Liberándonos de formas ilusorias de libertad: la psicología de la liberación fuera de sus límites

Traducción al español de una conferencia dictada el 22 de octubre de 2021 en el Séptimo Simposio de Psicología Crítica de Turquía, organizado por la TODAP (Toplumsal Dayanışma için Psikologlar Derneği, Asociación de Psicólogos por la Solidaridad Social)

David Pavón-Cuéllar

El ideal de libertad es uno de los más difundidos en la política. Las diversas opciones de izquierda y derecha nos ofrecen toda clase de liberaciones particulares. Cada organización o movimiento quiere liberar a los ciudadanos de algo diferente connotado como negativo: el patriarcado, el capitalismo, el neoliberalismo, la injusticia, la corrupción, el ecocidio generalizado, el neocolonialismo, el imperialismo, los poderes supranacionales, las corporaciones, las transnacionales, la violencia, el crimen, las fronteras nacionales, las trabas a la libre circulación de mercancías, los impuestos, el Estado, la influencia extranjera, los inmigrantes, etc.

Cualquier cosa puede ser concebida como un impedimento para nuestra libertad. Esto quiere decir que nuestra libertad puede tener prácticamente cualquier significado. El fin de nuestra liberación puede ser tanto el comunismo como la anarquía o la sociedad neoliberal o un Estado totalitario.

Podemos llegar a lugares completamente diferentes, incluso a polos opuestos, cuando conseguimos liberarnos de lo que pensamos que nos oprime o nos encumbra. Los caminos hacia nuestra libertad pueden llevarnos en direcciones divergentes e incluso contrarias. Para marcar el rumbo, no basta con pronunciar la palabra mágica de “liberación”, como en la “psicología de la liberación” que aquí nos interesa. Esta psicología, por su puro nombre, podría llevarnos hacia cualquier lado. Necesitamos precisar de qué libertad estamos hablando.

Ignacio Martín-Baró ya nos aportó algunas precisiones sobre el tipo de libertad que está en juego en su propuesta de psicología de la liberación. De lo que se trata, para Martín-Baró, es de que los pueblos, específicamente las mayorías populares de América Latina, se liberen de su marginación y de su miseria social, de las estructuras de opresión política y explotación económica, de la dependencia neocolonial, del sentido común engañoso y alienante, de actitudes conformistas y sumisas, de una realidad que nos impide ser lo que podríamos llegar a ser. Para que una psicología latinoamericana pueda contribuir a esta liberación, es preciso que ella misma se libere de su positivismo, de su dogmatismo provinciano, de su imitación pasiva de la psicología estadounidense y de otros problemas teóricos y epistemológicos detectados por Martín-Baró.

Como lo plantea Martín-Baró, la psicología latinoamericana debe liberarse de las trabas que le impiden ponerse al servicio de los pueblos oprimidos que luchan por su liberación. Lo importante aquí es la libertad de las mayorías populares, una libertad que Martín-Baró contrapone claramente a la explotación, la opresión, la sumisión, la dependencia, el conformismo y la ideología. Todo esto resulta evidente y comprensible para quienes lo consideren desde el punto de vista de la izquierda liberacionista latinoamericana, incluyendo a la mayor parte de seguidores de Martín-Baró, pero no para otras personas y otros psicólogos que tengan otras orientaciones políticas y que tal vez conciban la libertad de modo absolutamente diferente.

Al exterior de los límites de la psicología de la liberación y del campo liberacionista en general, no basta con precisar a qué se opone la libertad a la que aspiramos, sino que debemos distinguirla de otras formas de libertad que sean ilusorias para nosotros. Debemos criticar estas formas ilusorias, mostrar su aspecto ideológico, denunciar los intereses a los que sirven y explicar por qué debemos liberarnos de ellas para conseguir lo que nosotros entendemos por libertad. Esto es lo que haré ahora brevemente, comenzando así una tarea pendiente de la psicología de la liberación, una tarea que forma parte de su trabajo desideologizador y que la lleva más allá de sus propios límites, haciéndola salir de su reconfortante interior en el que la libertad tiene siempre un sentido unívoco y opuesto a la opresión y a otras expresiones de falta de libertad.

Al exterior de la psicología de la liberación, me concentraré en seis libertades ideológicas: negativa, individual, psicológica, mercantil, alienada y represiva. Estas pseudo-libertades no son las únicas, pero sí están entre las más difundidas, poderosas e influyentes en la sociedad capitalista avanzada neoliberal. Su hegemonía es tal que amenazan constantemente con reabsorber y neutralizar la otra libertad, la verdadera para nosotros, a la que aspiramos en la psicología de la liberación. Es por esto, para evitar esta reabsorción y neutralización, que debemos refutar esas ilusiones de libertad y luchar contra ellas para liberarnos de ellas.

Libertad negativa

Pienso que la primera ilusión de la que debemos liberarnos es la de una libertad negativa, como la defendida por Isaiah Berlin, que sólo consiste en que nadie impida mis acciones o interfiera con ellas. Esta libertad típicamente liberal y neoliberal se reduce a la inexistencia de obstáculos y coacciones en un espacio individual privado y aislado. El individuo necesita de algún modo evitar el espacio público y apartarse de los demás para moverse libremente, para no tropezar con ellos, para que no se interpongan en su camino.

La libertad negativa implica una cierta soledad, un distanciamiento social, como en el confinamiento por la pandemia de coronavirus. Así como uno se aleja de los demás para no ser contagiado, uno también puede tomar sus distancias con respecto a ellos para que no coarten sus libres movimientos. La idea es moverse libremente en el vacío, en una esfera personal despejada, sin cosas o personas que restrinjan o estorben mis movimientos.

El problema es que al desembarazarme de los intrusos y de los obstáculos, estoy perdiendo también los recursos y las ocasiones para ejercer mi libertad. Estoy empobreciendo mi esfera de acción. Es muy poco lo que puedo hacer al moverme libremente en el vacío. No puedo transformar nada porque no hay nada a mi alrededor. No puedo tampoco mover nada, ni compartir ningún movimiento, ni hacer lo que sólo es posible hacer colectivamente.

Libertad individual

La acción colectiva es el único medio que tenemos para liberarnos de situaciones sociales opresivas, pero exige concesiones, compromisos y sacrificios que resultan incompatibles con una libertad negativa. Esta libertad sólo puede ser del individuo. Es una libertad individual perfectamente compatible con el individualismo imperante en la sociedad capitalista neoliberal. En esta sociedad en la que todo se privatiza, observamos también una privatización de nuestra libertad.

El neoliberalismo sólo nos permite ser libres al recluirnos dentro de nuestra esfera privada individual: una esfera tan estrecha que resulta por sí misma opresiva y restrictiva para nuestra libertad.  Liberarnos tan sólo como individuos es liberarse cada uno en la impotencia individual. El individuo solo, desvinculado, es impotente: puede hacer muy poco, casi nada. Sólo puede agitarse y debatirse dentro de su rincón del mundo. Es para hacer esto que uno es individualmente libre.

La libertad estrictamente individual quizás no sea ni siquiera humana. Para quienes pensamos que la humanidad sólo existe colectivamente, el individuo es tan sólo un pedazo de humanidad. Este pedazo es el que se libera individualmente al desprenderse de la totalidad humana. Su liberación es una deshumanización, una mutilación de lo humano. La humanidad mutilada, negada, es la que se conforma con una insignificante libertad individual que es la única libertad concebible en el neoliberalismo.

Libertad psicológica

El individuo neoliberal sólo es libre como tal, como trozo de humanidad, para hacer lo permitido por el sistema capitalista. Si el sistema decide contraer la esfera de libertad individual, el individuo tendrá que aceptarlo, pues como individuo no tiene capacidad para enfrentarse al sistema. Es tan sólo en los márgenes concedidos por el sistema que se puede ejercer una libertad individual como la ofrecida generalmente por los psicólogos. De ahí que Ian Parker aspire a una psicología de la liberación que se libere a sí misma de la psicología. Liberarse de la psicología es liberarse también de su libertad que no es libre en sí misma, sino que está condicionada y determinada por el sistema, como lo ha mostrado Klaus Holzkamp al criticar la opción restrictiva de la capacidad de acción en los modelos psicológicos dominantes.

La psicología nos vende una libertad paradójicamente sometida al sistema capitalista. Es el sistema el que decide el tamaño de la jaula en la que ejercemos nuestra libertad psicológica. Luego hay que ser libres dentro de la jaula, dentro del mundo mental de cada uno, dentro del alma como cárcel del cuerpo, según los términos de Foucault.

El enfoque foucaultiano le ha permitido a Nikolas Rose y a otros comprender el funcionamiento disciplinario de la psicología por el cual nos libera de la experiencia de la opresión exterior al adecuarnos a ella, al hacernos actuarla sobre nosotros mismos, reflejarla en nuestros actos, subjetivarla. El sujeto de la psicología, como lo mostró Althusser, es un reflejo del sistema que sirve para fundamentar y justificar el sistema. La idea es convencernos de que la jaula debe existir, que debemos adaptarnos a ella, al hacernos creer que ella está adaptada a nosotros, que podemos ser libres dentro de ella, que somos como los canarios, que estar enjaulados no impide que seamos felices y que nos realicemos. De lo que se trata es de conformarnos, querer lo que debe ser, obedecer libremente.

Libertad mercantil

Nuestra libertad psicológica tan sólo puede ser experimentada como libertad por quienes han sido ya domesticados, es decir, disciplinados y reconstituidos como seres adecuados para el sistema, como engranes de la gran máquina capitalista, como objetos del capital subjetivado. Estos objetos, estudiados por la ciencia objetiva psicológica, son como cualquier otro objeto en el capitalismo. Se venden, se compran, se usan y se tiran. Son mercancías con un valor de cambio, correspondiente a lo que se paga por ellas, y con un valor de uso, equivalente a lo que se explota en ellas.

Es para explotarnos que el el sistema capitalista nos transforma en mercancías y nos concede la libertad propia de las mercancías. Esta libertad mercantil puede ser muy amplia en un capitalismo como el neoliberal. Si estamos entre los privilegiados, entre las mercancías con mayor valor de cambio, gozaremos aquí de todos los beneficios asociados con la libertad de mercado, como la libre circulación y la libre competencia. Podremos viajar, atravesar todas las fronteras, vendernos al mejor postor, competir con los demás, reinventarnos y publicitarnos, cambiar de trabajo cuantas veces queramos.

La libertad mercantil del sujeto neoliberal es el privilegio de unos y no un derecho de todos. No todos pueden cambiar de trabajo ni atravesar fronteras, y los privilegiados que pueden, tan sólo pueden hacerlo como mercancías y no exactamente como personas. La libertad no es para quienes somos, sino para el valor que tenemos como trabajadores y consumidores, como recursos humanos y no como seres humanos. El sujeto, en efecto, no goza de su libertad mercantil. Esta libertad no es de él, sino de lo encarnado en él, a saber, la mercancía y su valor, su tarjeta de crédito, su riqueza, el capital. Es el capital el que se libera en el neoliberalismo a través de la libertad de las mercancías humanas y no-humanas.

Libertad alienada

La sociedad neoliberal es la que da la mayor libertad al capital a costa de la humanidad. Los sujetos humanos, esclavizados por el capital, únicamente pueden sentirse libres al ser poseídos por su amo, por el capital liberado, como por un demonio. Su experiencia de libertad es la experiencia engañosa de su esclavitud misma. Su ilusión de libertad es la del capital que los esclaviza. Es una libertad alienada en el capital. Puede ser experimentada por los sujetos, desde luego, pero bajo la condición de que se alienen ellos también en el capital, ya sea como capitalistas, como las “personificaciones del capital” a las que se refiere Marx, o bien como capital variable, como capital del capital, como fuerza de trabajo y de consumo, como lo que el mismo Marx llamaba “capital viviente”.

No es tan sólo el capitalismo el que posee a los sujetos. La posesión alienante puede ser también por la divinidad celestial, la identidad nacional, la blanquitud colonial, la masculinidad patriarcal u otras categorías culturales que operan igualmente como amos que esclavizan al sujeto por el mismo gesto por el que le dan una experiencia de libertad alienada. Estos amos, cada vez más subsumidos en el gran amo del capital, nos poseen tan profundamente que nos imaginamos ser ellos, nos identificamos con ellos, en una suerte de identificación con el agresor, con el opresor, con el explotador.

Identificarnos con nuestro enemigo, imaginar que somos él, es más fácil que luchar contra él para vencerlo. ¿Para qué sufrir al intentar en vano liberarnos cuando podemos simplemente darnos el gusto de imaginar que nos hemos liberado? La mujer siente una extraña libertad al interpretar el papel violento del hombre del patriarcado. El blanqueamiento puede ofrecer inmediatamente la tan ansiada liberación para el negro y para el indígena. El obrero explotado cree liberarse de su explotación a través de su consumo burgués o mediante su nacionalismo racista y xenófobo. En todos los casos, la tentación de la facilidad hace que los sujetos opten por una libertad ilusoria instantánea en lugar de la ardua y larga lucha por la liberación.

Libertad represiva

La verdadera libertad es difícil de alcanzar. Exige tiempo, lucha, esfuerzo, renuncia, disciplina, como ya lo constató Kant en su famosa Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?, aunque tal vez no exactamente en el mismo sentido. Lo seguro es que nuestra liberación parece irreconciliable con el reino capitalista de la comodidad, la facilidad, la superficialidad y la velocidad, tal como se aprecia en el consumismo, la impaciencia generalizada y los placeres inmediatos de todo tipo.

El espectáculo que ofrece el capitalismo, especialmente a través de la industria cultural estadounidense, es el de una absoluta libertad en todos los planos. Esta libertad aparente nos distrae y nos aparta de la verdadera libertad. No haremos nada para liberarnos cuando ya nos creemos libres en el ritmo frenético de nuestro consumo, nuestros viajes y nuestros encuentros sexuales. Herbert Marcuse tuvo razón al ver aquí una libertad represiva.

Es verdad que la mayor represión del sujeto y de su vida sexual, la mayor simplificación y contracción de su esfera personal y erótica, pueden encontrarse en la aparente libertad asociada con la prostitución, la pornografía, la droga y el sexo fácil y casual en bares y agencias de encuentros. La misma libertad represiva se acentúa en Facebook, Tinder, Instagram y otras aplicaciones en las que nos liberamos generalmente de un modo reprimido a través de exhibiciones, fantasías y relaciones reales o virtuales mediadas y explotadas por el gran capital de Silicon Valley. Aquí todo está programado, simplificado, acelerado, obturado, sin que haya mucho lugar para la libertad inherente a la espontaneidad y los extravíos del deseo, el vacío y la espera indefinida, el sueño y la ensoñación, el silencio y la ambigüedad, lo incomprensible y lo imprevisto, la imaginación y la sublimación.

A modo de conclusión

El fenómeno humano debería liberarse en toda su complejidad para que pudiéramos hablar de una verdadera libertad humana. No somos verdaderamente libres al gozar de libertades ilusorias que solamente liberan un aspecto insignificante de la humanidad para poder oprimir el resto. La opresión es aquí lo importante, pero se ve disimulada tras libertades ilusorias que operan como distractores, como carnadas, como trampas.

El capitalismo siempre ha pretendido liberarnos como estratagema para oprimirnos y reprimirnos, para esclavizarnos, para explotarnos. Esta forma de proceder se ha ido acentuando bajo el impulso de los avances tecnológicos y de las políticas neoliberales. Cada vez parece haber más libertades ilusorias que nos hacen perder de vista lo que podría ser una verdadera libertad humana.

El objetivo de liberación, tal como se formula en la psicología de la liberación, exige primeramente luchar para liberarnos de las formas ilusorias de libertad que nos hacen imaginar que ya no hay nada de lo que debamos liberarnos. Desde luego que hay mucho de lo que debemos liberarnos, y lo primero es precisamente nuestra ilusión de libertad, por la que imaginamos que ya no hay necesidad alguna de liberación. Esta ilusión es un principio subjetivo de opresión que obstaculiza cualquier lucha liberadora.

Estudiar psicología en la universidad pública

Intervención como “padrino de generación” en la Ceremonia de Entrega de Cartas de Pasante de la cohorte generacional 2009-2014 de la Facultad de Psicología de la UMSNH. Morelia, Michoacán, México, viernes 7 de marzo 2014.

David Pavón-Cuéllar

Muchas y muchos de ustedes han de saber que el presidente chileno Salvador Allende vino a México en 1972, tan sólo nueve meses antes de que el Ejército Chileno lo asesinara con apoyo y asesoría del gobierno de los Estados Unidos. Nuestro vecino del norte no podía permitir que un país latinoamericano se ofreciera un presidente semejante. Hay que reconocer que Allende no era un presidente como los demás. Era poco político, no sabía corromperse y estaba quizá demasiado cerca del pueblo. Quizás haya sido precisamente por eso que al llegar a México, a diferencia de los grises mandatarios ordinarios, Allende haya tenido un recibimiento popular tan sincero, efusivo y multitudinario. Cientos de miles de personas, especialmente jóvenes y estudiantes, le dieron la bienvenida entonando consignas como “América al socialismo”, o “Allende, México te defiende”. Se hizo un cinturón humano de casi 16 kilómetros de largo desde el aeropuerto hasta la embajada chilena en el otro extremo de la ciudad de México.

Muchas y muchos de ustedes han de saber también que Salvador Allende pronunció una conferencia para los estudiantes en la Universidad de Guadalajara. Entre lo mucho que dijo, hay algo que deseo transmitirles a ustedes en estos momentos, pues me parece que es algo importante, muy importante, que se olvida con demasiada facilidad. Lo que les dijo Allende a los estudiantes de Guadalajara, lo que le diría a ustedes si estuviera aquí entre nosotros, es que “la obligación del que estudió aquí”, en una institución como la Universidad Michoacana, “es no olvidar que ésta es una Universidad del Estado pagada por los contribuyentes, que en la inmensa mayoría son los trabajadores”. Es el trabajo productivo del pueblo, de obreros y campesinos, el que ha creado una riqueza con la que se han pagado los impuestos que a su vez han pagado su carrera de psicología en la Universidad Michoacana.

Si ustedes han podido estudiar sus licenciaturas, no fue porque se las invitaran sus familias, sino porque se las han pagado jornaleras y jornaleros que hacen labores extenuantes en los campos de Sinaloa, que ganan un salario miserable y que están en contacto con pesticidas y fertilizantes que frecuentemente los matan de cáncer o de otras enfermedades. Son los trabajadores productivos quienes han inmolado sus vidas para generar esa riqueza con la que se pagó la educación de ustedes. Hay aquí centenares de pasantes de psicología porque hay allá miles de guerrerenses, oaxaqueñas y oaxaqueños, chiapanecas y chiapanecos, trabajando bajo un sol abrasador. Les debemos a ellas y a ellos sus cartas de pasantes, pero también a los mineros, al campesinado, a los ganaderos y los pescadores, a las obreras y a los obreros de las maquiladoras, a las y los migrantes que llenan el país de remesas, y evidentemente a las costureras de Ciudad Juárez y de otros centros industriales, que han sido sistemáticamente explotadas, ignoradas, traficadas, humilladas, violadas y asesinadas. Es el trabajo productivo de estos millones de trabajadoras y trabajadores el que ha permitido pagar mi salario y el de mis colegas, el de las empleadas y empleados, la energía eléctrica y el agua de la universidad, los edificios de la facultad y la mayor parte de los libros de las bibliotecas, las pruebas psicológicas y las máquinas del centro de cómputo, y evidentemente viajes a congresos, publicaciones y hasta despilfarros que no deberían ocurrir.

Debo confesarles que he llegado a sentirme culpable cuando recibo mi salario o cuando invierto recursos públicos en algún proyecto académico individual y grupal. Me pregunto siempre, al recibir mi quincena, si tengo realmente el derecho de recibir esa fracción del presupuesto, si es proporcional con respecto a lo que doy, y si es justo que gaste el dinero de los obreros en la coedición de un libro sobre análisis lacaniano de discurso. Por más que intente dar un uso militante, social y político al análisis, ¿de qué les sirve en definitiva este maldito análisis a los jornaleros en Sinaloa? ¿Cómo se benefician ellos, quienes me pagan, de las clases que imparto, de las tesis que dirijo, de las ponencias que presento y de un libro universitario que publico en Inglaterra y que será leído casi exclusivamente por maestros y estudiantes del Primer Mundo anglosajón? ¿Tengo derecho a dedicar días enteros a un debate con un autor que vive en Austria, cuando los términos de ese debate son tan precisos e intrascendentes que ni siquiera sería yo capaz de darles algún sentido al explicárselos a mis estudiantes de la Universidad Michoacana? Retomando las palabras de Díaz Mirón, ¿tenemos derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto? Esta pregunta se vuelve aún más punzante cuando quienes carecen de lo estricto son precisamente quienes nos pagan lo superfluo.

Así como yo les debo a los trabajadores productivos mis medios de subsistencia y la satisfacción de mis caprichos académicos, así también ustedes les deben su educación. Tanto ustedes como yo estamos en deuda con la sociedad y especialmente con sus sectores más oprimidos y explotados. Son ellos los que mantienen la universidad pública, y quien egresa de una universidad pública está en deuda con ellos, con los más pobres.  Desde luego que ustedes pueden no pagar su deuda, pero si lo hacen, entonces habrán despojado a los más pobres de nuestra sociedad.

¿Y cómo un psicólogo puede pagar su deuda con la sociedad y en especial con sus sectores más desfavorecidos? Trabajando para ellos, para los trabajadores, para las mayorías populares y no para las clases privilegiadas, para los explotados y no para los explotadores, para la sociedad y no para unos cuantos, para los que menos tienen y no para los que más tienen y mejor pueden pagar. Hay que dar consultas o asesorías gratuitas para quienes las necesiten y no puedan pagarlas. Hay que poner nuestros conocimientos psicológicos al servicio de las organizaciones populares que luchen por la igualdad y la justicia en nuestra sociedad. Nuestra psicología social debe ser auténticamente social y no clasista ni elitista, y debe servirle a la sociedad y no sólo a quienes la estudian, y de ningún modo a quienes buscan dominarla, explotarla o manipularla, como las agencias publicitarias de las grandes transnacionales.

Ya sé que no es fácil encontrar un empleo en la psicología, y aquellas y aquellos de ustedes que lo encuentren, por lo general tendrán que resignarse a desempeñar su función en el mismo engranaje que mantiene en la miseria a quienes les pagaron sus estudios. Pero aun en este caso, por favor nunca olviden la deuda contraída con los oprimidos y los explotados, y seguramente se les presentarán muchas oportunidades para pagar al menos una parte de esta deuda. No se identifiquen personalmente con el sistema hasta el punto de ser uno de aquellos empleados tan escrupulosos, tan sádicos y despiadados, que sólo consideran su propio beneficio o el de la compañía para la que trabajan.

Intentemos subvertir el sistema desde su interior, desobedecer las órdenes inaceptables, obstaculizar los dispositivos injustos. Y cuando podamos elegir, privilegiemos las organizaciones o empresas no lucrativas sobre las lucrativas, las públicas sobre las privadas, las que tengan un propósito social o comunitario y no las que benefician a un sector a costa de los demás, las igualitarias y democráticas y no las jerarquizadas y autocráticas, las alternativas-subversivas y no las normales-normalizadoras, y las que escuchen a los llamados “criminales” o “enfermos mentales” en lugar de silenciarlos y estigmatizarlos. También me parece que no deberíamos reducir la psicología a un medio para suponernos un saber, para ejercer un poder sobre los demás o para lucrar con las desgracias de nuestros semejantes.

No tenemos derecho a enriquecernos mediante unos conocimientos en psicoterapia o en psicoanálisis que fueron pagados por los más pobres de nuestro país. Tampoco deberíamos sentirnos con el derecho de poner la psicología industrial al servicio de quienes explotan a los mismos que permitieron que aprendiéramos la psicología industrial. Ellos no han pagado nuestra educación para que la rentabilicemos y nos llenemos los bolsillos al hacer negocios con lo que se nos enseñó. Dejemos esta actividad a quienes egresan de universidades privadas lucrativas, a quienes fueron clientes y ahora pueden vengarse con quienes serán sus clientes. Ustedes no fueron clientes de la universidad. No se hicieron negocios con ustedes, y por lo tanto, desde mi punto de vista, no tienen derecho a negociar con lo que aprendieron en la universidad. Sería como vender lo que se nos ha prestado generosamente.

Nuestra psicología es un préstamo. Se la debemos a las mayorías populares. Debe ser para ellas, y cuando sea para un individuo, tiene que ser para ese individuo como parte del pueblo. Esto no es nada fácil, pues nos exige transformar la psicología que aprendimos y que no consigue liberarse de sus profundas complicidades con el capitalismo, el instrumentalismo, el positivismo disciplinario y normalizador, el elitismo clasista, el hedonismo egoísta, el individualismo burgués, el intelectualismo academicista, el sexismo androcéntrico y homofóbico, y el etnocentrismo y colonialismo científico europeo y norteamericano.

Como lo explica Ignacio Martín-Baró en 1989, “debemos liberar a la psicología de aquellos lastres, teóricos y técnicos, que la marginan de los justos anhelos de las mayorías populares; debemos liberarnos nosotros mismos, psicólogos latinoamericanos, de todas aquellas trabas que nos impiden ponernos al servicio de nuestros pueblos oprimidos y ofrecer lo mejor de nuestra capacidad científica para la transformación de las sociedades”. Estas palabras fueron pronunciadas por Martín-Baró en la misma Universidad de Guadalajara en la Salvador Allende, 17 años antes, llamó a los estudiantes de las universidades públicas a trabajar para el pueblo. Y así como Allende fue asesinado pocos meses después de hablar en Guadalajara para los estudiantes, así también Martín-Baró fue asesinado pocos meses después de hablar en Guadalajara para los estudiantes. Y quienes asesinaron a Martín-Baró fueron prácticamente los mismos que asesinaron a Salvador Allende: militares latinoamericanos apoyados por el gobierno estadunidense y por los sectores pudientes de la sociedad. ¿Y por qué este gobierno y esos militares traidores debían deshacerse de Martín-Baró y de Salvador Allende? Por una razón muy sencilla. Porque uno y otro fueron percibidos como estorbos para el funcionamiento de aquel mismo sistema en el que muchos psicólogos desempeñan tan bien sus funciones.

Cuando trabajemos como psicólogos, debemos preguntarnos una y otra vez a quién estamos sirviendo, para qué sirve lo que hacemos y en qué proyecto social e histórico se inserta nuestra labor profesional o académica. Tenemos que mostrar esa valiente capacidad crítica, reflexiva y abiertamente comprometida, que tantas veces pude observar en su generación, y que más de una vez yo mismo sufrí, con mucho gusto, pero también a veces con terror, como lo confesé alguna vez en un grupo. Así como consiguieron aterrarme con su parresia, con su coraje de la verdad, así espero que también aterroricen, a través de su trabajo profesional de psicólogos, a quienes intenten utilizarlos para sofocar y reprimir lo mismo que hablaba por las bocas de Allende y de Martín-Baró.

Para terminar quisiera felicitarlos y darles las gracias. No por su carta de pasante, que no es más que un papel, sino por lo más importante: por el terror que me hicieron sentir, por su constante cuestionamiento, por sus innumerables iniciativas, por su cooperativa, su asamblea, sus movilizaciones sociales y estudiantiles, las maravillosas pinturas en las bardas de la facultad, el yosoy132 y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, su apoyo con el congreso de marxismo y con los árboles de la facultad, y tantas otras hazañas, entre ellas la inagotable paciencia de los estudiantes menos agitados. Verdaderamente considero que su generación es prometedora. Espero que sea mejor que la nuestra.