya un pequeño acontecimiento discursivo cuando López Obrador grita, el 15 de septiembre de 2021, “¡vivan las culturas del México prehispánico!”. Esta exclamación es primeramente un retorno sintomático de la verdad particular del indigenismo: la verdad reprimida en gritos anteriores, la verdad de lo americano de América y de la piel morena de la Virgen de Guadalupe, la verdad de los oprimidos entre los oprimidos en México. Esta verdad particular, como bien lo presintió Díaz Ayuso en su delirio, es también la verdad universal de los oprimidos, la que se rebela contra cualquier opresión, la que adopta su forma definitiva en el comunismo.

Además, como en cualquier síntoma, el retorno de la verdad en el grito de López Obrador nos permite vislumbrar algo más que subyace a la represión: algo traumático asociado con la devastadora colonización española del continente americano. El trauma colonial, como cualquier otro, puede percibirse ahí donde supo situarlo el psicoanálisis, en lo que Lacan describe como un “meollo primitivo” que se encontraría en “otro nivel que los avatares de la represión” y que operaría como su “fondo y soporte”[7]. En la Independencia de México y en sus conmemoraciones anuales, el fondo y soporte de la represión de los pueblos originarios parece radicar efectivamente en lo traumático de la colonización que nos desgarra de lo indígena y nos encierra en el horizonte de lo europeo.

Es en última instancia por el trauma colonial que tenemos los diversos efectos desgarradores de la represión que revisamos en los discursos de principios del siglo XIX, entre ellos la Independencia de México pensada como una Independencia de España con respecto a Francia, la extremeña Virgen de Guadalupe representada como único reducto para la piel morena del indígena, el mexicano concibiéndose a sí mismo como un verdadero español y el rey peninsular Fernando VII y el emperador criollo Agustín de Iturbide apareciendo como los únicos gobernantes admisibles para el México independiente. Estas extrañas relaciones lógicas, flagrantes contradicciones cuando se juzgan desde nuestro presente, no sólo resultan de todo aquello sobredeterminante que se condensa en cada una de ellas, de la estructura en la que sólo podemos afirmarnos al negarnos, sino de lo traumático de la colonización con la que se ha instaurado la estructura en el vacío dejado por lo aniquilado. Lo mismo traumático también parece haber contribuido, entre los siglos XIX y XXI, a que haya una larga serie de presidentes criollos, blancos o blanqueados, que se contradigan al gritar vivas a la Independencia cada 15 de septiembre mientras ayudan el resto del año a sostener la dependencia colonial o neocolonial del México pretendidamente independiente.

Lo que se repite cada año no es tan sólo el grito, sino lo que resiste contra lo que se grita. La resistencia contra la independencia es aquí, al igual que en el psicoanálisis, lo que Lacan describe como una “repetición en acto” de lo traumático, en este caso de lo traumático de la colonización[8]. El trauma colonial, siendo imposible de recordar, tiene que repetirse una y otra vez, y lo hace cada vez que resistimos contra la descolonización, cada vez que repetimos así el gesto colonizador que nos ha constituido al traumatizarnos.

La repetición de lo traumático, bajo las más diversas formas simbólicas, perpetúa incesantemente la colonialidad. Nuestra condición colonial se mantiene así gracias a su origen traumático y su resultante lógica repetitiva. Esta lógica de repetir en lugar de recordar obstaculiza cualquier liberación, la detiene, resiste contra ella, resistiendo contra la evocación de lo traumático y contra el retorno sintomático de la verdad reprimida.

Al gritar “¡vivan las culturas del México prehispánico!”, López Obrador está dando voz a la verdad indígena incesantemente reprimida en los gritos de Independencia. Es así como el grito de 2021 está interrumpiendo la despiadada lógica repetitiva del trauma colonial, intentando recordar para dejar de repetir, como ya lo había hecho el presidente mexicano en intervenciones anteriores a las que ya nos referimos.

En una de ellas, el 11 de septiembre del mismo año de 2021, el presidente mexicano llegó quizás demasiado lejos al referirse explícitamente a lo traumático de la colonización. Afirmó que el gobierno español y “sobre todo la monarquía” reaccionaron “con soberbia” al no pedir perdón “por lo que se llevó a cabo de manera abusiva en nuestro país con las comunidades originarias, la represión que hubo, los asesinatos masivos, el exterminio”. Lo traumático apareció así en el discurso.

La designación directa de lo que está en juego en el trauma colonial ocurrió sólo cuatro días antes del grito del 15 de septiembre. La aclamación de las “culturas del México prehispánico” presuponía la referencia inmediatamente anterior a su “exterminio” por los españoles. Esta evocación de lo traumático duró sólo un instante, pero un instante eterno que planteó la posibilidad subversiva de que todo fuera diferente. Planteando esta posibilidad, entendemos que la intervención de López Obrador haya provocado una resistencia, una repetición en acto, que pudo apreciarse claramente en las reacciones de la derecha de los siguientes días.

Reacción y resistencia

Hay dos reacciones que merecen que nos detengamos en ellas. Se trata de un par de tweets, uno de Vicente Fox y otro de Felipe Calderón, quienes fueron presidentes de México por el derechista Partido de Acción Nacional. Sus tweets fueron enviados el mismo 15 de septiembre en el que López Obrador aclamó a las “culturas del México prehispánico”.

El tweet de Vicente Fox comenta un video en el que las personas aplauden y sacan fotos a unos mariachis en Madrid. Fox se dirige al presidente y le dice: “Mira López cómo nos quieren allá y tú cómo los tratas; además, no reniegues de tu sangre y origen Español”. Fox escribe “Español” con mayúscula y emplea el imperativo, “no reniegues de tu sangre y origen”, al enunciar esa ley implacable del criollo y del mestizo, del blanco y del blanqueado, que ha obligado a perpetuar la colonialidad y a callar el exterminio colonial a muchos de los predecesores de López Obrador.

La despiadada ley de Fox es la misma que llevó a los criollos a considerarse los “verdaderos españoles” y a repudiar a los peninsulares “afrancesados”. Es la misma ley por la que una Independencia de México debía asimilarse a la Independencia de España. Es un ejemplo insuperable de aquella ley superyóica subjetivante, identitaria, que Lacan describe como “ciega y repetitiva”, reconduciéndola precisamente a un “acontecimiento traumático”, tal como el de la colonización, que “reduce la ley a una punta de carácter inadmisible e inasimilable”[9].

¿Cómo podríamos, en tanto que sujetos del significante y no simples organismos biológicos, asimilar y admitir el imperativo de no renegar de nuestra sangre? ¿Cómo y por qué juraríamos fidelidad a lo español que nos excluye de aquello mismo que designa? ¿Por qué no seríamos libres de repudiar un origen que nos avergüenza? ¿Por qué no tendríamos derecho de pedir perdón por lo que somos?

¿Por qué los mexicanos deberíamos querer ser españoles? Fox tiene una respuesta infalible: porque los españoles “nos quieren”. Es verdad que el deseo del Otro está en el origen traumático de nuestro deseo. Como lo ha mostrado Lacan, el deseo nace del “trauma” que vivimos al entrar en contacto con el “deseo del Otro”, un deseo “informulable” en el que brota nuestro deseo bajo la forma de un “deseo de saber”[10].  

Deseamos saber no sólo por qué y para qué nos quieren los españoles, sino qué diablos quieren de nosotros. Quizás encontremos respuestas en los turistas y en Repsol o en el Banco Santander. Estas respuestas serán convincentes, pero no suficientes. Hay siempre algo más que sólo podremos saber al pensar en lo traumático de nuestra colonización.

El problema es que el trauma colonial, como cualquier otro, se caracteriza por tener un aspecto radicalmente impensable y refractario al saber. Imposible tener ideas claras y distintas acerca de lo traumático de la colonización. Como lo ha notado Lacan, el trauma “desmantela” nuestro pensamiento y nos reduce a la posición de “no saber”[11].

La falta de saber y de pensamiento se aprecia muy bien en el tweet de Felipe Calderón: “Mi bisabuela era una indígena purépecha, el abuelo del Presidente era español cantábrico. Los mexicanos tenemos orgullosamente raíces indígenas y españolas indisolubles. Pretender arrancarnos una vertiente es antinacional. ‘Descolonizar’ sólo refleja complejos y problemas mentales”. Pasando por alto la burda estrategia de psicopatologización y resultante despolitización de lo político, hay que notar que las supuestamente inseparables raíces indígenas y españolas están siendo separadas por el mismo discurso de Calderón: las raíces indígenas son las de él con su bisabuela purépecha, mientras que las raíces españolas son las de López Obrador con su abuelo cantábrico.

Calderón está procediendo antinacionalmente, como él mismo diría, al arrancarse lo español y al arrancarle también lo indígena a López Obrador. Al final, tenemos a dos entes arrancados el uno del otro ahí donde uno habría esperado encontrar a un mestizo. Lo que pasa es que este mestizo, como lo muestra Calderón en su tweet, no puede concebir el trauma colonial sin dividirse a sí mismo. La división del sujeto de la colonialidad es la experiencia inmediata de lo traumático de la colonización.

Como ya lo constató Lacan, el trauma es el “punto al que el sujeto no puede acercarse sin dividirse”, perdiendo la “unidad del psiquismo totalizante y sintético”[12]. El mestizaje, entendido en sentido cultural y no biológico, se revela entonces como lo que es, como un campo de batalla y como la batalla misma, como una lucha, como un conflicto desgarrador. Este conflicto que divide al sujeto del tweet de Calderón, desdoblándolo en Calderón y en López Obrador, es el mismo que ha provocado, en última instancia, el aspecto contradictorio de los demás gestos asociados con la Independencia y con su conmemoración.

Conclusión: eternidad y causalidad subsistente

Las contradicciones pueden explicarse, desde luego, por lo que se condensa en cada gesto y lo sobredetermina por dentro. Cada gesto está internamente dividido por determinaciones históricas opuestas como lo español y lo indígena mesoamericano, lo católico y lo ilustrado-revolucionario, lo monárquico y lo republicano, lo colonial y lo anticolonial, lo conservador y lo progresista, lo racista y lo indigenista, lo capitalista y lo comunista, etc. Sin embargo, si estas contradicciones persisten o se transforman en lugar de resolverse dialécticamente de un modo sintético positivo, es porque provienen de situaciones traumáticas insuperables, de heridas que permanecen abiertas, como es el caso de la devastadora colonización de América.

El trauma colonial es una causa, pero una causa que subsiste en sus efectos. Es así una parte fundamental de todo aquello sobredeterminante que se condensa en cada elemento de la historia del México independiente y de la vida cotidiana de los mexicanos. De algún modo somos lo traumático de la colonización: lo somos, lo sentimos, lo pensamos y lo actuamos a cada momento.

El trauma colonial se repite y se eterniza en la historia que resulta de él. Su eternidad es como la intemporalidad que Freud encontró en el inconsciente. Llegamos así, al final de este recorrido, a otro aspecto que el inconsciente y la historia tienen en común.

Lo histórico, al igual que lo inconsciente, no es tan sólo algo que sucede cada vez de modo contradictorio, condensado y sobredeterminado, sino que implica también algo traumático intemporal que no se ha superado. Este meollo de la historia, que subyace a la represión constitutiva del inconsciente, asegura la incesante repetición con la que suele cerrarse cualquier horizonte histórico. Para abrir el horizonte, necesitamos pasar de la repetición a la memoria, del eterno retorno de lo mismo al retorno sintomático de la verdad reprimida, lo que sólo será posible al enfrentarnos a la colonialidad en lugar de limitarnos a reproducirla.

Tan sólo una descolonización radical puede posibilitar la apertura de posibilidades por la que apostamos en el comunismo. Es también por esto que nuestro comunismo, aquí en América Latina, debe ser una suerte de indigenismo. Los pueblos originarios no dejan de ser la verdad siempre nueva de la que nos aparta el trauma colonial.


Referencias

[1] Jacques Lacan, Sartre contre Lacan, bataille perdue mais…, Interview par Gilles Lapouge, Figaro Littéraire, 1080, p. 4

[2] Louis Althusser, L’objet du Capital, en Lire le capital (1965), París, PUF, 1996, p. 405.

[3] Mao Tse-Tung, Sobre la contradicción (1937), en Textos escogidos, Pekín, 1976, pp. 128-129.

[4] Luis Villoro, Rousseau en la Independencia mexicana, Casa del Tiempo, VII.80 (2005), pp. 55-61.

[5] Citados por Villoro, op. cit.

[6] Diego Miguel Bringas, Sermón de la reconquista de Guanajuato, 7 de diciembre de 1810

[7] J. Lacan, Le Séminaire, Livre I, Les écrits techniques de Freud, Paris, Seuil (poche), 1998, pp. 73-74.

[8] J. Lacan, Le séminaire, Livre XI, Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse. Paris, Seuil (poche), 1990, p. 61.

[9] J. Lacan, Le Séminaire, Livre I, op. cit., p. 307.

[10] Lacan, Le séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, Paris, Seuil, 2006, pp. 273-274.

[11] Ibid.

[12] J. Lacan, Le séminaire, Livre XI, op. cit., p. 61.

El análisis lacaniano de discurso como un momento subversivo de la práctica revolucionaria marxista

Versión castellana de una intervención en el Discourse Unit Global Seminar, Universidad de Manchester, Reino Unido, 29 de junio 2017

David Pavón-Cuéllar

Hay continuidad entre el sueño y la vida. Sin embargo, como lo ha notado André Breton, esto no es porque la vida sea sueño, como en Calderón de la Barca, sino porque el sueño es vida. Podemos decir lo mismo sobre el discurso: hay continuidad entre el mundo y el discurso, pero no porque el mundo esté compuesto de puro discurso, como en las visiones discursivas posmodernas, sino porque el discurso forma parte del mundo.

No hay discurso que pueda separarse totalmente del mundo, así como tampoco hay análisis de discurso al que le sea posible desprenderse y apartarse por completo del discurso que se analiza. El discurso analítico no es otro que el analizado. En términos lacanianos: no hay Otro del Otro; no hay metalenguaje; no hay alma bella discursiva o analítica. El discurso y su análisis no son más que distintos hechos del mismo y único mundo. Este mundo es el que se vuelve reflexivamente sobre sí mismo a través del discurso y luego retorna una vez más hacia sí mismo con el análisis de discurso.

La relación del análisis con el discurso es una relación inmanente al mundo material histórico. Por lo tanto, esta relación analítica no puede liberarse de los antagonismos y conflictos culturales y sociales por los que el mundo está internamente constituido. Si no seguimos obstinadamente aferrados al conservadurismo inherente a la reproducción contemplativa empirista-positivista de lo que se analiza, nada tendría que impedirnos discutir con el discurso analizado, cuestionar sus presuposiciones pretendidamente incuestionables, desafiar tridimensionalmente su perspectiva desde nuestro punto de vista, luchar contra sus posicionamientos políticos, esforzarnos en descubrir sus contradicciones encubiertas y neutralizar sus dispositivos defensivos y persuasivos. Quizás tan sólo debamos evitar: por un lado, formas engañosas de comprensión por las que nuestras propias palabras se hacen pasar por las significaciones de otras palabras; por otro lado, tramposas explicaciones que previenen el riesgo de que ocurra lo inexplicable.

El análisis de discurso debe preservar o crear condiciones para la transformación, vacíos para el deseo, espacios lógicos vacíos en los que puede llegar a desplegarse un futuro diferente del presente. El análisis puede ser lacaniano y provocar su verdad en lugar de corresponder a la realidad del discurso analizado. La cárcel del realismo discursivo, como la de Segismundo en La vida es sueño, termina provocando la impresión de que «todos sueñan lo que son», y «los sueños, sueños son». En lugar de condenarse así a dar vueltas parafrásticas al encerrarse dentro de los estrechos límites de las palabras que se analizan, el análisis puede avanzar, continuar el camino discursivo e incluso desviarlo del mundo existente hacia el mundo por el que se lucha. Lo inexistente puede hacerse existir, al tiempo que lo existente puede perturbarse, trastornarse, deshacerse, pulverizarse a través de su propio análisis. Volvemos aquí al origen etimológico de la palabra. El análisis vuelve a ser de verdad lo que se ha resistido a ser.

Analizar no puede ser en vano. Hay urgencia de acontecimiento. Algo debe ocurrir en el mundo, en la vida y por ende también en el trabajo analítico. El análisis de discurso puede ser lacaniano y reconocerse a sí mismo como un momento subversivo en una práctica revolucionaria de inspiración marxista.

Opciones políticas del análisis textual en las ciencias humanas y sociales: reproducción, justificación, impugnación y transformación ante el eslogan “Mover a México”

Conferencia magistral en el marco del VI Congreso de Ciencias Sociales y Humanidades, en el Auditorio Pedro de Alba de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, 20 de octubre 2015

David Pavón-Cuéllar

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Aspectos teóricos, metodológicos y políticos de la cientificidad

No se ha llegado a ningún consenso definitivo en torno a la cientificidad de las ciencias humanas y sociales. Hay, en un extremo, quienes las aceptan de modo general como disciplinas plenamente científicas. Pero hay también, en el otro extremo, quienes rechazan en bloque sus pretensiones de cientificidad y las reducen a vanos simulacros de ciencia. Entre los dos extremos, tenemos a quienes distinguen entre las auténticas y las inauténticas ciencias humanas y sociales. Aquí el criterio distintivo es también un asunto altamente polémico. La cientificidad podrá estribar en condiciones tan disímiles y a veces tan contradictorias como la objetividad, el carácter verificable y replicable, el poder predictivo, la refutabilidad o falsabilidad, la precisión y la claridad, el sustento argumentativo, la consistencia interna, la capacidad explicativa, la disposición interpretativa y comprensiva, la reflexibilidad y hasta la tensión autocrítica.

La cuestión epistemológica de la cientificidad de las ciencias humanas y sociales, tal como ha sido planteada y replanteada sin cesar, no es tan sólo una cuestión de índole teórica, sino también de carácter práctico, y esto en dos sentidos totalmente diferentes. Por un lado, en un sentido metodológico, se discute qué métodos pueden asegurar la cientificidad de las ciencias humanas y sociales. Tenemos aquí las batallas interminables entre las trincheras enemigas de quienes defienden lo cualitativo y lo cuantitativo, lo inductivo y lo deductivo, lo analítico y lo sintético, lo explicativo y lo comprensivo, lo hipotético y lo fundamentado, lo hermenéutico y lo empírico, lo observacional de campo y lo experimental de laboratorio.

La misma cuestión de la cientificidad de las ciencias humanas y sociales, por otro lado, tiene un carácter práctico en el sentido político del término. Los fines y los efectos en la sociedad y en la historia son entonces aquello en función de lo cual se discute si las ciencias humanas y sociales merecen efectivamente el nombre de ciencias. Lo científico se debate entre opciones políticas opuestas: lo pretendidamente apolítico y lo abiertamente político, lo neutral y lo posicionado, lo contemplativo y lo participativo, lo confirmativo y lo crítico, lo reproductivo y lo subversivo, lo conservador y lo progresista, lo descriptivo y lo transformador.

Vinculaciones entre las opciones teóricas, metodológicas y políticas

Las opciones políticas tienden a vincularse con ciertas opciones teóricas y metodológicas de las ciencias humanas y sociales. Sin embargo, contra lo que suele creerse, no hay una correspondencia necesaria y esencial entre los tres planos de la política, la metodología y la teoría. Ciertamente, cuando fundamos la cientificidad en el carácter objetivo y en el poder predictivo de nuestras conclusiones, tendremos buenas razones para preferir los métodos empíricos, experimentales y cuantitativos, y para optar políticamente por cierta neutralidad valorativa, más reproductiva que subversiva, y más descriptiva que transformadora. Pero también es posible que un proyecto político de subversión y transformación, bien justificado por una concepción de la ciencia como práctica militante, requiera datos duros, números y experimentos, y favorezca la predicción y la objetividad, aunque sea únicamente con ciertos fines estratégicos o persuasivos. Por ejemplo, si queremos demostrar jurídicamente y denunciar públicamente la grave manipulación de las informaciones en los noticiarios de Televisa o en el periódico Milenio, conviene que no prescindamos de métodos cuantitativos estadísticos, y que al menos algunas de nuestras observaciones muestren la mayor objetividad e incluso nos permitan prever con exactitud las distorsiones de futuras noticias. Quizás tan sólo así podamos asegurar que nuestra investigación tenga impacto público y peso jurídico.

Ahora bien, aunque no haya una correspondencia esencial y necesaria, sí hay ciertos vínculos intrínsecos determinantes e insoslayables entre los planos teórico, metodológico y político. Estos vínculos hacen que algunas teorías y algunos métodos, aparentemente neutrales e imparciales, impongan o excluyan ciertas opciones políticas, vehiculen formas de acción social y tengan consecuencias directas en el desequilibrio de fuerzas del campo cultural histórico. Es lo que intentaré mostrar ahora, en los siguientes minutos, en el caso preciso del análisis textual en las ciencias humanas y sociales.

Veremos cómo tres distintos enfoques teórico-metodológicos analítico-textuales, el análisis de contenido, el de discurso y el crítico de discurso, nos orientan respectivamente a las opciones políticas de reproducción, justificación e impugnación del sistema ideológico-discursivo dominante, al menos cuando se utilizan para analizar textos atravesados y articulados por este sistema. Finalmente nos preguntaremos cómo ir más allá de la impugnación crítica para posibilitar una transformación práctica en el campo del análisis textual. A cada paso de nuestra breve reflexión, intentaré ilustrar lo reflexionado a través de incursiones analíticas puntuales en una frase que ha resonado una y otra vez en México desde el mes de diciembre del año 2012. Me refiero a la consigna sistémica “Mover a México”, eslogan del gobierno de Enrique Peña Nieto.

Reproducción

Empecemos por el análisis de contenido y veamos qué puede enseñarnos acerca del “Mover a México” de Peña Nieto. Al someter este eslogan a un análisis de contenido, lo primero que podemos hacer es intentar comprender lo que significa, lo que quiere decir, lo que Peña Nieto y su equipo intentan comunicarnos a nosotros como ciudadanos y futuros votantes. Nos diremos, por ejemplo, que la frase “Mover a México” busca transmitir el dinamismo del proyecto de país de Peña Nieto, su énfasis en el movimiento inherente a las reformas estructurales y al desarrollo económico del país.

“Mover a México” sería desarrollar a México, reformarlo, transformarlo, modernizarlo, desbloquearlo, permitirle escapar a sus inercias, inhibiciones e inmovilismos. Al decir todo esto, ya estamos haciendo un análisis de contenido, es decir, un análisis de lo que suponemos que hay dentro del texto que analizamos, ya sean significados, ideas o mensajes, o bien, de manera más precisa, correlatos de nociones teóricas provenientes de nuestro campo disciplinario en las ciencias humanas y sociales. Un psicólogo como yo, por ejemplo, bien podría sostener que el “Mover a México” refleja deseos de cambio y sentimientos de impaciencia, un ánimo activo y prospectivo, una actitud positiva hacia el movimiento, una orientación política progresista y no conservadora, una representación unitaria y dinámica del país.

Al hacer un análisis de contenido, creemos descubrir el contenido, el sentido, la significación cognitiva o denotativa de las palabras, de los significantes discursivos que analizamos. El “Mover a México” significaría todo lo que hemos dicho, como la impaciencia o el dinamismo, o la promesa de progreso y desarrollo. ¿Pero es verdad que el “Mover a México” significa todo eso? ¿La impaciencia y el desarrollo son verdaderamente ideas o cosas, pensamientos o sentimientos, realidades, significados cognitivos o denotativos del significante discursivo “Mover a México”? ¿Acaso la impaciencia y el desarrollo no son también significantes discursivos?

¿Acaso la impaciencia y el desarrollo, al igual que el progreso y el dinamismo y todo lo demás que señalamos, no son más palabras, puras palabras, palabras analizadoras que se agregan a las palabras analizadas “Mover a México”? Y al agregarse a ellas, ¿acaso no las continúan, las prolongan, las corroboran en un discurso tautológico, repetitivo, redundante, reproductivo del sistema? Éste suele ser el discurso producido por los análisis de contenido.

Al descubrir lo que el discurso analizado supuestamente quiere decir, el buen analista de contenido lo hace decir muchas más cosas que dicen aproximadamente lo que ya dice. Las palabras del analista, en efecto, deben decir aproximadamente lo mismo que ya dice el discurso analizado, pues tan sólo así pueden hacerse pasar por su contenido o significación. Es así como el discurso puede prolongarse, continuarse, perpetuarse con supuestas ideas que son en realidad más palabras que sólo confirman las palabras analizadas y que así reproducen el sistema ideológico-discursivo dominante que las rige. Este sistema dispone ahora de otro portavoz en la figura del buen analista de contenido.

En el eslogan analizado, el analista de contenido une su voz a la de Peña Nieto, desarrolla lo que dice, lo confirma y lo reafirma al decir lo que supuestamente quiere decir. “Mover a México” ya no es tan sólo “Mover a México”, sino también “Cambiar a México”, transformarlo, desarrollarlo, hacerlo progresar y avanzar, desbloquearlo, desinhibirlo, despertarlo. Es como si la campaña gubernamental continuara en los buenos oficios del analista de contenido. Su función, perfectamente bien integrada en el sistema, es dedicarse a decir todo lo que el sistema y sus representantes quieren decir.

Si quisiera oponerse al sistema ideológico-discursivo dominante al contradecir el discurso analizado, el analista de contenido tendría que ser un mal analista de contenido, pues debería suponer que el discurso quiere decir algo que de algún modo contradice lo que dice. Un analista de contenido que descubriera cierto despotismo en la consigna de Peña Nieto podría ser cuestionado con bastante facilidad. ¿Por qué el “Mover a México” significaría despotismo? ¿Necesitamos de un déspota para mover al país? ¿Acaso el país no puede moverse por sí mismo a través de un gobierno como el ofrecido por Peña Nieto? ¿En qué se basa la supuesta significación despótica del “Mover a México”?

El movimiento no puede querer decir despotismo por sí mismo… No habría manera de refutar ni esta objeción ni otras análogas cuando hacemos análisis de contenido. Al optar por este método, estamos excluyendo cualquier posibilidad de crítica e impugnación directa de lo analizado. Nos estamos condenando a la reiteración con otras palabras. Y cuando lo reiterado es un texto sistémico y no contra-sistémico, su análisis reiterativo implica lógicamente una opción política por la reproducción del sistema ideológico-discursivo dominante.

Justificación

Considero, pues, que al analizar discursos articulados por el sistema ideológico-discursivo dominante, la opción metodológica por el análisis de contenido implicará de algún modo una opción política por la reproducción del sistema. Para no caer en esta reproducción, habrá que renunciar al análisis de contenido propiamente dicho. ¿Pero entonces cómo abordaremos el texto que debemos analizar?

Una vez que descartamos el análisis de contenido, el primer método que se nos ofrece como alternativa es el análisis de discurso. Este análisis ya no inquiere lo que el discurso analizado supuestamente quiere decir, sino que se concentra en lo que dice. Analiza las palabras y no las supuestas ideas detrás de las palabras, es decir, los significantes discursivos y no sus pretendidos significados cognitivos o denotativos.

En lugar de hacer conjeturas acerca de lo que el emisor tiene en mente al transmitir su mensaje, el analista de discurso examina el mensaje textual, su composición y su organización interna, sus elementos y las relaciones entre sus elementos. Lo que interesa es la consigna presidencial, el “Mover a México”, y no lo que podría significar “Mover a México”. El análisis de discurso consecuente no tiene derecho a encontrar aquí ni un sentimiento de impaciencia, ni una cualidad como el dinamismo, ni una promesa de progreso y desarrollo. Todo esto no está presente de manera textual en el discurso, y, por lo tanto, no es objeto del análisis de discurso.

El único objeto válido para el análisis de discurso es el Mover a México”, es decir, las tres palabras sucesivas: “Mover…, a…, México…”. Lo que hay aquí, entiéndase bien, es el mover, el movimiento, y no el desarrollo ni el proceso ni el dinamismo ni la impaciencia. No hay palabras diferentes de las empleadas por Peña Nieto y por su equipo. Sólo existe lo que dicen y no lo que supuestamente quieren decir al decir lo que dicen.

Ahora bien, si dejamos de interesarnos en lo que significan las palabras, ¿qué diablos podremos decir acerca de las palabras? Como analistas de discurso, señalaremos, por ejemplo, que el “Mover a México” se contrapone a la inmovilidad y enfatiza el movimiento, y que se trata de un movimiento que incide en un país descrito en bloque, de manera singular y unitaria, como aquello que recibe el movimiento, que es movido. También podríamos subrayar, en el mismo sentido, que el eslogan no invoca ni a los individuos ni a las clases ni al mundo, sino a México. El acento está puesto en el país y en su movimiento.

Podríamos continuar indefinidamente con observaciones análogas acerca del “Mover a México”. Esta clase de observaciones muestran claramente lo que se hace al realizar un análisis de discurso. Lo que se hace no es comprender, como en el análisis de contenido, sino describir y explicar, pero sólo en el sentido etimológico del término, es decir, extender, desplegar, desenvolver lo explicado. Esto requiere de un amplio trabajo parafrástico. El resultado puede parecernos tedioso, pero no es por ello menos efectivo, demostrativo y esclarecedor, especialmente cuando nos ocupamos de grandes cuerpos discursivos en los que podemos examinar la estructura textual, sus términos literales y sus relaciones recíprocas.

Independientemente de la amplitud de los textos, el análisis de discurso consigue llamar la atención sobre aspectos que pasan desapercibidos a simple vista. El material analizado se desenvuelve ante nuestros ojos y nos muestra múltiples detalles que se mantenían ocultos, disimulados, antes de que hubiéramos analizado el discurso, es decir, antes de que lo hubiéramos explorado, expuesto, comentado, glosado y elucidado, pues de todo esto es de lo que se trata en la explicación analítica discursiva. Esta explicación es indispensable cuando queremos incursionar en un discurso, pero plantea un serio problema de índole política cuando se basta a sí misma, cuando es el único método que utilizamos, cuando es todo lo que hacemos al analizar un texto articulado por el sistema discursivo-ideológico dominante.

Cuando nos limitamos a explicar un texto sistémico, nuestra explicación puede operar también como una forma de justificación de lo que explicamos. Pensemos en el caso del “Mover a México” de Peña Nieto. Explicar parafrásticamente su énfasis en el país y en el movimiento es una manera de justificarlo a partir de sí mismo y de su perspectiva, en función de su propia estructura, con base en sus mismas razones y argumentos. Le permitimos a Peña Nieto y a su equipo, y también al sistema discursivo-ideológico dominante del que son portavoces, que se expliquen a través de nuestro análisis de discurso. Esto hace que nuestro análisis nos condene a una posición política de justificación del sistema discursivo-ideológico dominante.

No es tanto que nosotros nos convirtamos en voceros del sistema y lo justifiquemos tal como lo reproducíamos en el análisis de contenido. Se trata más bien de que le permitamos al sistema explayarse, explicarse, justificarse, darse a entender y exponer sus razones a través de nuestro análisis. Digamos que nuestro arduo trabajo analítico permite que el sistema discursivo-ideológico exprese con tiempo y detenimiento, de manera detallada, bien fundamentada, precisa y coherente, lo que debe formular con cierta precipitación a través del eslogan. El “Mover a México” puede así justificarse a través de los analistas de discurso que se limitan a ejecutar su análisis.

Impugnación

Por fortuna el análisis de discurso no conduce necesariamente a la posición política de la justificación del sistema discursivo-ideológico dominante. Puede llevarnos al posicionamiento contrario, el de la impugnación del sistema, cuando nos atrevemos a tomar la palabra, diferir de lo analizado y denunciar al enunciar lo que explicamos. Lo que hacemos entonces ya no es tan sólo un análisis de discurso, sino un análisis crítico de discurso, es decir, un análisis posicionado, tensionado y flexionado por el cuestionamiento de lo analizado.

Para criticar un discurso, hay que empezar por analizarlo. Pero el análisis, incluso antes de la crítica, no debe ser cualquier análisis. No debe analizarlo todo por igual, de manera indiferente, manteniendo la atención flotante. Si uno quiere criticar, deberá centrar su atención desde un principio, como es lógico, en lo criticable.

¿Y qué será lo criticable? Por un lado, será lo formalmente problemático en sí mismo, esto es, lo incompleto, lo fragmentado, lo impreciso, lo vago, lo ambiguo, lo inconsistente, lo discordante, lo contradictorio, lo paradójico, lo errático, lo absurdo, es decir, todo aquello en lo que se concentra una lectura sintomal como la propuesta por Althusser. Por otro lado, lo criticable será lo formalmente problemático no en sí mismo, sino para nuestra posición política, es decir, aquello que juzgamos inadmisible o indignante, aquello que nos ofende o contra lo que luchamos, aquello que se contrapone a nuestra orientación en la sociedad y en la historia. Todo esto no podrá ser impugnado, a través de un análisis crítico, sin haber sido antes detectado en el discurso a través del trabajo analítico.

El análisis de discurso, para ser crítico, deberá empezar por analizar el material textual de tal modo que ponga en evidencia lo que resulte susceptible de crítica. Este elemento criticable puede ser detectado incluso en un discurso tan breve como el eslogan de Peña Nieto. El “Mover a México”, en efecto, presenta detalles reveladores para un análisis crítico de discurso. Me referiré brevemente a cinco de estos detalles.

  1. En primer lugar, notemos que “Mover a México” es una expresión en infinitivo, impersonal, sin sujeto, de tal modo que no sabemos exactamente qué o quién mueve a México. Tan sólo se nos informa que se trata de “Mover a México”. Está sobreentendido que alguien o algo lo mueve, pero no se nos dice qué o quién. Lo único suficientemente claro es que México no se mueve por sí mismo, sino que se le mueve desde afuera, desde el exterior. ¿Pero qué o quién lo mueve? ¿Es el gobierno? ¿O quizás el dinero, la finanza, el capitalismo globalizado? ¿Serán los Estados Unidos? ¿O quizás una organización criminal que esté controlando el gobierno del país? No lo sabemos, pero hay evidentemente algo muy preocupante que se está revelando en el eslogan, y es que alguien o algo desconocido moverá exteriormente a México a través de tantas reformas estructurales y otros movimientos análogos, y no se nos aclara qué es o quién es, quizás porque es mejor no aclararlo, porque hay algo ahí que no debe decirse, que no nos gustaría escuchar, que provocaría inconformidad entre nosotros los ciudadanos y futuros votantes.
  2. Otro detalle preocupante es que tampoco se nos explica para qué o hacia dónde “Mover a México”. El movimiento es el único propósito explícito. Lo importante es mover al país, como si el movimiento de México fuera bueno en sí mismo, como si diera igual para qué se le mueve o hacia dónde se le mueve. Y sin embargo, esta cuestión resulta fundamental, pues existe el riesgo de que se pretenda “Mover a México” hacia atrás o hacia abajo, hacia el abismo, hacia el despeñadero, o simplemente hacia el mercado en el que se le venderá por partes a compradores mexicanos y extranjeros.
  3. Un tercer detalle preocupante, que también deberá ser detectado en el análisis, es la posición pasiva del país en el eslogan. En el “Mover a México”, México es objeto y no sujeto de la frase, es lo movido y no lo moviente. México no es lo que se mueve por sí mismo como uno esperaría en una perspectiva soberana y democrática, sino que es aquello movido por alguien más o por algo más. Y hay que insistir en que ni siquiera sabemos qué o quién habrá de mover a México. Tan sólo se nos dice que México será el objeto pasivo de un movimiento que no será su propio movimiento. Esto es muy grave, especialmente cuando consideramos que no conocemos el agente del movimiento, ni tampoco la razón, el propósito y la meta. Sólo sabemos que se trata de que alguien o algo desconocido mueva al país con objetivos también desconocidos y hacia un destino igualmente desconocido, y todo esto en lugar de permitir simplemente que México se mueva por sí mismo hacia donde él quiera y con el propósito que mejor le parezca.
  4. Un cuarto detalle es que el “Mover a México” se refiere al país, a México, pero no a los mexicanos. Aunque esté interpelando a los ciudadanos y a los futuros votantes, no alude a ellos ni a ninguna otra persona, lo que hace que se distinga claramente, por ejemplo, de las consignas electorales de los antiguos contrincantes de Peña Nieto, “Un México para todos” de Josefina Vázquez Mota, y “El cambio verdadero está en tus manos” de Andrés Manuel López Obrador. Estos candidatos no olvidaron a las personas o al menos a los votantes de quienes querían los votos, a quienes interpelaban de manera directa. El Peje hablaba de ti mientras que la panista prefería mencionar a todos, pero Peña Nieto extrañamente no habla de nadie. Es como si no le importaran las personas, los habitantes del país, sino el país, el botín. Es también como si el equipo de Peña Nieto, que obviamente ya está pensando en los próximos procesos electorales, no requiriera de los votantes potenciales y no fuera a ganar las futuras elecciones con personas que deciden su voto y van a votar, sino con algo diferente, quizás con el voto duro impersonal, o con el miedo y los cadáveres, o con las despensas y el dinero distribuido a izquierda y derecha. Sea lo que fuere, el caso es que aquí falta el pueblo, el demos de la democracia. Faltamos nosotros. O más bien estamos dentro del paquete completo de México, dentro del contenedor, como cualquier mercancía. Nos encontramos aquí dentro de este México movido por alguien o por algo desconocido y sin propósito ni destino conocido. Todo parece haberse decidido por encima de nuestras cabezas.
  5. Me gustaría llamar su atención, para terminar, sobre un quinto detalle. Notemos que se trata de “Mover a México” y no de transformarlo, tal vez porque verdaderamente no hay un objetivo de transformación, de cambio, sino sólo de movimiento, desplazamiento, desalojo. Para desalojar a México, mejor no cambiarlo. Tal como está, será más fácil moverlo, empaquetarlo, transportarlo, exportarlo, venderlo. Todo esto requiere que México siga siendo el que es, con sus corrupciones e injusticias, con sus miserias y carencias, con sus ilegalidades e impunidades.

Una vez que nuestro análisis ha detectado los cinco detalles que acabo de mencionar, podemos pasar al planteamiento de una hipótesis que nos permita dar concreción y sustantividad a nuestra crítica del eslogan analizado. Notemos bien que tal hipótesis aparece al final, cuando ya hemos hecho nuestro análisis, y no al principio, como hubiera ocurrido en un análisis de contenido y en su perspectiva metodológica generalmente hipotético-deductiva. Un análisis de contenido permite corroborar la hipótesis, mientras que el análisis crítico de discurso tan sólo permite generarla.

Hacia la transformación

¿Pero cómo pasar del análisis a la hipótesis? Este pasaje se hará cuando respondamos hipotéticamente las interrogantes que hayan surgido en el análisis, y dependerá evidentemente de nuestra precisa opción política, de nuestro posicionamiento, de nuestras convicciones y de la dirección que deseamos imprimir a la sociedad. Todo esto determina la hipótesis, pero no debería permitirnos prescindir de un análisis previo. Sin el momento analítico y crítico, el planteamiento hipotético degeneraría en un simple discurso doctrinario, partidario y militante. Este discurso puede afirmar lo que uno quiera, mientras que la hipótesis debe fundarse en el análisis crítico de discurso.

Es importante saber también que aquí, en un análisis crítico de discurso, la hipótesis resulta inverificable en el marco estricto del análisis en el sentido corriente del término. Como ya se hizo el análisis, ¿cómo la vamos a verificar? Tan sólo podrá verificarse después del análisis, en la historia, en la práctica, por sus efectos de transformación. Es la continuación del análisis por otros medios en donde la impugnación crítica puede corroborar su hipótesis al posibilitar una transformación práctica en el campo del análisis textual.

La opción política transformadora presupone entonces una opción política por la impugnación. La relación entre la impugnación y la transformación está mediada por la hipótesis fundada en lo críticamente analizado. El análisis crítico no puede tener efectos transformadores si no se concreta en un planteamiento hipotético preciso.

¿Qué hipótesis podemos proponer, por ejemplo, sobre la base de nuestro análisis crítico del “Mover a México”? Pienso que estamos en condiciones de plantear hipotéticamente que el eslogan de Peña Nieto nos confiesa lo que es México para él, para su partido y especialmente para el sistema capitalista liberal salvaje que sirve y al que representa, y en el que encontramos toda clase de empresas, desde las organizaciones criminales que han ensangrentado el país en los últimos años hasta los grandes corporativos nacionales y transnacionales que ahora mismo están saqueando cada rincón de la república. Para este sistema económico-político particularmente corrupto y despiadado, México es un botín de riquezas, de fuerza de trabajo barata y de recursos naturales regalados, y no una tierra con habitantes, humanos, ciudadanos, votantes. Los seres humanos, al igual que el subsuelo y la naturaleza y todo lo demás que existe en el país, aparece como un contenedor lleno de mercancías que pueden comprarse en el momento electoral, con despensas y prebendas, y luego venderse en el mercado mundial. Este gran botín es lo que se mueve al mover a México. El país lógicamente debe ser movido para ser explotado, exprimido, exportado, vendido al mejor postor.

Nada se vende sin moverse. Ha sido necesario mover a México para vender a México. Y venderlo ha permitido a nuestros gobernantes y a sus socios enriquecerse con el precio de la venta. Su riqueza es el premio que se ha ganado al ganar las elecciones. Ganarlas ha permitido efectivamente “Mover a México”, moverlo al privatizarlo, al vaciarlo de su riqueza y al hacerlo circular libremente bajo la forma de las innumerables mercancías en las que se le ha fraccionado, fragmentado, pulverizado.

La libre circulación de mercancías es el movimiento de México prometido y cumplido por el candidato convertido en presidente. Quienes han osado bloquear autopistas o entorpecer esta circulación de cualquier otro modo, como algunos periodistas y normalistas, han sido asesinados o desaparecidos, arrollados por el movimiento de México, por el transporte de todos los trozos de nuestro país que se nos van por carreteras, puertos, vías de ferrocarril y transferencias bancarias. Este movimiento vertiginoso de México no transforma nada, no acaba con la impunidad ni con la corrupción, tampoco mejora nuestro nivel de vida, no disminuye la injusticia ni la desigualdad. Todo sigue igual o peor. Nada cambia, pero sí que se pierde, se esfuma, se va como la renta petrolera.

Cuando vemos cómo se nos va México de las manos, entendemos qué implica el eslogan de Mover a México. Moverlo es llevárselo. Moverlo es desvalijarlo, robárnoslo tal como está, sin cambiar nada en él. El movimiento no transforma nada, sino que solamente lo desplaza, lo acarrea de un lugar a otro, lo mueve. Mover a México es trasladarlo a puertos holandeses, a propiedades en Florida o a bancos en Suiza. Moverlo es extraerlo de sí mismo para metérselo en el bolsillo…

Podríamos continuar en la misma dirección, pero mejor aclaremos aquello en lo que ha consistido nuestro esbozo de planteamiento hipotético. Lo que hemos hecho es ofrecer algunas respuestas conjeturales para las interrogantes que surgieron al analizar críticamente el eslogan de Peña Nieto. Intentemos resumir:

  1. ¿Por qué “Mover a México” es en infinitivo e impersonal, sin sujeto, sin que sepamos qué o quién moverá a México? Porque muchos no estaríamos de acuerdo con “Mover a México” si se nos informara que México será movido por el corrupto y despiadado sistema económico-político representado por Peña Nieto, por el capitalismo salvaje en complicidad con los políticos deshonestos, por los corporativos y las organizaciones criminales que ven al país como un simple botín.
  2. ¿Por qué “Mover a México” no aclara para qué o hacia dónde? Porque muchos tampoco estaríamos de acuerdo con “Mover a México” si supiéramos que México se moverá hacia cuentas en Suiza y que se le moverá para apoderarse de él, para saquearlo y venderlo.
  3. ¿Por qué el “Mover a México” presenta un país que es movido en lugar de moverse a sí mismo? Porque México evidentemente no se movería a sí mismo para desvalijarse y vaciarse de su riqueza.
  4. ¿Por qué “Mover a México” se refiere a México y no a los mexicanos, al país y no a sus habitantes, a la nación y no a los ciudadanos o votantes? Porque el botín está compuesto de mercancías que pueden comprarse y venderse, y no de seres humanos.
  5. ¿Por qué “Mover a México” sin transformarlo? Porque así como está, con sus desigualdades e impunidades, puede moverse mejor, saquearse mejor, venderse mejor.

Una vez que hayamos respondido hipotéticamente las interrogantes planteadas por el análisis crítico, podremos ir más allá de la impugnación y actuar en consecuencia. Es entonces el momento de verificar nuestras hipótesis y hacer valer nuestra opción política por la transformación. Pero esta fase transformadora, como ya lo sugerí anteriormente, se desarrolla en el ámbito callejero y no en el académico, en las movilizaciones sociales y no en las investigaciones científicas.

No es entre analistas de discurso como decidiremos si nuestras hipótesis fueron correctas. Únicamente en la sociedad, entre los hombres y mujeres de la calle, podremos confirmar si hay verdad en el planteamiento hipotético en el que desemboca el análisis crítico de discurso. Por ejemplo, si mis conjeturas con respecto al “Mover a México” tienen algo de verdad, entonces de seguro tendrán sentido para quienes las escuchen en el ámbito social y así podrán eventualmente contribuir de algún modo a su acción colectiva.

Sólo socialmente pueden verificarse aquellas hipótesis que incumben a la sociedad. Para quienes optamos políticamente por la impugnación y la transformación, la cientificidad social resulta indisociable de la movilización social. La realidad transformada es el correlato objetivo de nuestra ciencia.

Ayotzinapa según Peña Nieto

Conferencia durante la Semana por Ayotzinapa, el jueves 24 de septiembre 2015, en el Auditorio Aníbal Ponce de la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Morelia, Michoacán, México)

David Pavón-Cuéllar

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El 26 de septiembre de 2014, en la ciudad guerrerense de Iguala, estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa fueron vigilados, perseguidos, atacados y detenidos en una operación conjunta en la que participaron policías municipales, estatales y federales, así como soldados y sicarios no identificados. El saldo fue de 43 estudiantes desaparecidos, 7 muertos y 27 heridos. Una vez que se confirmó el involucramiento de la Policía Federal y del Ejército Mexicano, la responsabilidad por los delitos de asesinato y desaparición forzada recae en el gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto.

En lugar de asumir su responsabilidad criminal, Peña Nieto ha intentado mistificar los hechos por todos los medios, muchos de ellos de carácter discursivo. El discurso presidencial ha servido para distraer o desviar la atención de lo realmente importante, embrollar los indicios e impedir así la reconstrucción de lo ocurrido, encubrir a los culpables y ocultar las evidencias, mentir y desacreditar a quienes denuncian la mentira, crear ilusiones y luego corroborarlas con otras ilusiones. Además de cumplir estas funciones y otras análogas bien conocidas por todos, el discurso de Peña Nieto ha realizado cuatro operaciones menos evidentes, de carácter subrepticio e insidioso, en las que me gustaría detenerme un momento.

Las cuatro operaciones a las que me refiero buscan incidir en la manera en que se presentan la matanza y la desaparición de estudiantes de Ayotzinapa. Digamos que son operaciones de las palabras sobre los hechos. Cada operación hace algo diferente con los hechos ocurridos en Iguala. Una consiste en su minimización, otra en su instrumentalización, otra más en su desrealización y la última en su formalización. En términos lacanianos, las dos primeras corresponden a modalidades de simbolización, mientras que las dos últimas remiten más bien a la imaginarización. Empecemos por las últimas.

Formalización

Daremos el nombre de formalización a la operación discursiva que reduce los hechos a su pura forma exterior, aparente y espectacular, tal como ésta se manifiesta en la información que se da sobre ellos, en la visión que se tiene de ellos o en la significación que se les atribuye. Al final Ayotzinapa ya no es una matanza y desaparición de estudiantes, sino únicamente la manera en que esta matanza y desaparición aparece a los ojos de la opinión pública y a través de los medios masivos de comunicación. Esto es todo lo que importa. Veamos algunos ejemplos.

Tan sólo una semana después de los hechos de Iguala, Peña Nieto decide “fijar una posición muy clara de parte del Gobierno de la República ante los muy lamentables hechos de violencia”[1]. Sin embargo, al momento de posicionarse ante estos hechos, lo que nos dice es que se encuentra “profundamente indignado y consternado ante la información que ha venido dándose”[2]. Es la información y no los hechos, no aquello a lo que se refiere la información, lo que indigna y consterna a Peña Nieto.

Al fijar la posición gubernamental ante los hechos, el presidente sólo consigue posicionarse ante las informaciones. Lo que importa es lo que se informa y no lo que ocurre. Y si alguien pensara que se trata de lo mismo, Peña Nieto lo desmentiría justo después de expresar su indignación y consternación ante las informaciones, cuando nos dice que “lamenta de manera muy particular la violencia que se ha dado”[3].

Al agregar que lamenta la violencia de manera muy particular, Peña Nieto deja claro que esta violencia no es lo mismo que las informaciones que lo indignan y lo consternan. Es por esto que las dos cosas, los hechos y lo que se informa sobre ellos, provocan sentimientos diferentes. La matanza y desaparición de estudiantes resulta simplemente lamentable, mientras que las informaciones son algo que indigna y consterna. En cierto sentido, las informaciones afectan más que los hechos. Lo más grave para Peña Nieto, si nos atenemos a su discurso, no es lo que ocurrió en Iguala, sino que se haya informado sobre lo que ocurrió. Esto es lo que escuchamos y es también lo que Peña Nieto nos dice.

Las palabras de Peña Nieto lo traicionan al anteponer las informaciones a los hechos, la forma al contenido, la apariencia a la realidad. Quizá nos consolemos pensando que el presidente al menos consigue lamentar la matanza y desaparición de estudiantes. Es verdad, habría sido mejor que estuviera consternado e indignado ante los hechos como lo está ante las informaciones, pero al menos ha sido capaz de lamentar los hechos. Esto es mejor que nada. Sin embargo, cuando nos familiarizamos un poco más en el discurso presidencial, nos percatamos de que lo verdaderamente lamentable no está en los hechos, sino en que lo que dejan ver los hechos.

En diciembre de 2014, al resumir el año que terminaba, Peña Nieto volvió a lamentar lo ocurrido en Iguala, pero esta vez fue más preciso al aclarar qué era exactamente lo que le parecía lamentable. Sus palabras fueron: “lamentablemente lo ocurrido en Iguala dejó ver ante toda la sociedad un hecho de barbarie que resulta inaceptable”[4]. Si algo se lamenta, no es el hecho de barbarie, sino que este hecho se haya dejado ver ante toda la sociedad. Por lo tanto, si toda la sociedad no hubiera visto el hecho, si el hecho hubiera permanecido invisible, entonces no habría nada que lamentar. Lo lamentable es que se haya dejado ver algo inaceptable, y no lo inaceptable como tal. O para ser más precisos: lo que se lamenta en la matanza y desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, no es el hecho de barbarie como tal, no es lo inaceptable en sí mismo, sino que lo inaceptable se haga visible.

El problema es ahora la visibilidad así como lo fue anteriormente la información. Peña Nieto se preocupa solamente por lo que se informa y por lo que se ve, pero no por lo que ocurre. Los estudiantes pueden seguir siendo asesinados y desaparecidos mientras no se vea ni se informe sobre ello. Lo que importa, una vez más, es la imagen, la forma y no el contenido, lo aparente y no lo real.

Dicho de otro modo, lo que preocupa no es lo que ocurre, sino lo que significa. Es por esto que Peña Nieto puede llegar a describir la matanza y desaparición de normalistas como “un evento que ha significado una gran tragedia, que fue lo ocurrido en Iguala”[5]. Es decir: lo ocurrido no es una gran tragedia, sino un evento que ha significado una gran tragedia. La gran tragedia no estriba en el evento, sino en su significación. Lo trágico es lo que el evento significa y no el evento en sí mismo. Casi podríamos decir, a partir de las palabras que hemos citado, que la matanza y desaparición de estudiantes carece de importancia cuando se le compara con lo que ha significado para Peña Nieto. Esta significación es lo único trágico. La tragedia está en lo que el evento ha significado: el desprestigio del presidente, el derrumbe de sus cotas de popularidad y el peligro de la insurrección social y de la resultante interrupción de ese gran proyecto peñista de saqueo y enriquecimiento.

Desrealización

Hay que insistir en que la tragedia, si nos atenemos al discurso presidencial, no es la matanza y desaparición de los normalistas en Iguala, sino lo que estos hechos significan. Es quizá por esto que Peña Nieto, evocando retrospectivamente el mes de septiembre de 2014, reconoce que “nadie advirtió en ese momento”, en el “primer día o el segundo día” después de los hechos, “ni de lo que realmente esto estaba significando, ni del tamaño de la tragedia, ni de la dimensión que esto tenía”, es decir, la “dimensión que vimos fue cobrando”[6]. Como puede apreciarse, el tamaño de la tragedia se equipara con lo que realmente esto estaba significando, con la dimensión que vimos fue cobrando. Esta dimensión y significación ulterior fue la verdadera tragedia para Peña Nieto. Es por eso que el presidente no podía medir el tamaño de la tragedia en los primeros días, aun cuando ya sabía, al igual que todos nosotros, que los estudiantes habían sido masacrados y desaparecidos.

Extrañamente, desde el punto de vista de Peña Nieto, los hechos violentos y sangrientos de Iguala no muestran por sí mismos el tamaño de la tragedia y ni siquiera tienen una significación real. Para ver cuán trágicos fueron y lo que realmente estaban significando, había que esperar y advertir lo que se veía de ellos y se informaba sobre ellos. La visión y la información, Televisa y los demás medios, monopolizan la única significación real, la única realidad que existe para el presidente, la única tragedia que puede ocurrir para él. Más allá de esta realidad mediática, no parece haber ninguna realidad. Los hechos son desrealizados y ceden su lugar de realidad a lo que aparece en la pantalla de televisión, lo más real que lo real, como lo hiperreal de Baudrillard. Llegamos así a la desrealización, es decir, la segunda operación discursiva que hemos identificado en las palabras de Peña Nieto sobre Ayotzinapa.

El discurso presidencial borra lo real trágico de Iguala. No es en la matanza y desaparición de estudiantes en donde Peña Nieto encuentra lo real y mide lo trágico del asunto. La realidad y el tamaño de la tragedia, para él, sólo pudieron apreciarse ulteriormente, cuando vimos la dimensión que fue cobrando, es decir, en el nivel de lo que se visibiliza, informa y significa. Este nivel mediático, por cierto, es aquel en el que Peña Nieto siempre se ubica. Él mismo lo admite justo después de reconocer que no advirtió la dimensión de la tragedia, cuando agrega cándidamente: “lo digo desde el propio gobierno, los medios de comunicación informando sobre el tema” [7]. Esta aposición identifica el punto de vista de los medios de comunicación con el del gobierno. Por si nos quedaba alguna duda, el mismísimo presidente está reconociendo que los medios y el gobierno están en una misma posición, en un mismo lugar de poder. Son, por así decir, intercambiables.

Televisa y Peña Nieto son prácticamente lo mismo. Sin embargo, para desgracia del presidente, hay otros medios además de los que se confunden con el gobierno. Son esos otros medios, perseguidos y censurados constantemente por la violencia gubernamental, los que han provocado la tragedia al informar y dejar ver lo ocurrido en Iguala.

De hecho, para Peña Nieto, lo que ha ocurrido en Iguala no es la matanza y desaparición de estudiantes, sino su difusión mediática. Digamos que la información es todo lo que ocurre. Podemos entender entonces que al referirse a la matanza y desaparición de estudiantes en una entrevista, Peña Nieto nos diga, en tono inocultablemente despreciativo, “el tema ocurrido en Iguala”[8]. Para el presidente, lo que ocurrió en Iguala fue un simple tema, un tema entre otros, un tema sobre el que se informa, un tema del que se habla, un tema sobre el que se opina, un tema por el que se protesta.

Cuando se afirma que el tema es lo que ocurre, se está negando que lo real haya ocurrido. Se está desrealizando la matanza y desaparición de estudiantes. Es como si este acontecimiento no hubiera ocurrido. Lo que ocurrió quizás haya ocurrido por causa de los hechos sangrientos, pero no es ellos. Digamos que la matanza y desaparición de estudiantes fue tan poco importante para Peña Nieto que ni siquiera es correcto decir que ocurrió verdaderamente.

Quizás haya ocurrido algo con la masacre, pero la masacre, en sentido estricto, no ocurrió. Es lo que nos confirma Peña Nieto cuando admite, en otra entrevista, que el año de 2014 –lo cito– “ha estado marcado por momentos difíciles, particularmente de tragedia, como fue lo ocurrido en Iguala con la desaparición de 43 jóvenes estudiantes”[9]. Una vez más: la tragedia no es la desaparición de los estudiantes, sino lo ocurrido con esta desaparición. O peor aún: lo que realmente ocurrió no fue la desaparición, sino lo que ocurrió con la desaparición. Lo real no fue lo que sucedió en Iguala, sino todo lo que se vino con eso. La desaparición de estudiantes es dejada de lado, menospreciada, negada y desrealizada. La realidad está en otra parte, junto a ella, pero no en ella.

Minimización

Es verdad que Ayotzinapa no siempre es desrealizada en las palabras indiscretas de Peña Nieto. A veces el discurso presidencial reconoce lo real de lo ocurrido, pero minimizándolo. Este proceso discursivo, el tercero del que deseo ocuparme, tiene un carácter predominantemente simbólico, ya que no consiste en una simple extracción de realidad o vaciamiento de contenido, sino que requiere de la inserción de los hechos en una estructura significante que determina la importancia respectiva de cada elemento por sus relaciones con los demás. Será siempre en comparación con otros elementos que algo pueda minimizarse.

En el caso de los hechos violentos de Iguala, el discurso presidencial puede minimizarlos al compararlos con algo tan importante como el desarrollo del país. Este desarrollo se despliega espacialmente en todo México y temporalmente en todo su presente y futuro, mientras que lo ocurrido en Iguala, según las palabras de Peña Nieto, fue sólo un “momento de dolor”[10] que tuvo lugar en únicamente “dos municipios de Guerrero”[11]. ¿Qué importan dos municipios en un país con 2445 municipios? ¿Qué importancia tiene el momento de la desaparición y matanza de los normalistas cuando se piensa en los años de futuro y desarrollo que México tiene por delante?

La minimización de Ayotzinapa, tal como se opera en el discurso de Peña Nieto, sitúa los hechos en un amplio contexto espacial y temporal. Una vez que toda la tragedia se ha reducido a sólo un momento de dolor en sólo dos municipios del país, el presidente puede atreverse a exhortar –lo cito– a “superar este momento de dolor”, agregando: “para asegurar paz, es fundamental asegurar el desarrollo en todo el país”[12]. Es decir: todo el país, con sus 2445 municipios, debe desarrollarse para evitar momentos de dolor como el que ocurrió en sólo dos municipios de Guerrero. Y para que el desarrollo sea posible, hay que superar el momento de dolor. Se establece así una vinculación perversa entre la superación del dolor y el desarrollo del país. Es como si el país tan sólo pudiera desarrollarse al superar el dolor por la tragedia. Es también como si este dolor fuera lo que impide el desarrollo del país.

Cuando Peña Nieto nos habla del desarrollo del país, todos sabemos bien de qué nos está hablando. Se está refiriendo al desarrollo de sus propios negocios y los de sus amigos, la concesión de la obra pública mediante sobornos y licitaciones fraudulentas, la venta lucrativa del patrimonio del Estado, la entrega del subsuelo a grandes compañías mineras y petroleras, el obsequio de mano de obra malbaratada para otros grandes capitales extranjeros. Todo esto es obstaculizado por Ayotzinapa.

Los padres y amigos de los normalistas asesinados y desaparecidos, así como todos los demás que sienten dolor por lo ocurrido, estorban los negocios de quienes se dedican a saquear el país, los estorban al bloquear carreteras, pero también al asustar a los potenciales inversionistas, es decir, a quienes vienen a comprar todos los pedazos de país que el gobierno de Peña Nieto ha puesto a la venta. Este desarrollo es lo impedido por el momento de dolor.

Entendemos que Peña Nieto se impaciente y exhorte a seguir adelante con los negocios, a no detenerse, a superar el momento de dolor, según sus propios términos. Aunque estas palabras hayan producido una gran indignación en el país, la impaciencia del presidente fue aún mayor, y unas semanas después repitió que “este momento en la historia de México” no debía “dejarnos atrapados” y que había que “seguir caminando”[13]. En otras palabras: avanzar, no distraerse, continuar avanzando con los asesinos, llevándolos sobre nuestras espaldas, y dejar a los muertos a la orilla del camino. Después de todo, según Peña Nieto, no se trata más que de un pequeño momento en la gran historia de México.

Instrumentalización

Desde luego que podríamos replicarle a Peña Nieto y explicarle que la historia de México está hecha de momentos y sólo de momentos. Pero él nos respondería que hay momentos que sólo corresponden a etapas que nos conducen a un destino y que este destino es lo verdaderamente importante. Lo que importa es el éxito de los negocios de la clase representada por el presidente. Para llegar a este futuro de felicidad, hay que pasar por algunos momentos de dolor. Ayotzinapa es uno de ellos.

De hecho, según ciertas palabras de Peña Nieto, es como si debiéramos pasar por la matanza y desaparición de estudiantes en Iguala para poder continuar adelante. O mejor dicho: la tragedia sirve para llegar a nuestro destino. En este caso, ya no se trata de la simple minimización de Ayotzinapa, sino de su instrumentalización, la última y más maliciosa de las operaciones discursivas a las que deseo referirme.

Los hechos de Iguala son instrumentalizados, en efecto, cuando Peña Nieto nos llama a hacer de ellos –lo cito– “una oportunidad para reconducir, para reforzar y fortalecer nuestras instituciones de seguridad pública, de procuración de justicia”[14]. No deja de ser paradójico, desde luego, que la matanza y desaparición de estudiantes sean instrumentalizadas para fortalecer y reforzar a las mismas instituciones que mataron y desaparecieron a los estudiantes. Es profundamente paradójico, pero no es por ello menos revelador. Y lo que nos revela resulta estremecedor. Hay que reforzar y fortalecer a quienes cometieron el crimen. Hay que darles más fuerza con la que seguirán cometiendo crímenes, quizás precisamente porque los crímenes pueden ser instrumentalizados y posibilitar a su vez más crímenes, y así sucesivamente.

El sistema que nos gobierna tiene una organización tan efectiva, como crimen organizado, que funciona en circuito cerrado y se reproduce constantemente a sí mismo al reproducir incesantemente su propia criminalidad. Tan sólo esto puede permitir que las instituciones criminales sean premiadas en lugar de ser castigadas por su crimen. Peña Nieto, en efecto, no aprovecha el crimen para investigar, limpiar e incluso disolver las criminales instituciones de seguridad pública, sino que lo instrumentaliza para fortalecerlas. Evidentemente se requiere de cada vez mayor fuerza para los militares y policías represivos que protegerán el desarrollo de ese negocio millonario al que Peña Nieto le da el nombre de México. Este fin justifica todos los medios.

Como nos lo dice el presidente, “debemos tener la capacidad de encauzar nuestro dolor e indignación hacia propósitos constructivos”[15]. También el dolor y la indignación deben ser encauzados propositivamente, es decir, utilizados, rentabilizados, instrumentalizados, explotados, como todo lo demás en la sociedad y en el país. Nada puede escapar a la explotación por el sistema con sus propósitos constructivos. ¿Constructivos de qué? Peña Nieto no deja de repetirlo: constructivos de carreteras, puentes, puertos, minas, pozos, oleoductos, fábricas, almacenes y otros medios para seguir saqueando el país y para seguir generando así cada vez más riqueza para unos pocos a costa de cada vez más pobreza para la gran mayoría de la población, como lo confirman todos los datos económicos.

El discurso de la organización criminal capitalista

La economía de saqueo, de enriquecimiento y empobrecimiento, es evidentemente una economía capitalista. Y gracias al gobierno ultra-liberal de Peña Nieto, el capitalismo se libera de todas las trabas, se vuelve todopoderoso y puede actuar de la manera más cruel, salvaje, asesina. El crimen organizado se torna forma de gobierno y puede hablarnos públicamente a través del Presidente de la República. Sabemos que Peña Nieto es portavoz de los narcos y los demás empresarios criminales del país. Las voces de todos ellos resuenan en el discurso presidencial.

Cuando Peña Nieto minimiza o instrumentaliza la matanza y desaparición de estudiantes, su voz es la de aquellos criminales que ofrecen justificaciones y circunstancias atenuantes para sus crímenes. Lo mismo ocurre con la desrealización y formalización de los hechos de Iguala. Si el presidente fuera totalmente inocente de lo que se le acusa, ¿por qué se esforzaría en vaciarlo de realidad y de contenido?

Una vez que los hechos se reducen a un simple tema o a una pura información, ¿a quién vamos a culpar de lo ocurrido? Quizás a quienes informan o tematizan, a los periodistas y a los activistas, pues ellos son los únicos responsables de la tragedia temática e informativa, que es, como hemos visto, la única tragedia para Peña Nieto y para su organización criminal capitalista, la tragedia que estorba sus negocios al dañar nuestra imagen en los escaparates del mercado, al espantar a los compradores en el remate de nuestro país, al entorpecer el saqueo y retrasar la marcha triunfal del capitalismo salvaje. En cuanto a los militares y los policías, ellos no son causantes de nada trágico desde el punto de vista presidencial. Ellos tan sólo matan y desaparecen a estudiantes. ¿Pero acaso no es lo que se les ordena? Su función es neutralizar cualquier peligro y retirar cualquier estorbo para facilitar y asegurar la libre circulación del capital y de sus diversas mercancías, ya sean drogas o minerales, cosas o personas, materias primas o productos manufacturados.

El Ejército Mexicano y las Policías Federales, Estatales y Municipales, no son más que obedientes esbirros y sicarios del capitalismo y de su Estado. Tan sólo cumplen con su obligación de proteger la gran organización criminal encabezada por el Presidente de la República. Lo hacen muy bien, derramando mucha sangre, y es por eso que deben tener más fuerza, cada vez más fuerza. Cuando Peña Nieto reconoce esto último, sabemos bien qué y quiénes hablan por su boca. Es el capitalismo. Son los capitalistas.

[1] Peña Nieto, E. “Peña Nieto: no cabe la impunidad en la agresión sufrida por normalistas”, 6 de octubre 2014, La Jornada, consultado en http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/10/06/ni-201cel-mas-minimo-resquicio201d-de-impunidad-ofrece-pena-2102.html

[2] Ibid.

[3] Ibid.

[4] Peña Nieto, E. “Por concluir, año de claroscuros para México, afirma Peña”, La Jornada, 18 de diciembre 2014, consultado en http://www.jornada.unam.mx/2014/12/18/politica/017n1pol

[5] Peña Nieto, E. “Entrevista por Jorge Fernández”, Presidencia de la República, 8 de septiembre 2015, consultado en http://www.presidencia.gob.mx/articulos-prensa/entrevista-por-jorge-fernandez/

[6] Peña Nieto, E. “Entrevista por Adela. Enrique Peña Nieto: Admito que México enfrenta una situación de desconfianza”, Presidencia de la República, 3 de septiembre 2015, consultado en http://www.presidencia.gob.mx/articulos-prensa/entrevista-por-adela-enrique-pena-nieto-admito-que-mexico-enfrenta-una-situacion-de-desconfianza/

[7] Ibíd.

[8] Peña Nieto, E. “Entrevista por Carlos Marín. Enrique Peña Nieto: México ha tenido un 2015 muy difícil, Presidencia de la República”, 10 de septiembre 2015, consultado en http://www.presidencia.gob.mx/articulos-prensa/entrevista-por-carlos-marin-enrique-pena-nieto-mexico-ha-tenido-un-2015-muy-dificil/

[9]   “Entrevista por Óscar Mario Beteta. Radio Fórmula. Enrique Peña Nieto: Avances en la primera mitad de la administración”, Presidencia de la República, 7 de septiembre 2015, consultado en http://www.presidencia.gob.mx/articulos-prensa/entrevista-por-oscar-mario-beteta-radio-formula-enrique-pena-nieto-avances-en-la-primera-mitad-de-la-administracion/

[10] Peña Nieto, E. “Peña Nieto llama a ‘superar’ el dolor del caso Ayotzinapa”, CNN México, 5 de diciembre 2014, http://mexico.cnn.com/nacional/2014/12/04/pena-nieto-guerrero-visita-plan-seguridad-ayotzinapa-43-normalistas

[11] Peña Nieto, E. “Prevalece violencia en tres estados: EPN”, El Universal, 14 de febrero 2015, http://m.eluniversal.com.mx/notas/nacion/2015/prevalece-violencia-en-tres-estados-epn-223273.html

[12] Peña Nieto, E. “Peña Nieto llama a ‘superar’ el dolor del caso Ayotzinapa”, CNN México, 5 de diciembre 2014, http://mexico.cnn.com/nacional/2014/12/04/pena-nieto-guerrero-visita-plan-seguridad-ayotzinapa-43-normalistas

[13] Peña Nieto, E. “Pena no debe paralizarnos: Peña Nieto”, Excélsior, 28 de enero 2015, consultado en http://www.excelsior.com.mx/nacional/2015/01/28/1004990

[14] Peña Nieto, E. “Peña Nieto pide a gobernantes asumir responsabilidades en seguridad”, Notimex, 18 de diciembre 2014, http://www.notimex.com.mx/acciones/verNota.php?clv=222284

[15]  Peña Nieto, E. “Peña afirma que comparte la exigencia de justicia por la barbarie en Iguala”, La Jornada, 16 de diciembre 2014, consultado en http://www.jornada.unam.mx/2014/12/16/politica/007n1pol

De la interpretación a la traducción

Presentación del libro Traducir el psicoanálisis: interpretación, sentido y transferencia, de Néstor Braunstein. Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), Ciudad Universitaria, UNAM, México D.F., 3 de septiembre 2013.

 David Pavón-Cuéllar

Me siento más que honrado por la invitación a presentar el reciente libro de Néstor Braunstein Traducir el psicoanálisis: interpretación, sentido y transferencia, publicado por la editorial Paradiso. No evocaré todo lo admirable que encuentro en esta obra. Me limitaré a poner de relieve lo que juzgo de mayor interés para lectores, como yo, que acuden al psicoanálisis en busca de recursos teórico-metodológicos para nutrir sus reflexiones e investigaciones en el campo del análisis de discurso.

Traducción e interpretación

Néstor Braunstein (2012) empieza por afirmar, en la primera página del prólogo, que “el psicoanalista es un intérprete, es decir, un traductor” (p. 7). Si nos quedáramos únicamente con esta frase, podríamos expresar la relación entre sus términos en una fórmula cristalina: psicoanálisis igual a interpretación igual a traducción. Reduciríamos tres palabras a una sola idea. Resolveríamos así la incógnita psicoanalítica. Psicoanalizar consistiría en interpretar, es decir, en traducir. Podríamos al fin salir del mundo subterráneo del psicoanálisis y desplazar la cuestión a la superficie luminosa de la traducción y la interpretación. Ambas actividades, traducir e interpretar, aparecerían además como sinónimos, ya que decir lo uno sería lo mismo que decir lo otro.

Braunstein lo afirma literalmente: un intérprete, es decir, un traductor. El problema es que el mismo autor, en el siguiente renglón, advierte que “traducir” e “interpretar”, aunque sean “actividades emparentadas”, no son exactamente “sinónimos” (Braunstein, 2012, p. 7). Pero si no son sinónimos, ¿entonces por qué decir lo uno es lo mismo que decir lo otro? ¿Acaso este decir lo mismo no es precisamente la sinonimia? Esta sinonimia es de hecho aceptada por el mismo autor, en el mismo libro, cuando nos comunica explícitamente su disposición –lo cito– “a refrendar una consagrada aunque debatible sinonimia: la que existe entre interpretación y traducción” (p. 31).

Al aceptar la misma sinonimia que había descartado, el autor aparentemente incurre en una flagrante contradicción. Destaco ahora esta contradicción porque me parece que designa el espacio lógico en el que transcurren aquellas reflexiones del autor que más pueden servirle a un analista de discurso como yo. Para designar este espacio imposible, era precisa una contradicción. Un enunciado contradictorio, en efecto, puede servir para eso, para indicar algo cuya modalidad existencial es la de una imposibilidad. Wittgenstein (1921) diría en su Tractatus, retomando un viejo principio lógico elemental, que “la verdad de la contradicción es imposible” (4.464).

Hay una profunda imposibilidad que Braunstein expresa en la contradictoria sinonimia sin sinonimia entre la interpretación y la traducción. La traducción es efectivamente una interpretación de lo traducido, mientras que la interpretación exitosa debería ser también una traducción de lo que interpreta. Siguiendo la etimología del verbo “traducir”, diremos que una interpretación tiene éxito cuando consigue transmitirnos lo que interpreta. Sin embargo, precisamente porque la traducción interpreta, no logra traducir o transmitir lo que interpreta, sino que sólo consigue transmitir la interpretación de lo que interpreta.

No hay traducción sin interpretación, pero tampoco puede haber una verdadera traducción con interpretación. Estamos condenados a interpretar al traducir, pero al interpretar, dejamos de traducir. La traducción y la interpretación son lo mismo y lo contrario, sinónimos y antónimos, y su identidad es tan imposible como inevitable. Una traducción no puede permitirse interpretar, pero debe permitírselo, y es por esto que la traducción es imposible. Su imposibilidad estriba entonces en su problemática sinonimia con la interpretación.

Al tener que interpretar lo que traducimos, resulta imposible traducirlo de verdad. Pero Braunstein (2012) agrega con mucha razón: “porque imposible, es necesario” (p. 38). Evidentemente necesitamos traducir lo que no podemos traducir. Nos resulta imposible traducirlo y es precisamente por eso que tenemos y sentimos la necesidad de traducirlo. Hay efectivamente una exigencia de traducción en el núcleo real intraducible de lo que sólo podemos interpretar.

Imposibilidad e intraducibilidad

Al traducir, la interpretación resulta inevitable, y por consiguiente la traducción se vuelve imposible, pero también se hace necesaria. Su necesidad se explica por su imposibilidad. Al ser intraducible, tiene que traducirse. Podemos entender que Braunstein (2012) sitúe la “esencia de la traducción” en el “encuentro con lo intraducible” y en la manera de “articular ese encuentro” (p. 38). Pero la articulación de este encuentro con lo intraducible, ¿no es acaso la interpretación en el sentido más estricto del término? Interpreto lo que no puedo traducir, lo que únicamente puedo interpretar, lo real intraducible que tan sólo resulta interpretable a través de lo simbólico.

En su perspectiva freudiana-lacaniana, Braunstein (2012) interpreta “lo intraducible”, con agudeza, como “lo real” en Lacan y como el “ombligo del sueño” en Freud (p. 30). Este “punto de intraducibilidad”, como lo llama el mismo autor, aparece como “la meta” que se intenta “alcanzar” en cualquier “traducción” (pp. 30-31). Es la “imposibilidad real” a la que se aferra el buen traductor, el auténtico, el que no se deja caer en una “impotencia imaginaria” (p. 30). En lugar de resignarse a traicionar lo que no puede traducir, el buen traductor se obstina en traducirlo en sus interpretaciones, a través de ellas y más allá de ellas. Esta obstinación es la misma que mantiene al sujeto atado al diván, intentando ir más allá de lo que interpreta y traducir aquello real que no se deja traducir, que “resiste a la traducción” en el “inconsciente” (p. 20).

Por más que nos obstinemos, lo intraducible se pierde en su interpretación. Lo interpretado no puede ser idéntico a lo que intenta en vano traducir. Esta identidad entre lo intraducible y lo interpretado, como nos lo dice Braunstein (2012), es “un mito, la imagen misma de un imposible” (pp. 16-17). Es imposible acabar con el “espacio fecundo de divergencias” que surge entre el original que se intenta traducir y su intento de traducción, entre lo escrito y lo que uno lee, pero también entre lo que uno se dice y lo que uno mismo entiende cuando “se habla a sí mismo” (p. 43). En todos los casos, “el original” se pierde irremediablemente  y exige incluso un “trabajo de duelo” que nos hace continuar con las interpretaciones y reinterpretaciones de lo que no hemos podido llegar a traducir (p. 17).

Retroactividad y revitalización

Por más que interpretemos y reinterpretemos, no conseguiremos recuperar el original que hayamos perdido. Sin embargo, en lugar de lo perdido, termina por surgir algo nuevo que tal vez ya no sea exactamente el original, pero que sigue siéndolo en cierto modo. Braunstein (2012) sostiene que el original adquiere “nueva vida en otra lengua” (p. 17), y acepta incluso la posibilidad de que el original se vea “corregido y enriquecido” por el “efecto retroactivo” de las “traducciones sobre la obra traducida” (p. 26).

Para hablar de traducciones y no de simples interpretaciones, Braunstein ha debido reconocer el efecto retroactivo por el cual una interpretación incide sobre el original interpretado, lo modifica y sólo así consigue conservarlo, transmitirlo, traducirlo ya modificado. Hay entonces efectivamente una traducción del original como algo nuevo, como algo diferente de lo que era antes de haber sido interpretado. Es así como el original, en futuro anterior, habrá sido renovado y revitalizado por su traducción y “a partir del cumplimiento cabal de la tarea del traductor” (Braunstein, 2012, p. 31).

Notemos que el cumplimiento cabal de la traducción exige una interpretación que transforme retroactivamente lo interpretado. Gracias a la interpretación de Lacan, por ejemplo, Freud habrá sido algo nuevo que nuevamente habrá de sorprendernos. Este renacimiento retroactivo de Freud en Lacan ocurre muy cerca y al mismo tiempo que el de Marx en Althusser. En uno y otro caso, las lecturas de los estructuralistas franceses “intervienen sobre los originales” alemanes que así “reciben los impactos retroactivos de sus traducciones” (Braunstein, 2012, pp. 31-32).

Las interpretaciones althusserianas y lacanianas hacen volver a los espectros de Marx y Freud. Los viejos personajes decimonónicos aparecen transfigurados. Habrán sido otros de los que fueron al recibir el efecto retroactivo de sus lectores franceses del siglo XX. Gracias a su traducción en lengua francesa y jerga estructuralista, el original habrá sido más de todo aquello que ya era.

Braunstein (2012) considera incluso que el original estaría “en espera de traducciones que rebasen las convenciones de su lengua” (p. 33). Quiero entender que estas convenciones de la lengua del original, que pueden verse rebasadas por su traducción, no son únicamente los límites de una lengua como el alemán, sino también los límites de una cultura o de una ideología en el sentido marxista del término, los horizontes de una visión del mundo en la perspectiva de Dilthey, las demarcaciones de aquello que Foucault llama episteme o formación discursiva. Todos estos límites de un original habrán sido traspasados por la traducción. La traducción es así necesaria para sacar a un autor de sus límites, pero nunca es tan necesaria como cuando se traducen originales que tienden por sí mismos a desbordar sus límites, que no se dejan encerrar en ellos, que son más que todo aquello que su época puede contener. Tal es el caso de Marx y Freud.

Revelación y sobredeterminación

Podemos decir que Marx y Freud tienen una gran parte del mérito de sobrepasarse una y otra vez a sí mismos después de muertos, en el futuro, a través de sus interpretaciones por los freudianos y los marxistas. Si estas interpretaciones continúan descubriendo tantas novedades y sorpresas en los originales interpretados, es porque hay algo en estos originales, algo que no ha sido puesto por sus intérpretes, algo que ya estaba ahí desde un principio. Hay algo en los originales que Lacan identificaba como una verdad siempre nueva. Considerando que se trata de esta verdad que sólo puede llegar a decirse a medias, entendemos que Braunstein (2012) la distinga por un rasgo de “ambigüedad” en el que residiría la “fecundidad de las inusitadas lecturas transformadoras” (p. 32).

Las lecturas transformadoras, las “auténticas traducciones”, no serían las que pretenderían “adecuarse” a una verdad inequívoca del original, sino las que “revelaran” en él una verdad siempre nueva que nunca sería la misma y que nunca podría expresarse de modo total y definitivo (Braunstein, 2012, p. 36). Esta circunstancia permite a Braunstein, en una analogía esclarecedora, comparar el original con el “contenido manifiesto” del sueño, y sus “traducciones posibles” a todos los “contenidos latentes” que podemos llegar a descubrir (pp. 30-31). El original, con su verdad inagotable, se convertiría entonces, para el mismo Braunstein, en un “punto de partida” del que saldrían “mil caminos” (p. 31). Los mil caminos de las interpretaciones posibles, en virtud de la “sobredeterminación”, constituirían un “laberinto en el que se puede vagar eternamente” (p. 67).

Pareciera que llegamos aquí al infinito de la interpretación en la hermenéutica de Gadamer. Sin embargo, en la perspectiva lacaniana de Braunstein, lo que prolonga indefinidamente los caminos interpretativos no es algo positivo como la profundización y transformación del proyecto del que nos habla el hermeneuta alemán. Se trata más bien de la circunstancia radicalmente negativa sobre la que Braunstein (2012) vuelve una y otra vez, a lo largo de todo su libro, al insistir en que no hay “juez final”, no hay “veredicto inapelable sobre el sentido”, no hay “punto de cierre de la fuga infinita”, es decir, “no hay metalenguaje, no hay Otro del Otro” que pueda decir “la verdad sobre la verdad” (p. 67), “no hay Sentido” con mayúscula que “ponga fin a la querella de los sentidos contrastantes” (p. 74), así como tampoco hay “una lógica sin fallas” que nos lleve a “un más allá del lenguaje”, a “un sitio libre de mentira, penumbra, disimulación” (pp. 106-107). La conclusión, para Braunstein como para Lacan, es que “no hay Dios” (p. 107).

Fuentistas y blanquistas

Ahora bien, aunque no haya Dios, no todo está permitido. No podemos permitirnos cualquier interpretación. Por más que se puedan prolongar indefinidamente, las interpretaciones, como ya nos lo había advertido Lacan, deben someterse a los límites estrictos que les impone lo interpretado. Esto justifica suficientemente la opción de Braunstein (2012) por los traductores fuentistas, los respetuosos de la fuente, los que se atienen y someten al original, los que más atienden a la forma y al significante, en contraposición a los traductores blanquistas, los que privilegian el contenido y el significado, los que toman partido por la lengua blanco de la traducción, los traidores que están “al servicio del lector” y parecen comprometerse en un “pacto contra el original” (p. 39).

Braunstein hace valiosas observaciones en torno a la diferencia entre los blanquistas y los fuentistas. Mientras que los “dóciles blanquistas” se dirigirían a “infantilizados lectores” arrullados y magnetizados por su “lengua materna”, los “fuentistas intrépidos” violentarían esta lengua para permanecer fieles al original, incluso a costa de la inteligibilidad, pues sabrían que “la palabra no está hecha para la comprensión” (Braunstein, 2012, pp. 40-46). Los fuentistas dejarían de aferrarse a la comprensión, al efecto de sentido, y de este modo coincidirían con la indiferencia lacaniana con respecto al sentido.

Para un lacaniano como Braunstein (2012), el sentido “se implanta en el campo del semblante” (p. 71), remite a “la ideología” de la que nos habla Marx (p. 72) y puede obedecer al “éxito de la sugestión” y a la “fuerza de la transferencia”, llevándonos a una “verdad no referencial sino transferencial” (p. 62). Es entonces en el vínculo transferencial, afectivo y sugestivo con el otro, en donde se fundaría la comprensión y nuestra irresistible inclinación hacia el sentido. Braunstein explica incluso la “creencia en el sentido” por una “demanda de amor” que sitúa “al otro imaginario en el lugar del Otro simbólico” (p. 64).

En su opción radical por el Otro simbólico sin mediación imaginaria, Braunstein (2012) se distingue de Aarón, “líder de los idólatras”, y concuerda con su hermano Moisés, quien busca “una palabra que nombre lo real sin cargarse de sentido, sin recubrirse de imaginario, sin transformarse en un ídolo de barro” (p. 113). Ésta es la palabra que Braunstein quiere encontrar igualmente en la “intervención del analista” con su carácter idealmente “carente de sentido”, es decir, “no proposicional” y “sin semántica”, e incluso “desconstructivo”, es decir, “analítico, disolvente, ateo” (p. 90). Sí, atea, con un ateísmo paradójicamente originado en Moisés.

Me gustaría terminar por el ateísmo, el cual, en Braunstein, adquiere valor de regla metodológica. Se debe proceder ateísticamente, descartando el sentido, lo imaginario, el metalenguaje, el Otro del Otro y así también forzosamente la consistencia positiva del Otro. Esta manera de proceder es consecuente con una “epistemología negativista”, no positivista, como la que Braunstein (2012) encuentra en “las ciencias del signo” inauguradas por Saussure, en las que el “conjunto de hechos positivos” sería sustituido por un “sistema de diferencias, de negatividades” con un puro “valor diacrítico” (pp. 189-190). No hay lugar aquí, en el negativismo estructuralista, ni para la modernidad positivista, ni para la “idolatría” de la “posmodernidad” con su “imperio de las imágenes” (p. 152). Tampoco hay lugar para esa comprensión hipertrofiada que opera entre los blanquistas, los hermeneutas y los analistas de contenido, y que les hace entregarse a una interpretación desmedida, ilimitada y extraviada, que no puede conducir a la traducción más que por simple casualidad. ¿Cómo traducir algo cuando se puede interpretar de cualquier modo?

Referencias

Braunstein, N. (2012). Traducir el psicoanálisis: interpretación, sentido y transferencia. México: Paradiso

Wittgenstein, L. (1921). Tractatus logico-philosophicus. Londres: Harcourt, 1922.