Soltar

David Pavón-Cuéllar

Soltar es el último remedio universal infalible prescrito por la psicología, la psicoterapia, el coaching, la consejería espiritual, el género de autoayuda y autocuidado, el neochamanismo indigenista, la meditación budista occidental y el pastoreo cristiano evangélico. Viejos y nuevos expertos en salud mental nos recomiendan cada vez más que «soltemos» lo que nos pesa, nos oprime, nos lastima y nos hace daño, pero «soltarlo» puede significar también:

1) Soltar lo difícil de sostener, soltarlo sólo porque es difícil de sostener, soltarlo simplemente para evitar la dificultad, por preferir la facilidad, porque lo fácil es más agradable que lo difícil, aunque lo difícil pueda ser más beneficioso, más correcto, más justo, más noble, más verdadero, más humano.

2) Soltar aquello con lo que estamos comprometidos, no asumir nuestros compromisos, abandonar a quienes volvimos dependientes de nosotros y a quienes hicieron que fuéramos lo que somos, hacer como si no les debiéramos todo lo que les debemos, hacer como si nosotros mismos no fuéramos parte de nuestra deuda simbólica, olvidar que nos debemos a los demás, despojarlos de nosotros, defraudar a nuestros acreedores, traicionar a quienes creyeron que nunca soltaríamos.

3) Soltar a nuestros semejantes como si no fueran sujetos humanos, como si fueran objetos utilizables y luego desechables, como si fueran «amigos» eliminables en las redes sociales, como si fueran instrumentos que sólo cuentan mientras funcionan y aportan beneficios, como si fueran aquello a lo que somos reducidos en el capitalismo.

4) Soltar los vínculos que nos constituyen, hacer como si no fuéramos constituidos por ellos, desconocerlos y así desconocernos, perdernos al perderlos, restarlos de lo que somos, restarnos, mutilarnos, alienarnos de nuestro ser al concebirnos ideológicamente como individuos autogenerados y autosuficientes, concibiéndonos así de modo individualista neoliberal.

5) Soltar aquello de lo que más podemos aprender, lo diferente, incomprensible y desafiante, para quedarnos únicamente con la vana confirmación de nuestro ser en lo semejante, comprensible y reconfortante.

6) Soltar lo que nos desmiente y así nos incomoda, soltarlo para no ser desmentidos ni incomodados, para mantenernos cómodamente instalados en el reducto de las mentiras que nos contamos.

7) Soltar lo que nos cuestiona, lo que nos contradice, lo que nos hace dudar y desconfiar de lo que pensamos, lo que nos vuelve contra nosotros mismos, lo que nos desgarra de nuestro ser y así nos compele a transformarlo.

8) Soltar a los otros para no soltarnos cada uno a sí mismo, para no liberarse de sí mismo, para mantenerse aferrado a lo que uno es, privándonos así de una de las experiencias más trascendentes de la vida, la de soltarse a sí mismo para no soltar al otro.

9) Soltar lo que da contenido y sentido a nuestras vidas, no perseverar en lo que somos y ansiamos, claudicar y capitular ante el mundo, ceder sobre nuestro deseo, dejar de insistir y resistir, convertirnos así en seres inconstantes, resignados y por ello inofensivos para el poder, más fáciles de controlar y dominar.

10) Imaginar soltar aquello que no podemos así tan sólo soltar, aquello adherido a cada fibra de nuestro ser, aquello de lo que únicamente podemos arrancarnos con enormes dolores y esfuerzos, aquello contra lo que debemos luchar, aquello de lo que necesitamos liberarnos.

Materialismo simbólico del psicoanálisis: más allá de las representaciones ideales e imaginarias de la psicología

Presentación del libro La noción de representación en la obra de Freud: una relectura materialista de Julio César Osoyo Bucio (San Luis Potosí, El Diván Negro, 2024), el 31 de octubre de 2024, en la Facultad de psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán, México

David Pavón-Cuéllar

La representación social de Moscovici, Jodelet, Lage y los demás es uno de los grandes objetos de la psicología. Comparándose con otros objetos de un saber psicológico predominantemente individualista, la representación social tiene la ventaja de no ser individual, sino social en el sentido más radical del término, social en tanto que irreductible a los individuos. Este carácter irreductiblemente social de la representación es a veces designado como “colectivo”, tal como lo designaba Durkheim, para distinguirlo de lo social entendido como lo relativo a la asociación extrínseca entre los individuos, tal como se entiende en la psicología individualista que domina en los ámbitos académicos en el mundo.

En contraste con los modelos psicológicos dominantes atrapados y encerrados en la individualidad, la teoría de las representaciones sociales pertenece a la tradición de una psicología colectiva en la que se reconoce que hay algo psíquico, mental o cognitivo, que trasciende la esfera individual hipertrofiada y absolutizada en la sociedad burguesa marcadamente individualista. El individualismo ideológico de la burguesía moderna, en efecto, es el de la psicología que estudiamos y es también el desafiado por la escuela de Moscovici y sus seguidores. Que estos autores franceses desafíen el individualismo psicológico burgués es algo que no puede sino entusiasmar a quienes, como yo, nos situamos en perspectivas críticas anticapitalistas y por ello también anti-burguesas.

No hay razón para no celebrar lo social de la representación social, pero yo pensaría dos veces antes de celebrar lo que es como representación, como algo con lo que se hace presente en la mente, de modo mental o psíquico, lo que está ya presente en otro lugar. Tenemos aquí la disociación entre dos lugares, uno de los cuales es el mental de las representaciones, aquel en el que se representa lo que está en otro lugar, aquel mismo del que se ocupan los psicólogos de las representaciones sociales. El primer problema de la suposición de este otro lugar es que no hay nada en él que podamos conocer directamente, pudiendo sólo conocerlo a través de las palabras, a través del discurso, lo que justifica sobradamente que nos quedemos con las palabras, con el discurso en el que se interpretan las representaciones, y hablemos de repertorios interpretativos en lugar de representaciones sociales, como lo hacen Potter, Wetherell, Edwards y los demás con sus repertorios interpretativos.

Después de todo, los repertorios interpretativos son todo lo que podemos conocer de las representaciones. ¿Por qué hablaríamos entonces de ellas y no de ellos cuando no tenemos ninguna certeza de ellas y sí de ellos? Quedándonos con los repertorios interpretativos, con los discursos en los que se expresan las representaciones, podemos al fin deshacernos del objeto ideológico de la psicología cognitiva, el de la representación como cognición, e inaugurar la psicología discursiva por el mismo gesto por el que resituamos el saber psicológico en el discurso, en lo único evidente de lo que se tiene una experiencia inmediata. Es así como honramos el origen epistemológico empirista de la psicología y de otras ciencias humanas y sociales.

El problema del empirismo de la psicología discursiva es la carencia de un método teórico por el que pueda atravesarse la experiencia para internarse en lo que está más allá de ella, no en el mundo interno ideal-ideológico de los psicólogos cognitivos, sino en el mundo externo material cultural, histórico y socioeconómico. Este mundo real, esta realidad mundana, es lo que hizo que un marxista como Ian Parker se distanciara de la psicología de las representaciones sociales en la que se interesó al principio de su carrera. La misma realidad mundana fue la que Parker defendió a través de su realismo crítico y opuso al relativismo discursivo de Potter, Edwards y los demás.

La realidad a la que me refiero permanece invisible tanto para la psicología discursiva de Potter y Edwards como para la psicología cognitiva de Moscovici y Jodelet y en general para toda la psicología dominante. El conjunto de la psicología sufre de una enfermedad que Holzkamp describía como una falta-de-mundo. El conjunto de los psicólogos olvidan el mundo, la presencia del mundo, para ocuparse de sus representantes discursivos y especialmente de sus representaciones cognitivas, mentales, psíquicas, espirituales, conscientes e incluso inconscientes.

Lo representacional aparece como textura misma de lo psíquico y es por eso que atrae a los psicólogos, pero también a los psicoanalistas y al mismo Freud, como nos lo muestra Julio César Osoyo Bucio en un libro que tiene el mérito de mostrar el carácter profundamente problemático de la representación para Freud. Si lo representacional constituye un problema para Freud, es precisamente porque el descubrimiento freudiano subvierte mucho de aquello que se ha condensado y sedimentado en la idea filosófica de la representación que luego se transmite de segunda mano a la psicología. Esta idea filosófica es ya incompatible con el psicoanálisis por el simple hecho de referirse a algo puramente interno, psíquico y no somático, psicológico y no fisiológico, ideal y no material, representacional y no presencial, consciente y no inconsciente, imaginario y no simbólico.

Todo lo excluido por la representación filosófica-psicológica es lo que se abre paso en la teoría freudiana de la representación, como bien lo muestra Osoyo Bucio en su recorrido. Este recorrido adopta un materialismo simbólico para mostrarnos aquello por lo que se distingue lo representacional freudiano: aquello material y simbólico por lo que se distingue de representaciones ideales e imaginarias como las de Moscovici por el mismo gesto por el que se deslinda claramente de cualquier psicología. Mientras que los psicólogos se atienen a la superficie especular empírica de lo representacional y olvidan lo que hay más allá de ella, Freud intenta siempre atravesarla para indagar lo que está representándose, como la represión y la idealización, la pulsión y el deseo, el cuerpo y el mundo. Es así como Freud consigue inmunizar al psicoanálisis contra cualquier psicologismo, contra cualquier psicologización, contra cualquier psicología. Mostrando esto, el libro de Osoyo Bucio nos ofrece valiosos insumos para criticar el saber psicológico y no sólo para estudiar la teoría psicoanalítica.

El objeto de la psicología es un sujeto social y político

Versión en español de la entrevista realizada en inglés por Yilmaz Can Derdiyok y publicada en turco, en el periódico Fikir, en su edición del 15 de agosto de 2024, y luego en español, en El Ciudadano, el 16 de septiembre del mismo año.

David Pavón-Cuéllar

1) Estamos atravesando un período de importantes cambios en el mundo. Sentimientos antiinmigrantes, misoginia, crisis políticas y guerras regionales… ¿Qué efectos tienen estos cambios en el mundo a nivel individual y social?

En el nivel individual, hay efectos inmediatos bastante obvios como estrés, ansiedad, miedo, inseguridad, soledad, vergüenza, autoodio, odio y resentimiento entre las mujeres, los inmigrantes y las víctimas de las crisis y las guerras. Estos efectos inciden a su vez en el nivel social al reforzar las identidades, degradar los vínculos, reproducir o agravar los conflictos, aislar o pulverizar las comunidades, acentuar las diferencias y desigualdades. En todos los casos, lo que vislumbramos en el fondo es una violencia estructural que no sólo lastima, daña, mutila y desgarra a los individuos y a las sociedades, sino que se transmite a través de ellos.

Nuestro análisis debe atravesar los niveles individual y social para sondear en el nivel estructural, el de la violenta estructura capitalista, patriarcal y colonial. Esta estructura subyace a muchos de los cambios mencionados en tu pregunta. Para percibir lo que está en juego en ellos y en sus efectos individuales y sociales, necesitamos situarnos en el nivel estructural.

Sin pensar en el patriarcado, no llegaremos muy lejos en nuestra consideración de la misoginia, el machismo y el sexismo, así como las conductas, relaciones, experiencias e identidades sexuales y de género. Tampoco entenderemos los sentimientos antiinmigrantes, la xenofobia y el racismo si no los analizamos a la luz del colonialismo, el neocolonialismo y la colonialidad. De igual modo, el estudio del capitalismo es indispensable para explicar la mayor parte de guerras y crisis de nuestra época, así como las formas en que destruyen y reconstituyen a los individuos y a las sociedades.

La división misma entre los niveles individual y social parece ser una consecuencia de la estructura capitalista, patriarcal y colonial. Como nos lo muestra Freud, el patriarcado separa las psicologías social e individual al contraponer a un individuo masculinizado, concebido como padre de la comunidad humana, y a una comunidad familiarizada, feminizada e infantilizada, reducida simbólicamente a la condición de horda. Luego, como nos lo enseña Marx, el capitalismo completa y generaliza el proceso al atomizar la comunidad y al convertirla en una sociedad con vínculos extrínsecos entre los individuos opuestos entre sí y a la totalidad social. Todo esto se impone en todo el mundo a través del colonialismo, el neocolonialismo y la colonialidad.

2) Existe la percepción de que la ciencia psicológica debe mantenerse alejada de los cambios sociales y políticos en el mundo y sólo debe ocuparse del individuo separado de este contexto. ¿Es esto cierto?

Definitivamente no. El individuo de la psicología es creado, moldeado y constantemente determinado y modificado por su contexto social y político. Este contexto, de hecho, es lo que se individualiza y así constituye al individuo, manifestándose en su esfera mental y conductual. Lo estudiado por la psicología es la manifestación de su contexto.

Cuando no conocemos el contexto, no sabemos lo que se está manifestando en lo que estudiamos en la ciencia psicológica. Esta ciencia no se ocupa tanto de su objeto como de su contexto. Por ejemplo, estudia frecuentemente manifestaciones subjetivas del capitalismo neoliberal cuando cree estar estudiando la conformidad, el convencionalismo, el estrés, la ansiedad o la depresión de ciertos sujetos.

Lo que llamamos “contexto” es más que lo que solemos entender por “contexto”. No rodea a los individuos que habitan en él, sino que los habita y los constituye internamente. Es el fondo y el meollo de la subjetividad. Es la clave para entender la personalidad, las emociones y los procesos mentales. Descontextualizar el objeto de la psicología es ni más ni menos que desconocerlo.

3) Mientras la psicología dominante da la espalda a todos estos problemas, ¿qué tipo de enfoques debería desarrollar la psicología crítica? ¿Qué deudas hemos contraído los psicólogos y cómo podemos saldarlas en una perspectiva crítica?

Nuestra primera deuda es con todo lo ignorado, encubierto, subestimado y así debilitado y degradado por la psicología, como la singularidad subjetiva, la vida comunitaria, las subjetividades colectivas y los movimientos políticos transformadores con los que se curan los grandes males estructurales. Ante estos males, el psicólogo es tan impotente como cualquier otro individuo, pero se distingue por ganarse el sustento diario al promover y vender su impotencia bajo la seductora envoltura de una ilusoria omnipotencia individual. Semejante producto psicológico sólo puede comprarse a expensas de la única verdadera potencia, la de uno con los demás, distrayéndose de la cura de las enfermedades impersonales de la estructura y ensimismándose en el tratamiento de sus manifestaciones en síntomas personales e interpersonales. Hay entonces una deuda particular de la psicología con sus clientes por aislarlos y despolitizarlos, por desviarlos de la vía colectiva y política para la solución real de sus problemas, por darles únicamente cuidados paliativos, analgésicos y sedantes, que sólo sirven para calmar las ansias de cambiarlo todo para tener un mundo mejor.

La psicología está endeudada también con los individuos a los que aliena, mutila y destruye para normalizarlos, para doblegarlos, para adaptarlos y asimilarlos a la estructura capitalista, patriarcal y colonial. Hay igualmente una deuda importante con otras culturas que tienen otras concepciones de la subjetividad, concepciones más adecuadas a su historia y a su contexto, pero desautorizadas y suplantadas por las concepciones psicológicas modernas europeas y estadounidenses. Aunque no esté en condiciones de honrar deudas como éstas, la psicología podría por lo menos detener su creciente endeudamiento al moderarse, al replegarse, al dejar de expandirse más allá de sus medios, al ya no extralimitarse, al ya no usurpar el derecho de los sujetos individuales y colectivos a definir lo que son y lo que pueden llegar a ser.

Una psicología sólo será solvente al ser menos psicológica, menos académica, menos pretendidamente científica y profesional, más otras cosas, más inherentemente social y política, más de los movimientos colectivos, más de los pueblos y de las culturas que la rodean y habitan. Los psicólogos, para mantener un mínimo de solvencia, tendrían que renunciar a su gratificante papel de expertos, hablar menos y escuchar más a la sociedad, aprender más del mundo y ser portavoces de los pueblos en el estrecho ámbito académico, científico y profesional de la psicología.

El psicólogo solvente deberá ser crítico, autocrítico, al reconocer que su propio supuesto saber psicológico no es necesariamente mejor ni más verdadero ni legítimo que los saberes sobre la subjetividad poseídos por los no-psicólogos, las personas de la calle, los padres y abuelos, las culturas y las comunidades. Estos otros saberes, saberes otros, deberían servirnos a nosotros, psicólogos críticos, para interpelar, cuestionar e incluso relativizar y refutar nuestros saberes psicológicos. Necesitamos renunciar a la pretensión de que nuestra psicología posee el único saber adecuado sobre la subjetividad. Es preciso y urgente que escuchemos otros saberes y que dejemos de subordinarlos a la psicología, dejemos de psicologizarlos, dejemos de psicologizar la subjetividad.

4) El sistema actual y la psicología dominante, a través del desarrollo personal, la carrera y otros campos «mágicos», están tratando de mantener a las personas alejadas del lado social y político y confinarlas en sus propias cáscaras. ¿Cómo deberíamos evaluar esta situación?

Los sujetos únicamente pueden ser sujetos a través de su existencia social y política. Al privarlos de esta existencia, la psicología los priva de la subjetividad, la cual, entonces, puede ser acaparada por el capital. En cuanto a los sujetos humanos, pueden reducirse a objetos del capital, objetos de la dominación y explotación por el sistema capitalista, después de haber sido objetos del saber psicológico objetivo.

Deberíamos desconfiar de la objetividad en psicología. El saber psicológico no se refiere a algo objetivo, sino a alguien, a algo subjetivo, no-objetivo por definición. Objetivarlo es neutralizarlo para convertirlo al final en objeto de un capital que es correlativamente fetichizado, convertido en sujeto.

La explotación capitalista es en parte condicionada por la objetivación psicológica, por la psicologización, por la desocialización y despolitización. La psicología crítica tendría que esforzarse en revertir estos procesos, en sacar a los individuos de sus conchas, en repolitizarlos y resocializarlos, en ayudarles a reconquistar su subjetividad.

5) Finalmente, ¿qué deberíamos hacer para un mundo mejor y un futuro mejor, tanto teórica como prácticamente?

Lo primero es reconocer teóricamente que no hay futuro, que no hay un futuro ni peor ni mejor, que no habrá un mundo ni peor ni mucho menos mejor, que el mundo se está acabando, al ser devastado por el capitalismo. Después de haber destruido la mitad de los ecosistemas vegetales primarios y de las poblaciones de animales salvajes del planeta en medio siglo, el capitalismo está destruyendo rápidamente la otra mitad, sin contar la contaminación del planeta y el calentamiento global. La devastación es tal que muy pronto la vida humana será imposible en la tierra.

En lugar de tratar de evitar la catástrofe inminente al luchar colectivamente contra el capitalismo, los individuos se miran los ombligos con el invaluable apoyo de los psicólogos. La psicología también contribuye al fin del mundo al adaptar a los sujetos a este fin tal como se despliega en el capitalismo, al ayudar a reducir a los sujetos a objetos del capital, a recursos humanos del capital que lo está destruyendo todo. La destrucción capitalista del mundo requiere de los seres producidos por la psicología, ya sea individuos adaptados y despolitizados o bien trabajadores explotables y consumidores manipulables.

El pesimismo de la teoría no debería excluir cierto optimismo en la práctica. Podemos y debemos luchar o al menos resistir contra el capitalismo y contra su engrane psicológico. No todo está perdido.

El objeto del capitalismo y de la psicología no deja de ser un sujeto social y político. Hay anticapitalismo y no sólo capitalismo. La psicología no ha podido evitar el surgimiento de la psicología crítica.

El psicoanálisis en la psicología crítica: ¿objeto criticable, recurso utilizable o enfoque irreductible?

Conferencia para el XV Encuentro Nacional (III Internacional) de Semilleros de Investigación desde el Psicoanálisis, en Cartagena de Indias, Colombia, 27 de octubre de 2022 (y en versión ampliada para una mesa de análisis del Círculo de Psicoanálisis y Marxismo, en Monterrey, Nuevo León, México, 10 de diciembre de 2022)

David Pavón-Cuéllar

Psicoanálisis y psicología crítica

Me han invitado a que hable sobre la relación entre el psicoanálisis y la psicología crítica. Esta relación es múltiple. Más que ser una relación única y simple, consiste en las variadas y complejas relaciones que se han establecido históricamente entre el psicoanálisis y la psicología crítica desde hace casi un siglo.

Parece haber sido hacia 1927 cuando nació la psicología crítica. Desde el momento mismo de su nacimiento, se arrojó sobre el psicoanálisis que ya estaba ahí, en el escenario occidental moderno, desde hacía varios años. De pronto apareció aquí la psicología crítica y lo primero que hizo fue relacionarse con el psicoanálisis: fue ella, entonces, la que se relacionó con él, pero no lo contrario.

Las relaciones entre los campos del psicoanálisis y de la psicología crítica fueron desde un principio, como lo han sido hasta ahora, unidireccionales y no recíprocas. No es exactamente que los dos campos se hayan relacionado entre sí; es más bien que la psicología crítica se ha relacionado con el psicoanálisis, ya sea criticándolo o utilizándolo, mientras que el psicoanálisis, por lo general, ha ignorado la existencia de la psicología crítica o ha mostrado indiferencia o desinterés hacia ella. Digamos que se trata de un interés no correspondido, lo que se comprende bastante bien, considerando que el ámbito psicoanalítico parece estar constitutivamente cerrado y tiende a ser teóricamente autosuficiente y autorreferencial, mientras que la psicología crítica se caracteriza por su apertura hacia el exterior al que dirige su crítica o del que extrae sus recursos teóricos.

A diferencia del campo psicoanalítico, el de la psicología crítica no dispone de recursos teóricos propios, debiendo buscarlos al exterior de ella, en el psicoanálisis y especialmente en el marxismo, pero también en otros programas teórico-políticos, en las diversas corrientes de la psicología y en las demás ciencias humanas y sociales. Hay psicologías críticas marxistas y freudomarxistas como las hay anarquistas, feministas o decoloniales, humanistas o discursivas, freudianas o lacanianas, históricas o filosóficas. La psicología crítica tiene su eje teórico al exterior de ella, estando así teóricamente descentrada, mientras que el psicoanálisis está centrado en sí mismo, en el tronco de la teoría freudiana que puede luego ramificarse.

Tenemos aquí una diferencia fundamental entre el psicoanálisis y la psicología crítica: el psicoanálisis tiene contenido teórico, envuelve una teoría, mientras que la psicología crítica está desprovista de ese contenido, siendo tan sólo una forma o un método consistente en el cuestionamiento de lo psicológico. De modo más preciso, la psicología crítica puede ser definida como un retorno reflexivo de la psicología sobre sí misma y sobre aquello de lo que forma parte, como la modernidad occidental capitalista, colonial y heteropatriarcal. Este retorno reflexivo es un gesto, una actitud, un posicionamiento.

La psicología crítica es una forma particular de posicionarse críticamente ante la psicología. Lo interesante es que en este posicionamiento la psicología crítica muestra una coincidencia igualmente fundamental con el psicoanálisis. Al igual que el psicoanálisis, la psicología crítica está posicionada en los márgenes del terreno psicológico, en sus bordes, tan dentro como fuera de él, siendo y no siendo psicología.

La prolongación e interrupción de lo psicológico, su reproducción y subversión, constituyen procesos fundantes de los campos marginales del psicoanálisis y de la psicología crítica. Podemos incluso decir que ambos campos realizan el mismo retorno metapsicológico de la psicología sobre sí misma, contra sí misma, por el que se define la psicología crítica. Pareciera entonces que Helmut Dahmer tenía razón al definir el psicoanálisis como una psicología crítica.

Lo seguro es que tanto el psicoanálisis como la psicología crítica se definen por una posición contradictoria en la que intentan y en cierta medida consiguen dejar de ser la psicología que de algún modo siguen siendo. Este ser y no ser psicología es el meollo de la coincidencia entre el psicoanálisis y la psicología crítica. El meollo del asunto es entonces la psicología, lo que es la psicología, lo que es eso queel psicoanálisis y la psicología crítica son y no son.

La psicología

¿Qué es la psicología? Esta pregunta es tan inabarcable como las respuestas que se le han dado. Sin embargo, para los fines que ahora perseguimos, basta contar con una definición de la psicología que sea tan vaga y tan general como para poder aplicarse a todo lo que se ha denominado así desde que tal denominación alcanzó un sentido relativamente estable, gracias a Rudolf Göckel, Rudolf Snel y Otto Casman, tras haber sido introducida por Marko Marulić hace más de quinientos años. En otras palabras, ¿cómo podemos definir la psicología para que nuestra definición abarque lo que fue llamado psicología por los teólogos protestantes del siglo XVI, por los filósofos de los siglos XVII, XVIII y XIX, y por los psicólogos de los siglos XIX, XX y XXI?

Considerando lo que ha sido la psicología en su historia moderna, podemos proceder etimológicamente y definirla como un saber, una ciencia o un discurso (un logos), sobre un objeto preciso (la psique): un objeto que se encontraría en cada individuo humano, que se distingue de todo lo demás y que se concibe en las más diversas formas objetivas, entre ellas el psiquismo, el alma, el espíritu, la conciencia, la mente, la vida mental, el mundo interno, la cognición o los procesos cognitivos, la subjetividad o la esfera subjetiva, las facultades intelectuales, el intelecto y el afecto, la subjetividad, el carácter o la personalidad. Esta definición mínima, pese a su extrema vaguedad y generalidad, nos indica tres aspectos distintivos del objeto psicológico: tres aspectos que ya fueron cuestionados en la filosofía y que siguen siendo problematizados y rechazados en el psicoanálisis y en la psicología crítica. Me refiero a cierta objetividad, cierta individualidad y cierta dualidad.

En primer lugar, al tener un objeto y al concebirlo objetivamente, la psicología está objetivando lo único inobjetivable por definición, lo subjetivo e incluso el sujeto mismo, como ya lo constató Kant. En segundo lugar, al situar su objeto en el individuo humano, la psicología está individualizando algo que sólo existe de modo colectivo, relacional o transindividual a través de la sociedad, la cultura y la historia, como ya lo señalaron Feuerbach y Marx. En tercer lugar, al distinguir su objeto de todo lo demás y específicamente del cuerpo y del mundo, la psicología está separando partes inseparables de una misma unidad, como ya lo advirtieron Marx y Engels.

Dualismo, individualismo y objetivismo

El instrumental crítico marxista nos permite vislumbrar el trabajo de la ideología en la génesis de cada uno de los tres aspectos del objeto psicológico a los que acabo de referirme. Cada aspecto delata una de tres orientaciones ideológicas típicas de la modernidad capitalista. Estas ideologías son la objetivista, la individualista y la dualista. Permítanme detenerme un momento en cada una de ellas para mostrar brevemente cómo operan en la psicología. 

La separación psicológica entre lo psíquico y lo corporal-mundano exterioriza un dualismo en el que Marx y Engels han descubierto una consecuencia ideológica de la división entre el trabajo intelectual y el manual, una división que aparece, a su vez, como efecto de la división de clases. Todo comienza cuando la clase dominante acapara el trabajo intelectual y condena a la otra clase al trabajo manual. Esta disociación de lo intelectual y lo manual entre sujetos diferentes hace que el intelecto se aparte de las manos, la mente se distancie del cuerpo y del mundo material, el psiquismo se distinga de todo lo demás, dando así lugar a la separación dualista constitutiva del objeto de la psicología. Tal objeto y su abordaje psicológico surgen como privilegios de clase: como expresiones de clasismo subyacente al dualismo.

Además de ser dualista, la ideología fundante de la psicología tiene una orientación individualista. Esta orientación es la que mutila y contrae lo subjetivo de tal modo que pueda pasar por el estrecho embudo psicológico de la interioridad individual. Tenemos aquí el mismo proceso, ya descrito repetidamente en la tradición marxista, que se observa en el individualismo burgués liberal y neoliberal que logra quebrar a las potentes clases, comunidades y colectividades organizadas, triturándolas y pulverizándolas en sus elementos constitutivos, en los impotentes individuos, cada uno de ellos con sus miserables atributos, como su voto individual y sus derechos individuales. Como bien lo notara el surrealista y freudomarxista René Crevel, esta estrategia del divide y vencerás opera también a través del individualismo psicológico.

Además de ser individualista y dualista, la psicología es objetivista. Lo es en la medida en que procede ideológicamente como otras ciencias objetivas humanas al objetivar y así neutralizar o suprimir a un sujeto inobjetivable por definición. Este sujeto suprimido en la objetividad científica viene a confirmar la definición lacaniana de la ciencia como “ideología de la supresión del sujeto”. Al mismo tiempo, la conversión del mismo sujeto en objeto del conocimiento científico prepara y facilita su conversión en objeto del sistema capitalista, un sistema que tiende significativamente a subsumir la ciencia junto con el conjunto de la cultura. Erigiéndose como gran Otro, el capital se presenta cada vez más como el único sujeto, mientras que los sujetos humanos aparecen cada vez más como los objetos del capital y de sus diversas expresiones ideológicas, entre ellas las ciencias objetivas.

Concepciones mesoamericanas y marxistas de la subjetividad

Como hemos visto, el objetivismo, el individualismo y el dualismo delatan los vínculos ideológicos internos de la psicología con el sistema capitalista, con el mundo burgués y con la sociedad de clases. Esta realidad socioeconómica, propia de la modernidad occidental, es la que le da su forma particular a nuestra idea psicológica de la subjetividad humana. Las orientaciones ideológicas dualista, individualista y objetivista de nuestra psicología pertenecen a una tradición cultural específica y a un momento preciso en el desarrollo histórico de esa tradición cultural.

Si nos alejamos de la modernidad occidental, encontramos otros saberes acerca del sujeto en los que no hay ningún rastro de objetivismo, individualismo y dualismo. Es el caso de las concepciones indígenas mesoamericanas de la subjetividad a las que les he dedicado una investigación que dura ya varios años. Al analizar las formas en que los pueblos originarios de México y Centroamérica se representan al ser humano, descubrimos una subjetividad inobjetivable, una comunidad irreductible a sus elementos individuales y una totalidad indivisible que no se deja fraccionar de forma dualista entre lo psíquico y lo somático.

Al no caer ni en el dualismo ni en el individualismo ni en el objetivismo de nuestra psicología, los saberes ancestrales de Mesoamérica nos ofrecen unas concepciones de la subjetividad que son radicalmente diferentes de la occidental moderna psicológica y que pueden servir por ello como punto de apoyo para criticarla. Es así como saberes provenientes de otras culturas pueden convertirse en recursos de la psicología crítica, lo que ha sucedido efectivamente en corrientes emergentes como la indígena, la africana y la decolonial. Sin embargo, estas corrientes son relativamente recientes y constituyen la regla más que la excepción, pues lo habitual ha sido que la psicología crítica extraiga sus recursos de la propia modernidad occidental, donde también se encuentran concepciones de la subjetividad que difieren de la psicológica y que no caen en sus orientaciones ideológicas.

Pensemos, por ejemplo, en la perspectiva marxista, que ha sido sin lugar a dudas la más importante e influyente en la historia de la psicología crítica. El marxismo concibe la subjetividad: en primer lugar, de modo relacional y no individualista, como un anudamiento de relaciones sociales y no como un individuo aislado; en segundo lugar, de forma dialéctica y no objetivista, como un sujeto capaz de objetivarse y no como un objeto; en tercer lugar, en clave monista y no dualista, como una existencia corporal-mundana consciente y no como psiquismo separable del cuerpo y del mundo. El marxismo ha desarrollado así una concepción relacional, monista y dialéctica de la subjetividad que desafía respectivamente el individualismo, el dualismo y el objetivismo de la psicología, pero que además aporta potentes argumentos contra estas orientaciones ideológicas, mostrándonos cómo sirven a la dominación al dividir y neutralizar para vencer, es decir, al desgarrar las relaciones sociales en el individualismo, al escindir al sujeto en el dualismo y al reducirlo a objeto del capital en el objetivismo.

El psicoanálisis como punto de apoyo de la psicología crítica

Entendemos que el marxismo haya sido el más importante punto de apoyo de la psicología crítica en la modernidad occidental. Sin embargo, este punto de apoyo no ha sido el único y actualmente sólo es uno más entre muchos otros, entre ellos el anarquismo, el feminismo, la caja foucaultiana de herramientas, el socioconstruccionismo, el giro discursivo y el proyecto comunitario liberacionista latinoamericano. Ahora bien, si esta lista fuera exhaustiva, ¿deberíamos incluir en ella el psicoanálisis, el cual, entonces, constituiría otro punto de apoyo de la psicología crítica? He aquí la gran cuestión que ahora se nos plantea y que no resulta fácil responder.

Formulemos de otro modo la pregunta: ¿será que la psicología crítica puede apoyarse en la doctrina freudiana? En otras palabras, ¿el psicoanálisis ofrece una idea no-psicológica del sujeto que pueda servir para criticar la concepción psicológica? Esta pregunta puede recibir dos respuestas opuestas e igualmente válidas.

La primera de las respuestas es afirmativa: sí, el psicoanálisis puede servirle a la psicología crítica porque teoriza al sujeto en una forma que nada tiene que ver con la concepción psicológica dualista, individualista y objetivista. Para empezar, el objetivismo no tiene cabida en la doctrina freudiana porque el objeto del psicoanálisis no es el sujeto, sino eso tan paradójico y evasivo que Lacan ha conceptualizado como objeto (pequeño) a. En cuanto al sujeto, se presenta en el psicoanálisis como algo radicalmente inobjetivable, irrepresentable, inasimilable a todo lo que pueda saberse de él, irreductible a todo lo que sea posible predicar de él. Tenemos aquí, en el psicoanálisis, un enfoque anti-objetivista que se opone diametralmente al objetivismo de la psicología y que por ello puede servirle a la psicología crítica para cuestionarlo.

Además de anti-objetivista, el psicoanálisis es anti-individualista. El sujeto del psicoanálisis, a diferencia del de la psicología, no es un individuo, un “individuus”, que significa “indivisible” en latín. Por el contrario, el sujeto freudiano es divisible y está dividido entre identificaciones diferentes, entre posiciones opuestas, entre instancias en conflicto. El único individuo aquí es un reflejo en el espejo de la conciencia. En realidad, el sujeto freudiano es tan individual como transindividual. Es él y su objeto. Es Uno y Otro. Es alteridad y no sólo identidad. No sólo es un yo, sino también ello y superyó. Es al mismo tiempo cosas tan contradictorias como la especie, la cultura y el punto de contacto entre ambas. Todo esto está en contradicción con la idea psicológica individualista del sujeto.

El psicoanálisis no sólo contradice el individualismo y el objetivismo, sino también el dualismo constitutivo de la psicología. Mientras que la idea psicológica del sujeto es la de algo psíquico tajantemente diferenciado con respecto a lo físico y somático, el psicoanálisis reconoce la comunicación y continuidad entre lo uno y lo otro. El sujeto freudiano, por decirlo cartesianamente, es cosa extensa y no sólo pensante. No se agota en su yo ideal. Su fondo pulsional es tan mental como corporal. Sus conversiones histéricas son tan del cuerpo como del alma. No hay aquí dos esferas separadas, sino una sola. El monismo psicoanalítico discrepa de cualquier dualismo psicológico. 

La psicología psicoanalítica

Si consideramos cómo el psicoanálisis rompe con el dualismo, con el individualismo y con el objetivismo, será justo que respondamos afirmativamente a la pregunta sobre su utilidad como recurso teórico para la psicología crítica. Sin embargo, la misma pregunta podría también recibir de nosotros una respuesta negativa si consideráramos la tendencia irresistible del psicoanálisis a degenerar en una corriente psicológica entre otras. Esta psicologización resulta bastante evidente cuando vemos al psicoanálisis convertirse en psicología dinámica o del yo o del self, pero el mismo proceso puede operar también de modo soterrado incluso en las más anti-psicológicas de las corrientes freudianas. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando los psicoanalistas lacanianos presentan sus casos clínicos y les aplican su recetario lacanés, arrebatando cualquier voz a los sujetos, apartándolos dualistamente de su exterioridad material transindividual y reduciéndolos a una simple ilustración individual objetiva de lo elaborado por Lacan.

Las derivas psicológicas del psicoanálisis resultan comprensibles en una época de reinado absoluto de la psicología. Si los sujetos mismos se ven cada vez más a sí mismos como objetos psicológicos encerrados en su individualidad y separados irremediablemente de su cuerpo y del mundo, ¿por qué los psicoanalistas habrían de mirarlos de otro modo y escuchar lo que a veces ni siquiera tienen que decir? El hombre sin inconsciente, como lo llama Recalcati, es el fundamento de la psicología psicoanalítica.

La progresiva psicologización de la herencia freudiana se fundamenta en una mutación histórica decisiva por la que los sujetos se ven cada vez más virtualizados, apartados de la materialidad corporal y mundana, recluidos en su interioridad ideal individual y reducidos a la condición de objetos del capital y de sus diversos dispositivos tecnológicos, disciplinarios e ideológicos, entre ellos la psicología.  El gran Otro de la cultura, cada vez más subsumido en el capital, deja un margen cada vez menor para la existencia transindividual y material del sujeto. Esta historia del mundo es la que determina el trágico destino psicológico de la herencia freudiana.

Historia

Una vez que se ha psicologizado, el psicoanálisis deja de ser un recurso teórico útil para la psicología crítica y se transmuta en un objetivo para ella, en un objeto que debe ser criticado, en un blanco para tirar sobre él. Este blanco reproduce el dualismo, el objetivismo y el individualismo, pero también otras orientaciones ideológicas de la óptica psicológica, entre ellas el universalismo, el abstraccionismo, el idealismo, el adaptacionismo, el familiarismo y el apolitismo. Es como si toda la ideología subyacente a la psicología reabsorbiera el psicoanálisis y anulara aquello que lo distingue de la psicología y que le permite cuestionarla.

Uno de los principales dilemas de lo psicoanalítico es el que lo hace dividirse entre ser y no ser algo simplemente psicológico, entre ceder y no ceder a su reabsorción en la psicología, entre dejarse asimilar a ella y obstinarse en preservarse de ella y criticarla. Podemos discernir aquí dos formas de aparición del psicoanálisis, como objeto criticable y como recurso utilizable, que jalonean toda la historia de la relación entre la psicología crítica y la herencia freudiana. Tal historia, como veremos ahora, se desenvuelve como una serie de escisiones o disociaciones del psicoanálisis entre lo que se utiliza y lo que se critica de él en la sucesión de propuestas de psicología crítica.

Los pioneros Georges Politzer y Lev Vygotsky utilizaron la casuística de Freud, pero criticaron sus generalizaciones metapsicológicas, juzgándolas injustificadas, abstractas e ideológicas. Valentín Volóshinov descubrió también una ideología criticable en el psicoanálisis, aunque sin dejar de apreciar el potencial de la idea freudiana de los conflictos psíquicos para criticar las visiones psicológicas homeostáticas y adaptativas. El potencial crítico del psicoanálisis, tal como lo piensa el freudomarxista Wilhelm Reich, permite cuestionar el idealismo burgués de la psicología: el mismo idealismo que será también reproducido por algunas derivas psicoanalíticas aburguesadas.

Los surrealistas André Breton y René Crevel deploran que el psicoanálisis recaiga en la misma psicología dualista que permite criticar. Por su parte, los frankfurtianos Max Horkheimer y Theodor Adorno emplean del psicoanálisis lo mismo que los hace impugnarlo: su revelación de la irracionalidad en la racionalidad psicológica. Esta irracionalidad está en el mismo lugar que la conflictividad y la negatividad por las que el joven Michel Foucault y algunos de sus epígonos, como el grupo de Julian Henriques, Wendy Hollway y Valerie Walkerdine, aprecian positivamente el psicoanálisis al que también dirigen su cuestionamiento.

Entretanto, Louis Althusser y sus seguidores franceses y argentinos, entre ellos Michel Pêcheux, Didier Deleule, Carlos Sastre y Néstor Braunstein con sus colaboradores, utilizan el psicoanálisis para cortar o romper epistemológicamente con la ideología psicológica, pero también critican la ideologización de la doctrina freudiana y su recuperación por la psicología. El doble vínculo con el psicoanálisis vuelve a encontrarse en el trabajo del alemán Klaus Holzkamp y del británico Ian Parker, tal vez las dos figuras más importantes de la psicología crítica en el último medio siglo. En lo que se refiere a la psicología crítica holzkampiana, por un lado valora el psicoanálisis porque se pone en manos de los sujetos en lugar de proceder como la psicología y aplicarse a ellos como a objetos, pero por otro lado lo cuestiona porque universaliza lo particular histórico, familiariza lo social, desacredita lo colectivo y deslegitima o reprime lo político. En cuanto a Parker, traza una distinción en el campo psicoanalítico entre corrientes que él juzga criticables por su alto nivel de psicologización, como la kleiniana o la relacional, y perspectivas utilizables por su carácter claramente anti-psicológico, entre ellas principalmente la propuesta lacaniana. 

Por mi parte, en consonancia con la tradición marxista freudiana, me gusta ver en el psicoanálisis un producto ideológico-psicológico de la modernidad capitalista, pero también algo radicalmente diferente de la psicología: una expresión crítica sintomática de la crisis de esta modernidad, de sus tensiones y contradicciones, tal como desgarran de forma singular a cada sujeto. De modo análogo, como ya lo hicieran Lacan y Juliet Mitchell y otras feministas, veo el psicoanálisis como el síntoma de una crisis del patriarcado: como algo en lo que simultáneamente se reproduce y se denuncia y subvierte un sistema patriarcal generalmente disimulado y silenciado por la psicología. Por último, en el mismo sentido, admito que el psicoanálisis tiene un estatuto colonial como el de cualquier otro paradigma psicológico europeo-estadounidense que haya sido exportado y universalizado, pero al mismo tiempo considero que revela una crisis de la absolutización del saber occidental que subyace a la colonialidad y pienso que por ello representa un instrumento imprescindible para la crítica de todos los productos coloniales, entre ellos la psicología. Además, por si fuera poco, apuesto por la escucha psicoanalítica para establecer una relación diferente con la otredad fuera y dentro de nosotros: una relación diferente de la mirada colonial que es también a menudo una mirada psicológica.  

A manera de conclusión

La historia que acabo de esbozar nos muestra una incesante disociación del psicoanálisis entre sus apariciones como objeto criticable y como recurso utilizable de la psicología crítica. Lo que aquí falta es una tercera posible intervención del psicoanálisis que no se ha realizado plenamente hasta ahora. Me refiero a su intervención disruptiva y subversiva como enfoque irreductible a su utilización en el retorno reflexivo de lo psicológico sobre sí mismo y sobre aquello de lo que forma parte.

Al no dejarse reducir a la psicología crítica, el psicoanálisis nos permite interpelarla, llevando su gesto crítico hasta sus últimas consecuencias, hasta rizar el rizo, hasta permitirle autocriticarse como psicología y no sólo criticar el terreno psicológico en general. No hay que olvidar que la psicología crítica, lo mismo que el psicoanálisis, tiene una posición contradictoria en los bordes o fronteras del terreno psicológico, tan dentro como fuera de él, siendo y no siendo psicología. Esto hace que la psicología crítica sea también, al igual que la perspectiva psicoanalítica, susceptible de crítica en sus derivas psicológicas.

Para cuestionar la psicología crítica, el psicoanálisis constituye un recurso potente y quizás inigualable. Un cuestionamiento freudiano fundamental de la psicología crítica debería dirigirse a la crítica misma. ¿Por qué obstinarnos y afanarnos en criticar la psicología? ¿Por qué no simplemente intentar abandonarla? ¿Qué deseo nos mantiene adheridos a ella al convertirla en el objeto de nuestros cuestionamientos?

El cuestionamiento freudiano, por dar únicamente otro ejemplo, debería dirigirse a la idea misma del retorno reflexivo de la psicología sobre sí misma, y, de modo más preciso, a la confianza ingenua en la reflexividad. ¿Qué nos hace confiar en la transparencia de la reflexividad? ¿Acaso esta confianza en lo reflexivo no es típicamente psicológica? ¿Acaso la reflexividad no reproduce la misma opacidad imaginaria especular a la que apunta nuestro cuestionamiento de la psicología?

¿Por qué desconfiar de la psicología? Veinte razones

Conferencia organizada por el Círculo de Psicoanálisis y Marxismo y dictada el viernes 9 de diciembre de 2022 en la Universidad Emiliano Zapata de Monterrey, Nuevo León, México

David Pavón-Cuéllar

Estoy aquí para cumplir un encargo preciso y concreto. Se me ha solicitado expresamente que dicte una conferencia que les ayude a ustedes, estudiantes de una licenciatura en psicología, en el desarrollo de su conciencia política. Es lo que intentaré hacer en los siguientes minutos.

Me dirigiré a ustedes no como ciudadanos o seres humanos en general, sino como estudiantes de una carrera específica. Si todas y todos ustedes están estudiando psicología, me imagino que esto supone que tienen confianza en la psicología, en su veracidad y en su utilidad para los individuos y para la sociedad. Quizás algunas y algunos de ustedes no crean en la psicología y solamente la estudien para obtener un beneficio personal, pero quiero pensar que son los menos y que la mayoría sí confía en lo que está estudiando.

La confianza en la psicología es algo positivo, encomiable, pues muestra una relación auténtica, sincera y comprometida con la profesión que ejercerá. Supongo que aquí todos y todas están de acuerdo en que un buen profesionista sólo es tal cuando cree en su profesión, ya que, si no creyera, sería un farsante, un charlatán, un simulador. Para no ser todo esto, deberíamos entonces ponernos las camisetas de psicólogas y psicólogos y entregarnos resueltamente a lo que hacemos, apostar honestamente por nuestra profesión, confiar sinceramente en ella.

Comprendo que la confianza en la psicología sea tácitamente prescrita y promovida, pero mi hipótesis es que esta confianza podría obedecer en parte, sólo en parte, a una cierta inconciencia política. Dado que se me ha pedido favorecer la conciencia política de ustedes como estudiantes de psicología, me dije que lo mejor que podría hacer es cuestionar su confianza en la psicología, cuestionarla en aquellos puntos en los que me parece que está políticamente determinada. Mi cometido no es, desde luego, resquebrajar y derribar su confianza en la psicología, sino simplemente ayudar a que sea, en el plano político, una confianza menos ciega, menos inconsciente, más consciente, más lúcida, más reflexiva.

Para lograr mi cometido, les daré veinte razones por las que me parece que podemos desconfiar de la psicología. Son razones que se me han ocurrido a mí o que me han sido sugeridas por autores que me guían en mi reflexión como psicólogo crítico, entre ellos Ian Parker, Louis Althusser y Jacques Lacan. Para cumplir con el encargo que se me ha hecho, me concentraré en las razones claramente políticas, pero comenzaré por otras por considerarlas fundamentales, insoslayables y políticamente relevantes.

Auto-refutación (razón 1)

Una razón bastante obvia para desconfiar de la psicología se encuentra en sus guerras intestinas autodestructivas. No parece quedar nada recuperable de la psicología cuando los exponentes de sus distintas escuelas se desechan unos a otros con excelentes argumentos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando los conductistas, los cognitivo-conductuales y los neuros descartan a los humanistas, a los psicoanalistas y a los demás por su falta de evidencias y de cientificidad, pero son a su vez descartados por los descartados a causa de su confusión de las ciencias humanas con las ciencias exactas o su reducción de lo humano a lo animal o computacional.

Basta dar la razón a unos psicólogos para convencerse de la sinrazón de sus colegas de las demás escuelas. Todos están equivocados cuando se les juzga desde otros puntos de vista diferentes de los suyos propios. A fin de cuentas, no subsiste en la psicología ninguna idea que no haya sido convincentemente invalidada por otras ideas.

Es lógico desconfiar de la psicología porque ella misma desconfía de sí misma, porque se basta a sí misma para desautorizarse, porque sus diversas corrientes se refutan eficazmente unas a otras, porque tomarlas en serio nos exige descartar a sus rivales, porque ninguna corriente resiste las críticas de las demás corrientes. Es verdad que, desde hace un tiempo, la llamada “psicología científica” o “basada en evidencias”, mayoritariamente cognitivo-conductual, va prevaleciendo sobre todas las demás y consigue unificar el campo de la psicología con la bandera de la cientificidad. Sin embargo, esta misma bandera es bastante sospechosa, pues la ciencia no puede ser una bandera, una causa o consigna, como lo es para la psicología.

Cientificismo, cienciomanía y objetividad científica (razones 2 a 4)

Los psicólogos pretendidamente científicos están demasiado emocionados con la ciencia como para ser verdaderos hombres de ciencia. Inversamente, los científicos de verdad, físicos y químicos y otros, están demasiado ocupados haciendo ciencia como para perder su tiempo haciendo lo que no dejan de hacer los psicólogos: convenciéndonos de que hacen ciencia, promoviéndose como científicos, levantando altares a la divinidad científica, elogiándola, sacralizándola y reverenciándola. Todas estas ocupaciones justifican igualmente nuestra desconfianza hacia la psicología.

Podemos desconfiar de la psicología por su adoración de la ciencia, porque esta adoración es más religiosa que científica, porque es cientificismo y no ciencia. Podemos desconfiar de la psicología, en el mismo sentido, por su obsesión por la cientificidad, porque esta obsesión es bastante sospechosa, porque parece incompatible con la ciencia, porque si la psicología fuera de verdad científica no estaría obsesionada con ser científica, porque las auténticas ciencias no tienen esta obsesión, porque esta obsesión es típica de las pseudo-ciencias. ¿No parece haber algo de cienciología en la cienciomanía de la psicología científica basada en evidencias?

La manía por la ciencia es una pasión. Es puro pathos. Es patológica, pasional, irracional y no racional y mucho menos científica. Digamos que la psicología está enferma de ciencia. Padece la ciencia, pero eso no significa de ningún modo que la practique. Más bien podría significar lo contrario.

La cienciomanía viene a exacerbar y a poner en evidencia otro problema de la psicología: me refiero a su pretensión de objetividad. ¿Cómo confiar en una supuesta ciencia objetiva, como la psicología, cuyo objeto es el sujeto, es decir, lo contrario del objeto? Aquí tenemos una razón más para desconfiar de la psicología. Iremos por buen camino al recelar de ella porque se presenta cada vez más como una ciencia objetiva, porque pretende objetivar así lo subjetivo, que es lo único inobjetivable por definición.

La reducción psicológica del sujeto a un objeto, al objeto de la psicología, resulta sospechosamente coincidente con la conversión moderna de todos los seres humanos en objetos del capital. A medida que el capital se impone como el único sujeto de la sociedad capitalista, los seres humanos van perdiendo sus rasgos subjetivos, dejan de ser agentes, seres activos, conscientes y voluntariosos, para convertirse en simples engranes objetivos del sistema capitalista con sus dispositivos institucionales, disciplinarios, tecnológicos, científicos, pseudocientíficos e ideológicos, entre ellos quizás la psicología. El dispositivo psicológico, al igual que los demás, debería entonces transferir la subjetividad propia de los seres humanos a un capital cada vez más determinante, cada vez más poderoso, cada vez más normativo, cada vez más decisivo en la distinción entre lo normal y lo anormal, lo sano y lo enfermo, lo apto y lo inapto, lo prendidamente humano y lo supuestamente inhumano.

Generalización y deshumanización (razones 5 y 6)

Uno de los efectos del capitalismo es la normalización, la uniformización, la homogeneización unidimensional de todo lo existente, pues todo tiene que poder traducirse a los términos cuantitativos de una única dimensión, la del equivalente universal del dinero. Todo tiene que tener precio. Todo tiene que diferir de modo sólo cuantitativo y no cualitativo, no habiendo lugar para las cualidades únicas, incomparables, de cada cultura, de cada comunidad y de cada sujeto humano. Al cuantificar tales cualidades y al reabsorberlas en conceptos generalizadores, la psicología también despierta nuestras peores sospechas, resultando sospechosa de complicidad con el capitalismo. ¿Cómo no sospechar esta complicidad ante una psicología crecientemente cuantificadora y generalizadora?

Cabe desconfiar de la psicología porque generaliza lo irreductiblemente singular y particular, porque se pretende universal, porque ignora las diferencias cualitativas absolutas entre los sujetos y las culturas, porque las relativiza en coeficientes y en escalas, porque las cuantifica y así las aplana en una sola dimensión. La unidimensionalidad psicológica nos recuerda la unidimensionalidad económica del capital que lo reduce todo a su contabilidad globalizada. Esta contabilidad subsume la cultura humana, desintegra los saberes más complejos y los disuelve en cúmulos de informaciones cuantificables e intercambiables por dólares, euros y yuanes.

El sistema económico del capitalismo va devorando el sistema simbólico de la cultura. Los saberes de los sujetos van disolviéndose en datos objetivos acumulables como los que encontramos en cualquier manual o artículo de la psicología basada en evidencias. Esta psicología retiene y acumula un saber extremadamente desarticulado, simplificado, que ni siquiera es verdadero saber, pero que va sustituyéndose al verdadero saber, el de cada sujeto, el resultante de la historia única de cada sujeto.

Al pretender saber lo que sólo cada sujeto puede saber, la psicología merece igualmente nuestra desconfianza. Tenemos razón al desconfiar de ella porque usurpa el lugar del sujeto humano, porque pretende saber más sobre él que él mismo, porque suplanta su capacidad autoconsciente y reflexiva que lo hace humano, porque así le permite desistir de su humanidad. Uno sólo puede ser plenamente humano a través de sus propias ideas, al concebirse a sí mismo en lugar de adoptar las concepciones psicológicas, al ocupar la posición de saber a la que se renuncia en favor de la psicología. Un problema grave de la psicología es que se especializa en lo que es el asunto privado intransferible, inalienable, de cada ser humano.

Cuando uno cede su reflexión y su autoconciencia al experto psicólogo, uno está renunciando a una fracción fundamental de su humanidad. Uno se está deshumanizando. Esta deshumanización ocurre igualmente cuando uno transfiere su capacidad reflexiva y autoconsciente a los autores de libros de autoayuda, a los consejeros en pensamiento positivo, a los especialistas en coaching, constelaciones y neochamanismo, y a los demás detentores de las ideas psicológicas popularizadas y vulgarizadas. En todos los casos, la psicología es consciente y reflexiona en lugar de uno, sustituyéndose a uno y así deshumanizándolo, y esta deshumanización es también una mutilación y vulnerabilización de lo que uno es, pues una parte importante del ser y de la fuerza de uno radica precisamente en esa fracción de su humanidad que es la reflexión y la autoconciencia.

Un ser menos humano, menos consciente y menos reflexivo, es un ser mutilado y vulnerabilizado. Es un ser más vulnerable, más débil, menos fuerte, menos capaz de resistir ante lo que lo domina. Este ser es el deseado por el poder, por los aparatos opresivos y represivos, por las estructuras de explotación y por los órdenes discriminatorios, segregativos y excluyentes.

Poder, mercantilización y negocio (razones 7 a 9)

Resulta bastante significativo que el ser deseado por el poder coincida precisamente con el ser engendrado por la psicología. Esta coincidencia revela una connivencia de la psicología con el poder, una connivencia que se pone en evidencia no sólo en la ya mencionada complicidad con el capitalismo, sino en las demás complicidades que se entretejen en la historia de la psicología. Tales complicidades han sido una constante que nos permite afirmar que la historia de la psicología es también una historia de la connivencia de la psicología con el poder.

No sólo debemos recordar aquí los papeles que han desempeñado los psicólogos al justificar la discriminación racial en el porfiriato mexicano y en las colonias europeas, al colaborar con proyectos de eugenesia en la Alemania nazi o al participar en programas de contrainsurgencia, tortura y guerra psicológica orquestados por la CIA y por los regímenes autoritarios en Latinoamérica. También debemos pensar en el trabajo cotidiano de miles de psicólogos en terapias de reorientación sexual, en estrategias publicitarias de grandes empresas, en la neutralización de protestas laborales o en el sometimiento de los niños indisciplinados en las familias y las escuelas. En todos estos casos y en muchos más, confirmamos los servicios que la psicología rinde al poder, servicios que son una razón más para desconfiar de ella.

Estamos justificados al desconfiar de la psicología, en efecto, porque le ha servido en su historia al poder para disciplinar a los sujetos, para someter a insumisos, para controlar a las poblaciones, para torturar a opositores, para explotar a los trabajadores, para manipular a los consumidores, para justificar el racismo y el sexismo, y para patologizar y reprimir las opciones sexuales de la comunidad LGBTTTIQ. Es verdad que estos servicios que la psicología rinde al poder se explican en parte por su funcionamiento mismo como un instrumento neutro que puede ser empleado con fines tanto nobles como inicuos, dañinos y destructivos. El problema de tal funcionamiento es precisamente que subordina el instrumento psicológico a quienes tienen el poder para emplearlo.

En la sociedad capitalista, el poder es cada vez más un poder adquisitivo, un poder económico y monetario. Este poder es el que permite servirse del instrumento psicológico, el cual, también por ello, podría inspirar nuestra suspicacia. Nos inclinaríamos entonces a desconfiar de la psicología porque suele venderse y comprarse, porque suele así operar como una mercancía y moverse con dinero, porque tiende a ponerse al servicio del mejor postor, porque sirve generalmente a quienes la pagan y no a sus víctimas, al patrón y no a los trabajadores, a las empresas y no a los consumidores, a los publicistas y no a los espectadores, a los gobernantes y no a los gobernados, a los padres y no a sus hijos. Los que tienen el poder económico suelen ser los mismos que disponen de la psicología.

El instrumento psicológico es de quienes pueden pagarlo, pero no queda claro por qué habría que pagar por él, ya que se trata de algo que tradicionalmente se ha obsequiado sin que medie pago alguno. ¿Por qué de pronto habría que pagar por lo que hacen las psicólogas y los psicólogos? Podemos también desconfiar de la psicología porque vende lo que tal vez tendría que regalar, porque hace negocio con una escucha y unos consejos que podrían y solían ser gratuitos, porque los transmuta así en mercancía, porque exige un pago a cambio de cumplir con obligaciones morales humanas que antes eran ofrecidas gratuitamente por abuelas y abuelos, por madres y padres, por hermanas y hermanos, por amigos, compadres, compañeros de camino, sabios y sacerdotes de las diversas religiones.

Una parte fundamental de la vida social y cultural pasa por el alambique del capitalismo para verse transmutada en una psicología mercantilizada tan sólo asequible para quienes pueden pagarla. El poder pagar por el instrumento psicológico es también un poder sobre el instrumento psicológico. Es así una subordinación del instrumento al poder que lo compra y lo utiliza.

El poder es de quien puede pagar por el instrumento psicológico. Lo más que podemos reprocharle a este instrumento es, entonces, que sea tan sólo un instrumento y que no intente resistirse al poder, que sea neutro y que simplemente se deje utilizar por quien tenga el poder para utilizarlo, que asuma esa neutralidad que no consiste concretamente sino en dejarse arrastrar por el magnetismo del poder, por la corriente dominante. Al dejarse arrastrar así por el poder, la psicología puede ella misma empoderarse y tener éxito en el mundo, pero su éxito es él mismo una razón más para que algunos de nosotros desconfiemos de ella.

Éxito y felicidad (razones 10 y 11)

Los más realistas o pesimistas de nosotros desconfiaremos de la psicología porque tiene demasiado éxito en un mundo en el que el éxito suele ser para lo peor y no para lo mejor, para lo engañoso y no para lo verdadero, para lo corrupto y no para lo honesto, para lo tóxico y no para lo sano, para lo simplista y no para lo fiel a la complejidad humana. Lo que asegura que las mayores estupideces de Hollywood sean las más taquilleras podría ser lo mismo que asegura que la psicología sea tan exitosa en el mundo en el que vivimos. La causa del éxito de lo psicológico sería la misma que la del éxito de las peores emisiones de televisión, la peor música pop comercial, la comida chatarra o incluso el crimen organizado en México.

El éxito se ha convertido naturalmente en un motivo de sospecha en un mundo que va tan mal como el nuestro, un mundo tan desigual, tan injusto y que se está destruyendo a sí mismo a un paso cada vez más rápido. En un mundo como éste, resulta comprensible que el éxito sea tan sospechoso como la prosperidad y la felicidad. Estar bien cuando todo anda tan mal no puede ser efecto sino de perversión, egoísmo, indiferencia o una total inconciencia.

Digamos que hay que estar demasiado mal para estar bien cuando todo va tan mal. ¿Cómo no preocuparnos, entonces, cuando vemos que el estar bien se ha convertido en la meta suprema de la mayor parte de las corrientes psicológicas, entre ellas, desde luego, la positiva? Tenemos derecho a desconfiar de esta psicología porque pretende que los individuos sean felices en un mundo en el que la felicidad suele ser para los privilegiados o para los inconscientes, en una sociedad global cada vez más injusta y desigual, en un sistema capitalista que devasta el planeta y amenaza con aniquilar a la humanidad entera.

No sólo no hay motivos para estar bien, sino que estar bien puede contribuir a que todo vaya mal. No puede rectificarse lo que ocurre cuando se está satisfecho, contento, a pesar de lo que ocurre e incluso con lo que ocurre. La insatisfacción es aquí un ingrediente indispensable para el cambio.

Insensibilización, distensión y naturalización (razones 12 a 14)

Cambiar el mundo exige por lo menos que estemos insatisfechos con él, frustrados e indignados con lo que ocurre, desesperados y no sosegados como lo quieren tantas psicólogas y tantos psicólogos. Llegamos aquí a otra de las razones para desconfiar de la psicología. Tiene sentido que sospechemos de ella porque intenta calmar a los sujetos, porque trata de insensibilizarlos al arrebatarles su malestar, despojándolos de la frustración y la indignación que necesitan para transformar el mundo.

Si continuamos avanzando hacia el abismo, quizás sea en parte gracias a las psicólogas y psicólogos que nos ayudan a disfrutar el camino. Lo seguro es que eliminan muchos de nuestros motivos para cambiar la situación en la que nos encontramos al hacer que la aceptemos, que nos resignemos y adaptemos a ella, que nos reconciliemos con ella. He aquí una razón más para desconfiar de la psicología. Es válido que recelemos de ella porque elimina tensiones que podrían ser liberadoras, porque resuelve los desajustes entre los seres humanos y su contexto al cambiar a los seres humanos, porque así les quita sus motivos para mejorar su mundo, porque al ajustarlos al medio permite que el medio siga siendo el mismo.

Lo cierto es que la psicología ni siquiera suele considerar la transformación del entorno histórico. Aunque este entorno sea creado y recreado por los seres humanos, aparece generalmente ante la mirada psicológica bajo la forma de algo fijo, dado y predeterminado, compuesto de un conjunto de variables independientes. Aquí también es legítimo desconfiar de la psicología porque procede como si el entorno histórico no pudiera cambiarse, porque lo trata como un ambiente natural que sería mejor conservar que transformar, porque olvida que es él mismo producto de transformaciones previas.

El sujeto humano es también tal por su capacidad para alterar su medio, pero los psicólogos y las psicólogas prefieren suprimir tal capacidad y así deshumanizar una vez más al sujeto al modificarlo de tal modo que ya no pueda ni quiera cambiar lo que le rodea. ¿Para qué embarcarse en una tarea tan difícil y riesgosa como la transformación revolucionaria del mundo cuando podemos arreglar nuestros problemas al cambiarnos a nosotros mismos con un buen auxilio psicológico? La psicología, en efecto, sabe cómo cambiar todo en el individuo para que no requiera cambiar nada en el mundo.

Descarga, analgesia y especificidad cultural (razones 15 a 17)

La psicología descarta el cambio a gran escala y opta por un cambio personal, interno, a pequeña escala. Esta opción minimalista está bien justificada por la propensión de los psicólogos y las psicólogas a ver al sujeto como el responsable de muchos de los problemas culturales, económicos, políticos y sociales que lo aquejan. Tenemos aquí una razón más para desconfiar de la psicología. Podemos desconfiar de ella porque tiende a revictimizar a los sujetos, porque los responsabiliza de aquello de lo que son víctimas, porque descarga en ellos la responsabilidad estructural de sistemas como el capitalista, el heteropatriarcal y el neocolonial.

Cualquier psicólogo podría excusarse argumentando que se concentra en la subjetividad porque es un psicólogo y no un sociólogo ni un economista. Sin embargo, aunque no sea un especialista ni en la economía ni en la sociedad o la cultura, esto no debería impedirle considerar las causas económicas o sociales o culturales de los efectos mentales, emocionales o relacionales de los que se ocupa. Si no lo hace, es sencillamente porque no se molesta en profundizar al remontarse a las causas de los efectos que estudia, trata y se esfuerza en aliviar.

Es también justo desconfiar de la psicología porque es como un analgésico, un sedante que sólo sirve para curar el dolor y no lo doloroso, los efectos y no las causas, los síntomas y no las enfermedades, la depresión y no el entorno que nos deprime, el estrés y no las condiciones estresantes de trabajo, la agresividad y no la violencia estructural del capitalismo, la ansiedad y no la precariedad ansiógena de la vida en el neoliberalismo, la falta de autoestima y no el racismo ni el clasismo ni el sexismo que la causan. Quizás estas causas ni siquiera puedan ser tratadas psicológicamente por una suerte de conflicto de interés, por estar más acá de lo tratable, por formar parte de aquello mismo en lo que se inserta la psicología. Tal vez la psicología misma sea un efecto como aquellos que intenta curar.

Lo seguro es que no hay psicología fuera del conjunto de fenómenos modernos de los que se ocupa, entre ellos la depresión, el estrés y la ansiedad. El espacio lógico de la psicología es también el mismo del mundo moderno capitalista y ecocida. Es también por esto por lo que podemos desconfiar de la psicología: por su especificidad cultural, porque brilla por su ausencia en humanidades mejores que la nuestra, en culturas pretéritas o indígenas que se relacionaban de modo armónico y justo con la naturaleza, que no la devastaban, que no vivían a costa de ella. Quizás estas culturas no tuvieran psicología porque funcionaban demasiado bien como para concebirla.

Capitalismo, explotación y desigualdad (razones 18 a 20)

Tal vez la psicología sólo pueda concebirse en una crisis cultural de la humanidad como la provocada por la modernidad capitalista. Después de todo, esta modernidad es la única época en la que los seres humanos se han representado psicológicamente a sí mismos. Cabe también desconfiar de la psicología por esto: porque su existencia coincide con la del capitalismo, porque avanza más cuanto más avanza el capitalismo, porque su expansión en el mundo fue posibilitada por la expansión colonial del capitalismo.

Es como si el sistema capitalista hubiera preparado el terreno para su dispositivo psicológico al subjetivar y finalmente objetivar de cierto modo a los individuos en todo el mundo. No puede ser casual que el ser humano ideal para el capitalismo sea el mismo de la psicología. Esto puede igualmente provocar nuestra aprensión.

Podemos desconfiar de la psicología porque su noción del individuo sano corresponde como por casualidad con la del individuo más conveniente y provechoso para el capitalismo: el más explotable, el normal y adaptado, el flexible y resiliente, el interesado y estratégico, el encerrado en su individualidad, el positivo y propositivo, el afanoso y productivo, el asertivo y competitivo, el obediente y sumiso ante las reglas e instituciones. Todos estos rasgos resultan favorables para el sistema capitalista que los idealiza y los normaliza mediante dispositivos como el psicológico. Lo psicológicamente sano aparece como lo económicamente rentable.

Así como el capitalismo y la psicología comparten su ideal normativo de ser humano, así también convergen al infligir diversos daños a los sujetos reales en carne y hueso. Estos sujetos se ven dañados lo mismo por su posición de clase en la sociedad capitalista que por sus evaluaciones o sus diagnósticos en el ámbito psicológico. ¿Acaso no hay aquí una última razón para desconfiar de la psicología? Es razonable sospechar de ella porque establece desigualdades en función de aptitudes o coeficientes intelectuales, representando así un peligro para la igualdad social, y porque permite descalificar, estigmatizar y excluir a ciertos sujetos por sus trastornos mentales o por sus resultados en pruebas psicológicas, violentándolos y atentando contra su dignidad humana.

La psicología coincide con el capitalismo al producir exclusión y desigualdad: al marginar y apartar a unos sujetos y al repartir a los demás en escalas y estratificaciones verticales. Estos dos procesos parecen estar delatando la causalidad estructural del sistema capitalista en su dispositivo psicológico. La psicología no puede sino despertar aquí una desconfianza comparable a la que nos inspira el capitalismo.

Conclusión

Desconfiar es lo que nos queda, nuestro último gesto desesperado, ante aquello cuyo poder le permite imponerse con todo el peso de lo evidente. Es el caso del capitalismo. Es también el caso de la psicología y particularmente de sus versiones basadas en evidencias.

Quizás todo nos parezca demasiado evidente en el campo psicológico. Tal vez aquí todo sea tan evidente como eran evidentes las más absurdas creencias y supersticiones de la Edad Media. La evidencia no demuestra nada, excepto el convencimiento de quienes la juzgan como tal, como una evidencia.

Desde luego que la verdad puede ser evidente y convincente, pero no más que la mentira. El mejor medio para zanjar entre una y otra es no confiarse demasiado. Cierta desconfianza resulta indispensable para no caer en las trampas ideológicas del poder que reviste las formas del saber, del conocimiento y de la ciencia, de la evidencia y del convencimiento.

No ser entrampados por el poder es uno de los beneficios inmediatos que obtenemos de nuestra desconfianza como componente fundamental de nuestra conciencia política en el campo científico. En este campo, ser políticamente conscientes nos exige desconfiar a cada paso. Nuestra desconfianza está particularmente justificada en terrenos tan inestables y tan pantanosos, tan cuestionables y tan dudosos en su cientificidad, como el de la psicología que ustedes estudian y que tal vez habrán de ejercer en el futuro.

Psicología y política: preguntas desde Cuba

Parte de las respuestas a las preguntas de Karima Oliva Bello para una emisión de Cuba en Contexto del domingo 13 de febrero de 2022 (algunos pasajes han sido eliminados, abreviados o matizados)

David Pavón-Cuéllar

1. ¿Cómo definirías el capitalismo y cuáles son sus mecanismos de producción de subjetividades?

Concibo el capitalismo como un sistema económico de explotación de todo lo existente. Cuando me refiero a todo lo existente, hay que entenderlo de modo literal. Es todo, todo lo que existe, incluyendo la vida humana, pero también la cultura y el conjunto de la naturaleza, los seres animales, vegetales e incluso minerales.

Todo lo que existe puede ser explotado en el sistema capitalista. En este sistema, explotar significa obtener capital a expensas de la existencia misma de lo que se explota. Lo explotado es así transformado en capital, pero para transformarlo en capital, hay que destruirlo como lo que es. Un bosque deja de ser lo que es para transformarse en el capital de una compañía maderera. El capitalismo arrasa bosques, extingue especies, envenena océanos, corroe la cultura y devora la vida humana tan sólo para producir más y más capital.

Cuando me refiero al capital, estoy pensando no sólo en aquello que se expresa en el dinero como cosa estática, sino en su incremento y acumulación a través del proceso dinámico de explotación que se organiza en el sistema capitalista. El capitalismo es el sistema que hace posible que el capital se produzca y se reproduzca, se incremente y se acumule, a partir de todo lo que explota. El capital es, entonces, tanto el producto del proceso como su agente y el proceso mismo.

Es verdad que el capital, además de producirse a sí mismo, fabrica muchas otras cosas, pero estas cosas tan sólo son medios para producirse a sí mismo, para producir más y más capital. Por ejemplo, es por el capital, y no por los alimentos, que la industria alimentaria fabrica alimentos. No importa si los alimentos no alimentan, si nos envenenan con sus pesticidas o saborizantes o azúcares sintéticos o potenciadores de sabor, siempre y cuando los compremos y así contribuyamos a la reproducción y producción del capital. De igual modo, es por el capital, por el afán de lucro, por el que se producen automóviles, teléfonos inteligentes o equipos de cómputo que por eso luego duran tan poco, se descomponen o se vuelven obsoletos, porque la mala calidad o la obsolescencia programada forman parte de las estrategias del capital para vender más y más, para producirse más y más. Ocurre lo mismo con los trabajadores, que pueden llegar a ser tan malos en su actividad porque frecuentemente realizan primero sus estudios y luego su actividad no por vocación o por amor al arte, sino por la retribución, por el salario o por la ganancia, para ganarse la vida como fuerza de trabajo del capital o por el afán de lucro del mismo capital que los posee como un demonio.

Podemos decir que el capital es la verdad que se esconde en todo lo que existe en el capitalismo. Las cosas y las personas más diversas son en el fondo siempre lo mismo: simples medios para el capital. Esto tiene dos consecuencias. Por un lado, a pesar de la gran profusión de cosas y personas diversas en el capitalismo, todas terminan siendo en el fondo exactamente lo mismo, las mismas manifestaciones del capital, manifestaciones que son por ello insoportablemente repetitivas, monótonas, tediosas, deprimentes, empalagosas. Por otro lado, como lo mismo debe manifestarse de muchas formas diversas, las cosas y las personas disimulan su verdad, su lado interesado y lucrativo, y se vuelven así falsas y engañosas, engañosamente humanas, trascendentes, sublimes, bellas, buenas, beneficiosas, útiles, sanas.

Ya vimos que muchos alimentos no son verdaderos alimentos, sino venenos que se disfrazan de alimentos para poder venderse y producir capital. Este afán lucrativo capitalista es también la verdad que nos ocultan las demás mercancías, desde la ropa, los medicamentos, los hits de la música pop comercial o las películas de Hollywood, hasta los directores de las películas, los cantantes de pop, los vendedores, los abogados, los médicos o los psicólogos. Las personas y las cosas pretenden que existen para nosotros, para nuestros intereses o nuestros deseos, pero en realidad tienden a hacerlo más bien por lo que pagamos por ellas, por su función en el proceso capitalista, por la producción y acumulación de capital. 

Como hemos visto, no hay mucha diferencia entre las cosas y las personas en el capitalismo. Esto es así porque las personas son cosificadas, porque son tan mercancías como las cosas, porque son más objetos que sujetos. En cierto sentido, el único sujeto del capitalismo es el capital, mientras que los sujetos se convierten en objetos del capital, en objetos de su goce, como yo suelo decirlo. Esta objetivación de los sujetos por el capital se refleja en los sujetos objetivados por la psicología y por las demás ciencias burguesas objetivistas.

La única oportunidad que tenemos para subjetivarnos en el capitalismo es la subjetivación del capital, ya sea como capitalistas o como consumidores o como trabajadores explotables, como fuerza de trabajo, como fracción variable del capital. Estas formas de subjetivación del capital, indispensables para su funcionamiento, se realizan a través de medios y aparatos ideológicos tales como la educación familiar o escolar, la cultura de masas, las iglesias o la publicidad. Tenemos aquí algunos de los grandes medios ideológicos de producción de sujetos, unos medios de producción tan importantes como los de objetos, pues además de producirse objetos para los sujetos, el capitalismo debe producir sujetos para los objetos, como lo decía Marx en los Grundrisse. No hay que olvidar, sin embargo, que se trata siempre en última instancia de producir capital.

Es para producirse a sí mismo que el capital se vale de sus medios ideológicos para producir a sujetos agresivos, competitivos, posesivos y acumulativos. Estos sujetos serán los mejores capitalistas y consumistas que necesita el capital. Es por eso que los produce al estimular la avidez insaciable, el consumo de artículos de lujo o incluso los celos en el amor a través de modelos hollywoodenses de identificación. Por ejemplo, hacer que nos identifiquemos con un personaje celoso es ya irnos convirtiendo en los sujetos posesivos, agresivos y competitivos que necesita el capital. De igual modo, ya comenzamos a ser potencialmente los mejores consumistas o capitalistas al identificarnos con el aspecto acumulativo del personaje que acumula riquezas, vestidos, viajes, armas, automóviles o parejas. Huelga decir que esta producción de subjetividad se realiza también de modos mucho más sutiles y soterrados.

2. ¿Cómo valoras la supuesta “neutralidad” política de las ciencias sociales erigida como sinónimo de rigor en muchos contextos académicos?

Podemos conservar cierta neutralidad ante fenómenos químicos, físicos o biológicos, pero no ante situaciones sociales en las que está implicada la humanidad. No podemos ser neutros ante esta humanidad porque somos ella y nos concierne todo lo que la concierne. Como decía el personaje Cremes de Terencio, soy humano y nada humano me es ajeno.

Debemos pretender que lo propio nos es ajeno para poder juzgarlo de un modo aparentemente distante, frío, neutro. Detrás de la apariencia de neutralidad, lo que hay en realidad es una secreta conformidad con la realidad y con aquello que la domina. Estamos aquí de algún modo a favor de aquello que no rechazamos: tan sólo podemos rechazarlo o aceptarlo, y ser neutros es una manera discreta de aceptarlo.

Ser neutros es aceptar la dominación que le impone su orientación a la realidad. Esta orientación es como una corriente de agua. Cuando no nadamos a contracorriente, cuando permanecemos neutros ante la corriente, simplemente nos dejamos arrastrar por ella y así estamos de acuerdo con ella y la fortalecemos al engrosar su torrente.

La corriente dominante está ella misma compuesta de los neutros, de los imparciales, de los indiferentes. Como decía Gramsci en 1917, la indiferencia es el peso muerto de la historia que opera pasivamente, pero potentemente. Este peso muerto de la indiferencia es el que se manifiesta en la supuesta neutralidad imperante en las ciencias sociales.

El científico neutro, como diría también Gramsci, es el indiferente que abdica de su voluntad. Esta abdicación de la voluntad es siempre en favor del poder. Estamos cediendo al poder cuando no le oponemos nuestra voluntad, cuando no tomamos posición contra él, cuando permanecemos neutros ante la realidad que nos impone.

La neutralidad tiene su expresión más obscena en el positivismo aún imperante bajo diversas máscaras en las ciencias humanas y sociales. El principio supremo del positivista es atenerse a la realidad positiva y encontrar en ella la única verdad. Al asumir que la verdad radica en la realidad, el positivista no puede contradecir la realidad en el nombre de una verdad. No puede, por ejemplo, denunciar la constitución ideológica de lo que nos rodea. Tampoco puede impugnar una sociedad tan injusta como la capitalista en el nombre de la justicia como verdad política.

El positivista es neutro al describir la sociedad injusta, pero al hacer esto, contribuye a normalizarla, a banalizarla, a volverla cada vez más evidente, cada vez menos problemática. Es así como el positivista puede ayudar a reproducir la realidad en su positividad al privarse de la negatividad, de la contradicción con respecto a la realidad, que está en el centro de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Al atenerse a lo que es y al no pensar en lo que no es y podría ser, el positivista perpetúa lo que es, por más terrible que sea, e impide que se transforme y advenga lo que todavía no es, por más liberador que sea. Esto último lo comprendió muy bien Ignacio Martín-Baró y por eso le reprochó a la psicología positivista que se concentrara en lo que somos los latinoamericanos y en olvidar lo más importante, lo que podemos llegar a ser, lo que no se nos ha dejado ser. Todo esto, lo más importante, es lo que se olvida por el afán de neutralidad.

Martín-Baró también observó con agudeza que el científico neutro no es el más riguroso y objetivo. La rigurosidad y la objetividad le exigirían aceptar que no puede ser neutro, que ya está situado y posicionado en la realidad, que no puede salir de ella para juzgarla de manera neutra, imparcial, a distancia. El científico no puede ser neutro, pero sí puede ser objetivo y riguroso al esforzarse en describir objetiva y rigurosamente su falta de neutralidad, su punto de vista, su posición de clase y de género, su color de piel, su orientación política, sus privilegios, sus intereses y sus aspiraciones.

3. Has escrito sobre autores como Frantz Fanon. ¿Qué ideas pudieras compartirnos sobre la vigencia de su pensamiento y las formas de la colonialidad del saber?

Fanon es y seguirá siendo vigente mientras persistan formas de colonialidad como las que aún moldean nuestro mundo. Es por estas formas de colonialidad que los supuestos países emergentes, como Brasil o Chile o México, nunca terminan de emerger. Por el contrario, los países pobres continúan empobreciéndose proporcionalmente al crear la riqueza de los países ricos. Los países desarrollados, Europa, Estados Unidos y los demás, no dejan de subdesarrollar a los países africanos o latinoamericanos, como reza el famoso título de Walter Rodney. Y como en Fanon, la inferiorización de los negros y los indígenas del mundo no deja de ser un medio para que los blancos racistas sigan superiorizándose, presentándose como superiores a los no blancos.

Las economías de los países periféricos siguen siendo tan dependientes como en los tiempos de las teorías de la dependencia. También como en esos tiempos, el intervencionismo y el imperialismo siguen siendo la regla y no la excepción. Los bastiones cubano y palestino siguen acechados y resistiendo. Los proyectos de liberación nacional han fracasado en todo el mundo, como la lo presentía Fanon con amargura al condenar el neocolonialismo latinoamericano y su replicación africana.

Los europeos y estadounidenses continúan condenándonos al trabajo manual, obligándonos a producir a bajo costo sus minerales y frutos y productos manufacturados, mientras ellos acaparan el trabajo intelectual, exportándonos e imponiéndonos sus productos culturales y científicos. Allá se diseña, se crea, se piensa y se decide, mientras que en la mayor parte de África y Latinoamérica sólo se trabaja con los brazos, se reproduce y se maquila. Ahora en la pandemia, todo el Tercer Mundo ha enriquecido la industria farmacéutica del Primer Mundo al vacunarse con sus vacunas, pues tan sólo Cuba ha sido capaz de tener su propia vacuna. Lo más que hemos podido hacer en México es fabricar las vacunas inventadas en otros países. Esto es muy significativo y se observa lo mismo en las fábricas que en las universidades: incluso cuando trabajamos con la cabeza nos condenamos a realizar un trabajo manual, tan sólo aplicando las teorías y los conceptos creados en los centros europeos y estadounidenses.

Con la excepción de Cuba y de uno que otro bastión de resistencia, no nos permitimos pensar en el Tercer Mundo o en lo que ahora se llama Sur Global. Europa no deja de ser la cabeza y nosotros el cuerpo. Nuestras burguesías y sus intelectuales creen tener mentes poderosas, pero esto forma parte de su estupidez. En realidad, continúan siendo tan estúpidas, mediocres, inútiles, perezosas, gozosas, ridículas y racistas como lo eran en tiempos de Fanon. Como en esos tiempos, nuestras élites no dejan de ser simples administradoras de los negocios de los países ricos.

4. ¿Cómo definirías la condición política del sujeto muchas veces ignorada por las psicologías? ¿Cuál es el nexo entre el sujeto y la política?

Aristóteles ya definía al ser humano como un animal político. Esta definición me parece aún admisible. Hoy, como hace 2300 años, es en la política en la que radica nuestra humanidad.

El ser humano se ha definido en diferentes momentos como un ser distintivamente racional, creyente, reflexivo, civilizado, hablante, autodeterminado, libre, histórico, trabajador, productivo, prematuro, patológico y un largo etcétera. Cada una de estas definiciones tiene ciertamente un valor de conocimiento y nos descubre un aspecto de lo humano, pero cada una de las definiciones también es un condensado ideológico en el que se encubre lo mismo que se descubre. Conocemos lo humano, pero lo desconocemos al conocerlo, conociéndolo distorsionado por el contexto en el que se concibe. Cada época se ha ofrecido un ser humano a su medida, el mejor para ella, el más ajustado a la ideología dominante.

Ahora bien, incluso al depurar lo humano de sus innumerables atributos ideológicos, tenemos dificultades con algunos de ellos que parecen poseer efectivamente cierta universalidad. Tal es el caso de la historia y la producción acentuadas por Marx, el habla puesta de relieve por Freud y Lacan, y lo político. Al igual que el habla, la historia y la producción, el atributo político del sujeto humano aparece como un hueso difícil de roer. Esto es así porque, al igual que lo simbólico y lo histórico y lo productivo, lo político es un atributo negativo, una determinación de la indeterminación.

Definir al sujeto como político es definirlo como un ser que no es esencial o naturalmente algo, sino que habrá de ser lo que resulte de un proyecto político y de una lucha por ese proyecto. Por ejemplo, como hemos visto, el capitalismo neoliberal ha creado una subjetividad contradictoriamente pasiva, adaptativa, objetiva y desubjetivada como objeto del capital, y al mismo tiempo asertiva, agresiva, competitiva, posesiva y acumulativa como subjetivación del capital. Pero esta doble subjetividad es un simple reflejo de las clases en la sociedad capitalista: es un engendro político del capital, no existía antes del capitalismo y puede ser desmontada históricamente. Es a lo que aspiramos nosotras y nosotros los comunistas.

Decir que el sujeto es político equivale a decir que el sujeto será lo que políticamente consiga ser. Digamos que su ser es un asunto de poder y será lo que se decida en luchas históricas, entre ellas la de Cuba contra el capitalismo y contra la forma capitalista de subjetividad. Esta lucha y otras son la esencia política del sujeto.

Digamos que el sujeto es político porque habrá de ser aquello por lo que luche políticamente de manera eficaz y exitosa. Esta lucha nos confirma que el sujeto que se debate contra sí mismo, contra lo que ya es, puede llegar a crearse a sí mismo. Es exactamente lo mismo que nos han mostrado Marx y Freud al concentrarse respectivamente en el aspecto histórico-productivo y hablante del ser humano. El sujeto se crea en su habla, en su producción y en su historia, pero también en sus luchas políticas que atraviesan las esferas hablante, productiva e histórica.

Decir que nuestro ser es político es decir que somos nosotros los que decidimos políticamente lo que somos, lo decidimos incluso cuando les dejamos a otros decidir por nosotros, que es lo que hacemos cuando permitimos que nuestro ser sea definido por los psicólogos, los sociólogos, los filósofos, los antropólogos y otros. La psicología y las ciencias humanas y sociales, en su funcionamiento de ciencias burguesas, vienen a usurpar la autoproducción hablante, histórica y política de los sujetos. Es por ello que tienden irresistiblemente a objetivar a los sujetos, a arrebatarles su palabra que los hace sujetos, a deshistorizarlos y despolitizarlos.

En lugar de permitirle a los sujetos decidir políticamente lo que son, el psicólogo les ayuda a convencerse de que son individuos centrados en sí mismos, encerrados en su interior, y con atributos que pueden ir de la pasividad o adaptabilidad a la asertividad, la agresividad, la competitividad y la posesividad. Convenciendo a los sujetos de que son esto, los psicólogos no están procediendo sino como dispositivos subjetivantes del capitalismo neoliberal. Es el capital el que está operando a través de ellos para asegurarse de operar también a través de los sujetos a los que tratan, ya sea como capitalistas o como capital variable, como trabajadores. Se trata siempre de la subsunción real de la subjetividad en el capital: de la producción de la subjetividad requerida por el capitalismo.

5. Como el capitalismo produce subjetividades, también lo hacen las luchas de emancipación. ¿Cómo enfocarías la cuestión de la revolución social y la subjetividad?

Conocemos el mantra individualista neoliberal de que el cambio comienza por uno mismo. La idea subyacente es que uno debe primero cambiarse a sí mismo para luego poder cambiar el mundo. En realidad, si no cambiamos el mundo, resulta prácticamente imposible realizar un cambio trascendente en uno mismo. ¿Cómo revolucionarse de verdad cuando uno debe cotidianamente venderse para sobrevivir, acumular y competir para mantenerse a flote, obedecer para no perder su trabajo, traicionarse para tener su lugar en la sociedad?

Todo en el mundo nos impide cambiar. Para lograr un cambio de nosotros mismos, debemos primero transformar el mundo. El problema es, desde luego, que la transformación del mundo es un proceso arduo y lento, prolongado, quizás incluso transgeneracional.

Si debiéramos esperar la transformación del mundo para cambiarnos a nosotros mismos, probablemente moriríamos antes de poder efectuar un cambio importante y radical. Si podemos cambiar antes de morir, es a menudo porque participamos en movimientos en los que se prefiguran las transformaciones por las que luchamos. Un movimiento antipatriarcal o anticapitalista puede constituir por sí mismo, en el presente, un espacio que se libere de las infames lógicas patriarcales de opresión y explotación de género y de clase.

Como ya lo sabía Rosa Luxemburgo hace más de un siglo, el comunismo existe ya antes de existir, antes de generalizarse en la sociedad, a través de muchos de nuestros colectivos con sus formas radicalmente democráticas, libres e igualitarias de organización y acción.  Estos colectivos ya son como las contrasociedades o comunidades utópicas: pequeños mundos que hacen posible un cambio del sujeto. Los comunistas y las feministas, gracias a sus colectivos y organizaciones, consiguen a veces cambiarse radicalmente al dejar de ser los seres egoístas agresivos, asertivos, competitivos, posesivos y acumulativos por los que apuestan el capitalismo y el patriarcado.

El sistema siempre suscita resistencia en su interior. La actual resistencia no es tan sólo anticapitalista y antipatriarcal, sino también anticolonial, antirracista, contra la heteronormatividad y contra el ecocidio generalizado. Estas luchas son como talleres clandestinos en los que estamos produciendo subjetividades nuevas, disidentes, contrastantes con respecto a las producidas en las grandes manufacturas ideológicas del sistema capitalista colonial y heteropatriarcal.

Sobra decir que no dejamos de ser productos de las fábricas del sistema dominante por ser productos de nuestros pequeños talleres clandestinos. La subjetividad, como un automóvil o como cualquier otro producto complejo de nuestra civilización, es producida en muchas fábricas diferentes. Así como un coche Nissan fabricado en México tiene piezas mexicanas, estadounidenses, chinas, japonesas, guatemaltecas y otras, de igual modo cualquier subjetividad combina elementos y aspectos patriarcales y antipatriarcales, capitalistas y anticapitalistas, coloniales y anticoloniales.

Cada uno de nosotros es un campo de batalla. La lucha de clases tiene lugar a cada momento, en cada uno de nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos. Nuestra subjetividad está internamente desgarrada. Este desgarramiento puede hacer fracasar cualquier lucha política, pero también socava internamente al sistema.

Psicología y psicoanálisis

David Pavón-Cuéllar

Charla ofrecida el viernes 24 de septiembre de 2021 en un Colectivo de Lectura de Freud organizado por Gustavo Nava Olvera en la Ciudad de México

La psicología y el psicoanálisis han sido cosas distintas desde sus orígenes. Mientras que el psicoanálisis proviene de la práctica del médico vienés Sigmund Freud y de la teorización de esta práctica, la psicología emana de fuentes muy diversas, entre ellas las viejas especulaciones filosóficas sobre el alma, un paradigma de ciencia del espíritu, investigaciones de las ciencias naturales, dispositivos micropolíticos disciplinarios y propuestas científicas de observación y experimentación. Los afluentes de la especialidad psicológica no podían sino desembocar en algo de lo que se distingue fácilmente la doctrina psicoanalítica.

El psicoanálisis no es una forma de psicología. Desde luego que puede psicologizarse, convertirse en una corriente psicológica, dar lugar a una psicología que suele ser además una mala psicología. Sin embargo, cuando todo esto sucede, habría que dejar de hablar de “psicoanálisis”.

No es casual que el psicoanálisis tenga el nombre que tiene y no el de psicología. Debemos tomar en serio los nombres de las cosas. Efectuar lo que nos dice la palabra “psicología” no es lo mismo que realizar lo significado por la palabra “psicoanálisis”: hacer lo indicado etimológicamente por el sufijo logía, estudiar el psiquismo, conocerlo, tratar o discurrir sobre él, no es tan sólo analizarlo, examinarlo al descomponerlo en sus aspectos o sus elementos.

El análisis es un trabajo más tímido, más humilde, menos ambicioso que el estudio psicológico. Este estudio puede incluir un análisis, pero es más que eso. Desde sus orígenes, la psicología siempre ha ido más allá del simple trabajo analítico al pretender ofrecer un conocimiento sintético del psiquismo, un discurso exhaustivo y coherente sobre él, una ciencia psicológica.

La psicología tiene una denominación adecuada para ser lo que es desde hace poco más de un siglo: una ciencia humana especializada en un objeto humano preciso o aparentemente preciso. Así como la sociología se especializa en la sociedad humana, de igual modo la psicología es la ciencia especializada en todo aquello humano englobado por el prefijo “psico”: lo psíquico, lo mental, lo cognitivo, lo intelectual, lo emocional, lo personal, etc. La psicología estudia todo esto de modo científico o pretendidamente científico, es decir, de acuerdo a lo que se entiende por ciencia en diferentes corrientes psicológicas.

Las diversas formas de psicología se instalan cómodamente en un ámbito que ellas mismas han diseñado y que describen orgullosamente como “científico”. Este ámbito le da su legitimidad a casi cualquier propuesta psicológica. Sin embargo, por más abarcador y heterogéneo que sea, no puede acoger lo psicoanalítico sin mutilarlo y desvirtuarlo.

El psicoanálisis no corresponde a la ciencia cultivada por los psicólogos. Al comparar esta ciencia con el psicoanálisis, detectamos varias diferencias epistemológicas, teóricas y metodológicas, entre ellas las doce que resumo a continuación:

I. La psicología es una ciencia humana, mientras que el psicoanálisis no lo es ni pretende serlo. El carácter científico de la herencia freudiana es tan problemático y discutible como su aspecto humano. La humanidad es una categoría específica, demasiado estrecha y llena de sentido, en la que no queda lugar para mucho de aquello de lo que se ocupa el psicoanálisis, que tiene un carácter inhumano, infrahumano o simplemente irreductible a cualquier definición de la humanidad. En cuanto a la ciencia, debe entenderse de una manera inédita para poder aplicarse al aporte freudiano.

II. El método psicoanalítico sabe que no puede aspirar a la famosa objetividad científica al ocuparse del sujeto, mientras que la especialidad psicológica es una ciencia objetiva de lo subjetivo, de algo no-objetivo por definición, algo que no puede abordarse objetivamente sin excluirse o suprimirse. La psicología tiende a excluir o suprimir, entonces, aquello mismo de lo que se ocupa el psicoanálisis. Lo que Freud nos enseña es a reconocer al sujeto desconocido en todo lo conocido por los psicólogos.

III. El psicoanalista puede reconocer al sujeto al escucharlo, mientras que el psicólogo prefiere desconocerlo al objetivarlo, al conocerlo de modo objetivo, al observarlo con objetividad, al mirarlo aun cuando cree escucharlo mientras mira objetivamente la significación de sus palabras. La mirada objetiva es el sentido privilegiado por la psicología. Esto la distingue del psicoanálisis, que opta por la escucha del sujeto.

IV. La escucha psicoanalítica se dirige a las palabras del sujeto, mientras que la mirada psicológica percibe objetivamente cosas internas y externas, cogniciones y conductas, emociones y comportamientos. Desde luego que el psicoanálisis también se interesa en las ideas y los gestos del sujeto, en sus decisiones y sus acciones, en lo que piensa y siente y hace, pero todo esto lo escucha como si se tratara de palabras. El psicoanalista ve aquí expresiones simbólicas de algo más y no sólo cosas aparentemente reales.

V. El psicólogo estudia una realidad objetiva, mientras que el psicoanalista prefiere contribuir a evidenciar y examinar el aspecto imaginario de esa realidad, así como su constitución por una trama simbólica de palabras y su perturbación por lo real que se desliza entre las fibras de la trama. La escucha psicoanalítica de la trama permite descubrir la forma en que se organiza internamente la realidad objetiva desplegada ante la mirada psicológica. La ventaja compensatoria del psicólogo es la de siempre: el imposible conocimiento objetivo del mundo subjetivo.

VI. El objeto paradójico de la psicología es el sujeto, un sujeto necesariamente desubjetivado, neutralizado, convertido en objeto. En cambio, el objeto del psicoanálisis es algo del sujeto, el objeto de su deseo, de sus pulsiones, de sus ideales, de su angustia. El objeto del psicoanálisis es el objeto del sujeto, mientras que el objeto de la psicología es el sujeto visto como objeto, como lo que no es, como la negación de lo que es.

VII. El único sujeto de la psicología es el psicólogo, mientras que el sujeto del psicoanálisis es quien se analiza. El analizante es un sujeto capaz de analizarse a sí mismo, distinguiéndose así del paciente o cliente del psicólogo, que es un objeto analizado, estudiado, comprendido y tratado por el experto en psicología. Si el psicólogo tiene que instruirse en algún modelo psicológico para supuestamente saber lo que le sucede a sus clientes y pacientes, el psicoanalista debe aprender a no saber en lugar de ellos, lo que no le impide acompañarlos en su relación con el saber.

VIII. El saber que importa en el psicoanálisis no es poseído por el psicoanalista y se configura de manera diferente para cada sujeto, mientras que el saber objetivo de la psicología es el mismo para todos y puede ser acaparado por un psicólogo que por ello se presenta como un profesional competente. El saber psicológico es un saber de experto, pero general, pretendidamente válido para todos los sujetos. Por el contrario, el saber del psicoanálisis es irreductiblemente singular, siendo cada vez uno para un solo sujeto, para un analizante, que es el único versado en lo que le ocurre.

IX. El aparato nocional psicoanalítico no es tan sólo para el psicoanalista, sino también para quien se analiza, quien debe saber al menos algo sobre nociones como las del inconsciente y el cumplimiento del deseo en los sueños. La herencia freudiana es de los analizantes más que de los analistas. Por el contrario, los diversos legados teóricos y conceptuales de la psicología son para el gremio de los psicólogos. Los conceptos psicológicos son de los expertos y no suele ser necesario que sean compartidos con sus clientes o pacientes.

X. Los métodos psicológicos son usados por los psicólogos y no por sus clientes o pacientes, a diferencia de la atención flotante, la asociación libre y las demás técnicas psicoanalíticas, las cuales, como sabemos, son usadas por quienes se analizan. El psicoanálisis está en manos de sus analizantes. En cambio, la psicología está en manos de los psicólogos.

XI. La técnica psicológica debe servir para aliviar trastornos, calmar sufrimientos, superar frustraciones, solucionar problemas, resolver conflictos, ajustar lo desajustado, mientras que la práctica psicoanalítica no sirve necesariamente para nada preciso, aunque sus efectos puedan agravar los trastornos, los sufrimientos, las frustraciones, los problemas, los conflictos y los desajustes. El psicoanalista se distingue del psicólogo por no querer ser útil ni para adaptar al sujeto ni para asegurar su felicidad ni para conseguir que todo encaje o funcione bien en su vida. Sin duda la psicología es de utilidad y suele ser una valiosa mercancía que tiene un valor de uso bien definido además de su valor de cambio, mientras que el psicoanálisis es como un lujo inútil del que sólo podemos tasar con precisión el valor de cambio.

XII. Si el psicoanálisis apuesta por lo que se desea, la psicología se dirige a lo que debe quererse, a lo normal, a lo aceptable, a lo adecuado, a lo mejor que a veces termina siendo lo peor. Al menos la meta psicológica es aparentemente clara y consciente, mientras que el objeto de nuestro deseo tiende a ser oscuro, evasivo, inalcanzable, inconsciente. El psicoanálisis nos extravía por los caminos de nuestro deseo, mientras que la psicología nos lleva por el camino más corto hacia lo que el sistema espera de nosotros.  

Lo cierto es que hay propuestas psicológicas alternativas, críticas y subversivas, que proceden exactamente como he dicho que opera el psicoanálisis. Paralelamente, muchos psicoanalistas no son más que malos psicólogos que se disimulan tras un aura de misterio. Lo bueno es que todo esto no importa: lo importante son los analizantes, los sujetos, y no quienes tan a menudo usurpan su lugar, ya sean psicólogos o psicoanalistas.

¿Qué hacer en la psicología para celebrar a los pueblos originarios?

Niñas nahuas, por Fernando Rosales.

Texto publicado en el blog de la Red Iberoamericana de Investigadores en Historia de la Psicología (RIPeHP por sus siglas en portugués), el 9 de agosto de 2021

David Pavón-Cuéllar

El 9 de agosto de 1982, en la ciudad suiza de Ginebra, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) realizó la primera de sus reuniones de trabajo sobre población autóctona. Doce años después, en 1994, la Asamblea General de la misma ONU eligió el 9 de agosto como Día Internacional de los Pueblos Originarios del Mundo. Este día sirve desde entonces para celebrar anualmente a casi 500 millones de indígenas que representan el 5% de la población mundial.

Sobran las razones para la celebración de los pueblos originarios del mundo. Una de ellas, la que aquí nos interesa, es que nos enseñan otra forma de ser humanas y humanos, una forma diferente de aquella devastadora que en sólo medio siglo ha creado continentes de basura sobre los océanos, ha provocado la mayor extinción de especies desde la época de los dinosaurios y ha exterminado a más de la mitad de poblaciones de vegetales silvestres y de animales salvajes. Mientras nosotros destruimos el planeta y ponemos en peligro nuestra propia supervivencia en el futuro, los pueblos originarios nos ofrecen un ejemplo de convivencia más equilibrada y armoniosa con la naturaleza.

Un reciente informe de la ONU, por ejemplo, ha caracterizado a los pueblos originarios latinoamericanos como “los mejores guardianes de los bosques”, demostrando con datos duros cómo impiden la deforestación de sus territorios y así “mitigan el cambio climático”. Los indígenas cobijan a la naturaleza, la defienden contra nosotros, amortiguan los golpes mortales que le asestamos y compensan en parte los daños inmensos que no dejamos de infligirle. Es así como frenan un poco la vertiginosa espiral destructiva que nos está llevando hacia nuestra propia extinción como humanidad.

Los pueblos originarios nos protegen de nosotros mismos. Por esto, por todo lo que les hemos arrebatado y por mucho más, estamos en deuda con ellos. Desde luego que jamás podríamos pagar la enorme deuda que hemos contraído, pero sí deberíamos al menos reflexionar en ella cada 9 de agosto. Esta reflexión anual podría ser una buena forma de celebrar a quienes han sido y siguen siendo tanto nuestras víctimas como nuestros benefactores.

Una celebración reflexiva de los pueblos originarios nos exige, ciertamente no idealizarlos ni denigrarnos, pero sí revalorizarlos y cuestionarnos. Tenemos que hacer un examen de conciencia, un balance de nuestros errores y de los aciertos de los indígenas, preguntándonos qué son ellos y qué somos nosotros para que estemos tan endeudados con ellos y para que necesitemos que nos protejan de nosotros mismos. Esta pregunta no presupone forzosamente que haya diferencias naturales, constitucionales o esenciales entre las razas humanas, pero sí plantea la cuestión de las divergencias y contradicciones existentes entre diversas formas culturales de subjetivación. Estamos aquí en el terreno de la cultura, el de la etnología y la antropología, pero también en el de la subjetividad, que es o debería ser el de la psicología.

Los psicólogos están entre los profesionistas que más pueden aportar en una celebración reflexiva de los pueblos originarios. Este aporte puede ser muy significativo, pero siempre y cuando parta del reconocimiento de que hay otras formas culturales de subjetivación además de aquella noroccidental moderna, indisociable del capitalismo y hoy prevaleciente en el mundo, a la que se refiere la mayor parte de nuestro saber psicológico.  De lo que se trata, en otras palabras, es de aceptar que nuestra psicología es particular y no universal, culturalmente determinada y no independiente de la cultura, lo que no será admisible sino para muy pocos psicólogos y no precisamente los culturales o transculturales, que suelen reducir las diferencias entre culturas a simples variaciones de los mismos temas europeos y estadounidenses.

Los psicólogos mayoritarios, los que siguen pretendiendo poseer un saber universalmente válido sobre la subjetividad, no están en condiciones de entender el profundo sentido psicológico de lo que celebramos cada 9 de agosto: el de la existencia de otras configuraciones culturales de la subjetividad que difieren de aquella individual asertiva, agresiva, destructiva, posesiva, acumulativa y competitiva que se asocia con el sistema capitalista y que está devastando actualmente el planeta. Esta forma devastadora de subjetivación es una entre otras, no es la única posible, no es nuestro destino inescapable, como lo evidencian los pueblos originarios que saben ser sujetos de otro modo que nosotros. Al celebrarlos a ellos, tenemos que celebrar también la esperanzadora evidencia de que el ser humano puede ser otro, que no está condenado a ser eso que somos, eso que lo destruye todo a su paso por el mundo.

Conviene recordar que eso que somos tiene su origen histórico en el ávido y arrogante blanco europeo heredero de varios legados culturales, entre ellos: el grecorromano de esclavismo, conquista imperial, desnaturalización de lo humano y racionalización de lo irracional; el judeocristiano de universalismo, intolerancia, individualización de los sujetos y extracción de sus almas para dominar sus cuerpos; el bárbaro y feudal-medieval de violencia, privilegio y abuso; y el burgués-moderno de represión, privación, apropiación privada, explotación del semejante e insaciable acumulación de riqueza. El engendro subjetivo de estos valiosos legados se apropió del mundo entero y se dedicó a saquearlo y arrasarlo mientras imponía su especial modelo de subjetividad. La humanidad entera debió renunciar a su diversidad y rehacerse a imagen y semejanza del supuesto hombre universal.

La imposición colonial del modelo subjetivo europeo, correlativa de la expansión global del capitalismo, hizo que la blancura biológica se trascendiera en una blanquitud simbólica bien descrita por Bolívar Echeverría y hoy compartida por no-indígenas blancos, amarillos, negros y morenos de todos los rincones del mundo. Cualquiera puede ser ahora el sujeto simbólicamente blanco del que se ocupa la psicología. Es por esto que los psicólogos y las psicólogas pueden hacer carrera y ganarse la vida en todos los rincones de la tierra, o más bien casi todos, pues los hay en los que aún se resiste contra la subjetivación dominante, a veces bajo la influencia de concepciones indígenas de la subjetividad incompatibles con el saber psicológico europeo y estadounidense.

La psicología noroccidental dominante no tiene casi nada relevante que decir, por ejemplo, ante el modo particular en que el sujeto es concebido por los pueblos originarios mesoamericanos que aún viven en México y Centroamérica. Para estos pueblos, como he intentado mostrarlo en un libro publicado recientemente, la subjetividad resulta irreductible al objeto del saber psicológico: no está artificialmente objetivada, ni encerrada en el interior del individuo, ni separada con respecto al cuerpo y al mundo. La concepción indígena mesoamericana de la subjetividad, mucho menos forzada y reduccionista que la psicológica dominante, suele ser la de algo tan mundano y corporal como psíquico o anímico, tan comunitario como individualizado, e inseparablemente unido a los demás seres del universo, ya sean materiales o espirituales, humanos o no-humanos, animales o vegetales o incluso minerales. 

El reconocimiento de la unidad inseparable con el resto de la naturaleza explica en parte el respeto de los pueblos originarios mesoamericanos hacia el entorno natural. Estos pueblos no han olvidado que destruir un ecosistema significa destruirse a sí mismos, destruyendo una parte de su más íntimo núcleo subjetivo, de aquello que los antiguos nahuas denominaban teyolía, que era un alma compartida entre los diversos seres del universo, todos ellos representados como ramas de un mismo árbol. Cada planta o animal del bosque y cada integrante humano de una comunidad constituyen aquí las últimas ramificaciones de un mismo tronco del universo que de algún modo está contenido en el centro del corazón de cada ser.

Huelga decir que no hay manera de pensar el concepto de teyolía con las categorías de la psicología europea-estadounidense que hoy en día estudiamos en Latinoamérica. Estas categorías tan sólo podrían traducir un concepto semejante al cercenarlo, simplificarlo y disolverlo en las banalidades psicológicas de siempre.Nuestra psicología debería transformarse radicalmente, hasta el punto de trascenderse y superarse a sí misma, para ser capaz de concebir algo que no cabe en ella ni en ninguna otra de las estrechas casillas científicas especializadas en las que se ha dividido el saber en la tradición moderna occidental. Hay que entender que la división del saber forma parte del problema, siendo como un aserradero en el que se corta y se tritura el árbol del universo para convertirlo en tablas, trozos, virutas y aserrines que luego pueden ya sea desecharse o bien manipularse, utilizarse, explotarse y venderse.

Después de haber talado y fraccionado el árbol con toda su vida y su extrema complejidad, tan sólo nos quedan sus partes inertes y demasiado simples, entre ellas la psicológica. No hay en la psicología ninguna reminiscencia ni del teyolía ni de todo lo demás que un indígena sabe discernir en el árbol. Tan sólo hay el exiguo saber de los especialistas en psicología y el sujeto que le corresponde: el objetivable y objetivado, el centrado y atrapado en sí mismo, el desvinculado y desnaturalizado, el vaciado interiormente de su comunidad y de la naturaleza.  Es el mismo sujeto asertivo, agresivo, destructivo, posesivo, acumulativo y competitivo al que ya nos referimos. Es el normalizado por y para el capitalismo. Es el sujeto que está devastando el mundo y que se nos ha obligado a ser: el único reconocido por un saber psicológico fundado en la ignorancia de todo lo que está en juego en las sabidurías ancestrales de los pueblos originarios.

Lo mejor que podemos hacer las psicólogas y los psicólogos ante la sabiduría de los indígenas es primeramente celebrarlos por no haber asimilado nuestra ignorancia, por no estar ciegos, por ser capaces de ver el árbol del universo y sus ramas humanas, alcanzando así una concepción de la subjetividad más fiel y menos dañina que la nuestra. Luego, tras la celebración anual del 9 de agosto, deberíamos adoptar dos principios de conducta en relación con los pueblos originarios: por un lado, no llevarles ya nuestra psicología, dejar de obstinarnos en instruirlos y evangelizarlos con ella; por otro lado, esforzarnos en escucharlos atentamente y aprender algo de todo lo que sólo ellos pueden enseñarnos acerca de la subjetividad. Lo que nos enseñen quizás nos permita contribuir a proteger el mundo, como lo hacen ellos, al cultivar a un ser humano diferente del reproducido y promovido por la psicología.

¿Qué es la psicología crítica? Intentando responder en diez minutos

Cabezaestalla

Presentación del libro Psicología crítica: definición, antecedentes, historia y actualidad (Ciudad de México, Itaca y UMSNH, 2019) en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, Ciudad de México, 23 de febrero de 2020

David Pavón-Cuéllar

La psicología crítica es un síntoma de la psicología, una irregularidad perturbadora y reveladora, una señal de alerta, un malestar significativo, un signo de que algo anda mal en el conjunto de la psicología.

Es la psicología que al fin se toma por objeto. Es ni más ni menos que su autoconciencia. Es el momento de su autoexamen, su autodiagnóstico, su autoanálisis.

Es una torsión precipitada para cumplir tardíamente con el requisito crítico inaugural de cualquier ciencia. Es el cumplimiento de tal requisito con más de un siglo de retraso. Es el vano intento por enderezar demasiado tarde algo que ya se desarrolló torcido.

Es un gesto por el que la psicología sale de sí misma para volverse reflexivamente hacia lo que es y hacia aquello en lo que se funda y por lo que existe, aquello en lo que se inserta y a lo que sirve, como lo es el sistema capitalista, heteropatriarcal y colonial. Es así una reflexión sobre las teorías y prácticas psicológicas y sobre aquello de lo que forman parte. Es un retorno crítico de la psicología sobre sí misma y sobre sus complicidades ideológicas y políticas.

Es la psicología contra la psicología. Es lo que hace cuando ya no quiere ser lo que es. Es inconformidad y conflicto de la psicología consigo misma.

Es una estrategia, bien descrita por Ian Parker, para estar con la psicología y contra ella, dentro y fuera de ella, pensando en ella sin olvidar todo lo demás. Es atención, conciencia y memoria que se dirigen al exterior de la esfera psicológica para explicar lo que ocurre en su interior. Es la explicación de la psicología por el patriarcado, por la modernidad, por el capitalismo, por la colonialidad, por el neoliberalismo y por todo lo demás que determina las teorías y prácticas de los psicólogos.

Es como un mirador para ver más allá del estrecho horizonte de la realidad interna y descubrir la realidad externa. Es una ventana sobre el mundo en una psicología sin mundo, carente de mundo, como bien lo observaba Klaus Holzkamp.

Es el único sector de la psicología en el que los psicólogos pueden criticar no solamente las corrientes rivales a las de ellos, sino la psicología en su conjunto, reprochándole, por ejemplo, como Politzer, su carácter abstracto y mitológico, o bien, como Vygotsky, su lado ecléctico, trivial, idealista y pequeñoburgués.

Es un intervalo de reflexión en la precipitada actividad técnica irreflexiva. Es una pausa para que los psicólogos se detengan, para que dejen de hacer lo que hacen de modo automático, para que dejen de pensar únicamente en cómo hacer lo que hacen y que se pregunten al fin qué diablos están haciendo. Es un momento para que los psicólogos se hagan la pregunta incómoda que les hace Canguilhem, para que se pregunten qué es lo que hacen exactamente, por qué lo hacen, para qué lo hacen, para quién lo hacen.

Es como un centro de recuperación para dejar de embriagarse con el cientificismo de la psicología, para no seguir haciendo el ridículo con los rituales psicológicos pretendidamente científicos, para desconfiar de la objetividad estadística y de la materialidad neuropsicológica, para burlarse de la bata blanca y de los experimentos, para admitir que los psicólogos veneran y simulan más la ciencia de lo que la practican, para atreverse a criticar la ideología de la psicología, como lo hicieron Louis Althusser y los althusserianos, entre ellos Thomas Herbert, Didier Deleule, Carlos Sastre, Néstor Braunstein y otros.

Es la mala conciencia de la psicología, su fuero interno en el que no puede ocultarse a sus propios ojos ni sus servicios al poder que le recuerdan Dennis Fox, Tomás Ibáñez y otros anarquistas, ni su connivencia con los dispositivos disciplinarios y específicamente carcelarios que le descubren Michel Foucault, Nikolas Rose y otros foucaultianos, ni su estrecha complicidad con el capitalismo que le revelan marxistas como Ian Parker, Athanasios Marvakis, Fred Newman, Lois Holzman, Carlos Pérez Soto, Michael Arfken, Oswaldo Yamamoto, Fernando Lacerda, Nadir Lara y muchos otros.

Es una zona de libertad y tolerancia para no temer a los policías de la psicología supuestamente científica, para ejercer los derechos de relativizar los conocimientos psicológicos, cuestionar su objetividad y universalidad, e investigar cómo han sido construidos y argumentados para llegar a convertirse en evidencias incontrovertibles, tal como lo han hecho Kenneth Gergen, Jonathan Potter, Michael Billig, Ian Parker y los demás analistas críticos de discurso.

Es una forma de conciencia política e histórica en un ámbito en el que reinan la despolitización y la deshistorización.

Es un refugio para la política en el campo aparentemente más apolítico de las ciencias humanas y sociales. Es una trinchera para los psicólogos políticamente comprometidos, para los radicales, para los anticapitalistas, para los gay afirmativos, para los anticoloniales, para los antirracistas, para las representantes del feminismo, para les proponentes de una psicología LGBT o queer o performativa.

Es indisciplina en la disciplina psicológica, disidencia en su consenso, excepción a su regla, subversión de su dominación en el campo científico, académico y profesional.

Es como un barco para ir a contracorriente en un mar de indiferencia en el que todo sigue la corriente, la inercia de las cosas, el sentido común, el pensamiento único, el orden establecido, las imposiciones del capitalismo siempre colonial y patriarcal, ahora neoliberal y neofascista.

Es una tribuna para nuestras compañeras feministas, para que Sue Wilkinson denuncie cómo la psicología confunde lo masculino con lo normal y universal, para que Celia Kitzinger y Rachel Perkins nos muestren cómo los psicólogos patologizan la feminidad, para que Erica Burman nos demuestre la profunda incompatibilidad entre el feminismo y una psicología en la que se devalúa todo lo asociado con las mujeres.

Es un bastión de la periferia para exponentes de la psicología indígena como Narcisa Paredes-Canilao en Filipinas, para defensores de la psicología africana como Nhlanhla Mkhize en Sudáfrica, para psicólogos anticoloniales como el somalí Abdilahi Bulhan y el chileno Germán Rozas, para psicólogos de la liberación que siguen a Ignacio Martín-Baró en Latinoamérica y para todos los demás que resisten contra el imperialismo de la psicología europea-estadounidense, contra su eurocentrismo, contra sus generalizaciones, contra la colonialidad implicada en estas generalizaciones, contra el desconocimiento de otras formas de subjetividad diferentes de la blanca judeocristiana.

Es un lugar para dejar de objetivar al sujeto que por definición no puede objetivarse, para dejar de incurrir así en la objetivación psicológica denunciada por Kant, para estudiar al fin la subjetividad como lo que es, como subjetividad, tal como supo hacerlo Fernando González Rey de manera inigualable.

Es un cambio de perspectiva para que los psicólogos de la liberación atiendan por fin a los de abajo y no sólo a los de arriba, para que Holzkamp y sus seguidores consideren el punto de vista del sujeto, para que los freudianos escuchen a este sujeto, para que Maritza Montero, Irma Serrano García, Fátima Quintal de Freitas y otras psicólogas sociales comunitarias latinoamericanas escuchen también a las comunidades, las tomen en serio, hagan lo que ellas quieren en lugar de hacer lo que la psicología quiere hacer con ellas.

Es una resolución de tomar partido por los pobres, por nuestros pueblos, por las mayorías populares, como en Ignacio Martín-Baró y quienes han seguido sus pasos, entre ellos Mauricio Gaborit, Alejandro Moreno Olmedo, Jorge Mario Flores Osorio, Ignacio Dobles Oropeza, Bernardo Jiménez Domínguez, Germán Rozas, Mark Burton, Edgar Barrero Cuellar y muchos otros, y muchas otras.

Es también un reposicionamiento de la psicología a favor de las víctimas y de los perseguidos, como en la chilena Elizabeth Lira. Es además una apuesta por la memoria, como en la misma Elizabeth Lira y en su compatriota Isabel Piper.

Es el camino que se hace al andar hacia el horizonte de una psicología que no esté al servicio del poder en turno, que no cumpla con lo que le encarga la clase dominante, que no sancione científicamente la subjetivación capitalista, heteropatriarcal y colonial, que acepte otras formas de subjetividad inadecuadas y disfuncionales para el sistema, disidentes e inconformes, desadaptadas y subversivas.

Es finalmente una advertencia para el exterior de la psicología. Es un aviso para quienes ya se han acostumbrado a los psicólogos, para quienes todavía no han tomado conciencia de todo el mal que puede hacer la psicología, para los que no han visto lo que significa la psicologización de la política. Es para que entiendan que psicologizar la política es despolitizar la sociedad, es pulverizarla en átomos individuales, es hacerla funcionar como la psicología que funciona como el capitalismo, es imponer una lógica capitalista disimulada en la psicología, todo lo cual ha sido muy bien analizado por Ian Parker y Jan De Vos.

La psicología, sus funciones en el capitalismo y su responsabilidad en el fin del mundo

Findelmundo

Conferencia en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, el viernes 6 de diciembre de 2019, en el marco del Seminario Diálogos Interdisciplinarios: educación, cultura y sociedad, coordinado por Blanca Susana Vega Martínez

David Pavón-Cuéllar

Películas de fin del mundo

Un fenómeno intrigante de nuestra época es la proliferación de películas de fin del mundo. ¿Por qué hay tantas desde hace algunos años? ¿Por qué se han convertido por sí solas en un género tan amplio y diverso? ¿Por qué son tan populares y taquilleras? ¿Por qué somos tan aficionados a esas películas en las que nuestro mundo es aniquilado por fenómenos como guerras, pandemias, extinciones masivas, invasiones extraterrestres, catástrofes naturales, meteoritos gigantes o simples efectos de la contaminación generalizada?

Una razón obvia del éxito de las películas de fin del mundo es que pueden servirnos de modo catártico para liberar un poco la ansiedad ante el cataclismo que nos acecha. Una segunda razón importante es que tales películas pueden satisfacer tanto a los adeptos de géneros fantasiosos como a quienes prefieren un arte más realista. El realismo nos exige actualmente pensar en la inminencia de un cataclismo planetario, pero este cataclismo sólo podrá ser tan fabuloso como las demás situaciones que aparecen en cine de ciencia ficción, de aventuras fantásticas y de asuntos fantasmagóricos o diabólicos.

El fin del mundo es ahora mismo un ejemplo elocuente de lo que Lacan entiende por lo real: tan imposible como real, tan inminente como inimaginable, tan inconcebible como innegable. No podemos negar el fin del mundo, pero tampoco somos capaces de concebirlo como lo que habrá de ser. Entonces lo concebimos bajo una forma fantástica. Esta forma es reconfortante precisamente porque resulta fantasiosa, inverosímil, difícil de creer, lo que nos tranquiliza de algún modo al permitirnos disociar la catástrofe de la esfera de la realidad.

Las películas de fin del mundo son alentadoras porque hacen aparecer lo real del fin como irreal, como puramente imaginario, como cualquier otra invención proyectada en la pantalla. Pienso que aquí tenemos una tercera posible razón por la que tales películas pueden ser tan populares. Nos gustan porque nos reconfortan al reducir a ficción lo que realmente nos amenaza.

En lugar de mirar el fin del mundo por la ventana, lo vemos en la pantalla, en una película que sólo dura un par de horas y que a menudo nos ofrece un final feliz. ¡Aterrarse con el séptimo arte siempre es más agradable que horrorizarse con las noticias! ¿Para qué arruinarse la vida pensando en el imparable calentamiento climático y en la masiva extinción de especies cuando podemos pensar en lo mismo de una manera divertida, y sin creernos mucho lo que pensamos, a través de zombis, marcianos y héroes todopoderosos interpretados por nuestras estrellas favoritas de Hollywood?

Las películas de fin del mundo son una forma particular de retorno de lo reprimido. Nos descubren lo que nos ocultan, pero sin dejar de ocultarlo al descubrirlo. No dejan de ocultarlo cuando lo mistifican y falsean, cuando lo vuelven algo tranquilizadoramente inverosímil, cuando nos ayudan a negarlo y a evadirnos de él. Sirven así para pensar sin verdaderamente pensar en el inminente cataclismo en el que no podemos no pensar. No hay manera de ignorar el fin del mundo y entonces optamos por trivializarlo a través de las películas. Estas películas nos permiten considerarlo sin tomarlo en serio. Nos hacen recordarlo al olvidar todo lo que deberíamos recordar.

¿Qué deberíamos recordar? Simplemente el fin del mundo que está ocurriendo a nuestro alrededor a una velocidad vertiginosa. En los últimos 150 años ha desaparecido casi la mitad del suelo fértil de la tierra. Se está perdiendo un equivalente a 30 campos de fútbol de bosque por minuto. Diariamente se extinguen unas 150 especies de plantas y animales en la mayor extinción desde la que acabó con los dinosaurios. Las poblaciones de vertebrados han disminuido en promedio un 60 por ciento desde 1970. Cerca del 90% de los bancos de peces están sobreexplotados o simplemente ya no existen. La isla de basura del Pacífico norte ya mide casi dos millones de kilómetros cuadrados, aproximadamente la superficie de México, y han aparecido islas análogas en el Pacífico Sur y en los océanos Atlántico e Índico. Estas islas causan la muerte de millones de peces y aves. La contaminación atmosférica está produciendo casi 9 millones de muertes humanas por año. Hay actualmente 64 millones de refugiados por causas climáticas y se espera que sean mil millones en veinte años.

Los ríos, lagos y acuíferos son drenados o contaminados, lo que agrava progresivamente la escasez de agua. La concentración de carbono en el aire es la más alta que se tenga registrada, lo que se traduce en un progresivo calentamiento global que provoca toda clase de efectos catastróficos. Los huracanes aumentan progresivamente en frecuencia y en potencia. Los incendios forestales se vuelven cada vez más graves y más recurrentes. Cada vez más gente muere a causa de la sequía, las inundaciones, las olas de calor y la erosión de la tierra. Todo esto es el fin del mundo. Todo esto es lo que no vemos al ver las películas del fin del mundo.

Goce del fin del mundo

Quizás nos esté subestimando. Es verdad que muchos de nosotros somos conscientes de lo que está ocurriendo y no dejamos de ver el noticiero por ver las películas de fin del mundo. También es verdad que estas películas no sólo son divertidas y reconfortantes para quienes las ven, sino que a veces les procuran una experiencia más honda que los hace estremecerse, asustarse, preocuparse, angustiarse, deprimirse y quizás decepcionarse ante situaciones inverosímiles o ante finales felices.

Lo que buscamos en las películas de fin del mundo no es tan sólo tranquilizarnos o evadirnos del fin del mundo, sino verdaderamente ir a su encuentro, experimentarlo del modo más intenso que sea posible, sentirlo al aterrarnos con él. Desde luego que no dejamos entonces de satisfacernos con las películas, pero nuestra satisfacción es más profunda que la de aliviarnos, divertirnos o emocionarnos. Es una satisfacción tan profunda que deja de ser tan sólo agradable y resulta incomprensible, rara, siniestra, inaceptable. Es la inconfesable satisfacción pulsional de ver al fin todo aniquilado. Es un buen ejemplo de aquello a lo que Lacan denomina “goce”.

Pienso que el goce de la devastación es una razón más por la que se explica la popularidad actual de las películas del fin del mundo. Estas películas permiten literalmente gozar del fin del mundo. Lo que debería intrigarnos es que tal fin del mundo, por sí mismo, pueda procurar un goce.

¿Cómo es que puede gozarse de la destrucción de todo lo que nos rodea? ¿Qué diablos hay en esta destrucción para que pueda producir un goce? Mi convicción es que aquello que hace gozar de la destrucción de todo es exactamente lo mismo que hace destruirlo todo. Es lo que necesita subjetivarse, gozar a través del sujeto, para destruirlo todo en el mundo objetivo. Es el principal agente de la destrucción de todo lo que nos rodea. Es el capitalismo que está efectuando en la realidad el fin del mundo que nosotros preferimos ver en la ficción.

Las películas de fin del mundo nos hacen ver a extraterrestres exterminadores ahí en donde tendríamos que ver a ecocidas y genocidas humanos de cuello blanco, a políticos neoliberales, a grandes banqueros, a especuladores de Wall Street o a cuadros y accionistas de empresas contaminantes. El monstruo del capital del que nos habla Marx, el vampiro que sólo vive de nuestra sangre, no aparece como tal en la pantalla, sino que reviste la forma de los zombis que nos persiguen para devorarnos. Estos zombis también son el disfraz hollywoodense para ocultar a los cadáveres andantes, los cuerpos del capital variable, en los que nos transforma el capitalismo.

Los desastres previsibles, provocados a fuego lento por el capital, desaparecen en el cine tras las imprevisibles e inexplicables catástrofes naturales. Una guerra mundial entre potencias imaginarias encubre y mistifica la única guerra planetaria del capitalismo contra la humanidad y contra la naturaleza. De igual modo, una misteriosa pandemia que acaba con la humanidad en la pantalla grande sirve para encubrir todo aquello con lo que el capital amenaza nuestra salud en la realidad, como el reforzamiento de virus y bacterias provocado por los antivirales y antibióticos de la industria farmacéutica o la cada vez más alta incidencia de cánceres inducidos por los pesticidas, los fertilizantes y otras linduras de la agroindustria.

El capitalismo como fin del mundo

El capitalismo tiende a disimularse en las películas del fin del mundo. Es así como vemos en ellas una hecatombe fantaseada para no ver la verdadera hecatombe, que no es ni más ni menos que el capitalismo, el capital que no deja de avanzar y que arrasa todo lo vivo con lo que tropieza. El capitalismo, en efecto, es el fin del mundo.

Lo que está destruyendo todo lo que nos rodea no es tanto la satisfacción de las necesidades humanas primarias. Es más bien la extraña satisfacción pulsional inherente al sistema capitalista, el goce en el sentido estricto lacaniano, el goce como posesividad, como posesión por la posesión, como impulso del capital a capitalizarse, a incrementarse, acumularse y expandirse a costa de todo lo demás. Este goce, que lo devora todo para satisfacerse, es el que se manifiesta en el insaciable afán de lucro y enriquecimiento de los más ricos del planeta. Es también el que subyace al consumismo, a la hiperactividad y al sobreendeudamiento. Es el que se vale de la publicidad y de otros medios para generar nuevas necesidades en los consumidores y así empujar al creciente sobreconsumo con el que se contamina y sobrecalienta el planeta.

Lo más destructivo para el mundo es actualmente el sobreconsumo con su correlativa sobreproducción, y no, como suele pensarse, la sobrepoblación. Es verdad que si estamos destruyendo el mundo, es también porque somos demasiados, pero sobre todo porque unos pocos de nosotros consumen demasiado. Un dato revelador a este respecto es que el 10% más rico de la población mundial es responsable del 50% de las emisiones de carbono, mientras que la mitad más pobre tan sólo genera el 10% de las mismas emisiones.

En otras palabras, si todos consumiéramos como lo hace la mitad más pobre de nosotros, podríamos ser 10 veces más de los que somos para destruir lo mismo que destruimos. Esto es así porque lo más destructor de nosotros no es nuestra vida, sino el funcionamiento del capital que nos hace adoptar un estilo de vida sencillamente insostenible. Todo lo que el capital nos induce a comprar, desde automóviles hasta viajes o equipos electrónicos o alimentos importados, es lo que está destruyendo el planeta. Debemos aceptar, por lo tanto, que la destrucción es por el capitalismo y no por la humanidad.

Hay que entender bien que no son los seres humanos en general quienes están acabando con el mundo. Es lo que se nos quiere hacer pensar para descargar la responsabilidad en la humanidad entera, pero lo cierto es que hay incontables ejemplos de convivencia armoniosa de los seres humanos con la naturaleza. Pensemos, por ejemplo, en los aborígenes australianos o en las tribus amazónicas o en los pueblos mesoamericanos durante la época prehispánica. Los humanos hemos demostrado que sabemos estar en el mundo tan respetuosamente como los demás seres que lo habitan. Lo que el homo sapiens ha destruido en doscientos mil años de existencia no es prácticamente nada cuando lo comparamos con lo que el capitalismo ha destruido en sólo doscientos años.

Ahora mismo dos tercios de las emisiones totales de carbono en el mundo están siendo generadas por un centenar de multinacionales. Estas empresas capitalistas, como las demás, consiguen prosperar a costa de todo lo que nos rodea. No les importa devastar el mundo mientras que obtengan el máximo beneficio económico. Es así como el capital funciona, produciéndose a sí mismo al destruirlo todo, convirtiendo todo lo vivo en más y más dinero muerto, en más y más capital.

Es para producir capital que se consume todo lo que existe. Si los bosques se talan y se transforman en madera y en papel, es para que la industria maderera y papelera genere dividendos, ganancias, capital. Es también por el capital por el que se producen los pesticidas y las demás sustancias que envenenan tierras y aguas, los diversos residuos sólidos que flotan sobre los océanos o los automóviles Volkswagen que pasan por encima de las regulaciones ambientales.

Lo devastador existe porque es además lucrativo. Ha sido por afán de lucro por el que se ha producido cada uno de los trillones de objetos o trozos de objetos de los que se componen los continentes de basura que flotan sobre los océanos. El planeta se llena de basura para que las cuentas de los capitalistas puedan llenarse de más y más dinero.

El interés económico motiva incluso el encubrimiento de la devastación. La supuesta sustentabilidad se ha convertido en un lucrativo negocio para el capital que encuentra siempre la manera de ganar con publicidades ecológicas engañosas, con el rentable discurso demagógico de la responsabilidad social de las empresas, con medidas tan estériles como los créditos de carbono, con subvenciones e incentivos fiscales para corporaciones pretendidamente verdes y con la exportación de los desechos a países pobres carentes de una estricta normativa ambiental.

El capital se capitaliza tanto al destruir nuestro planeta como al pretender cuidarlo. En realidad, más allá de lo que se pretende, el mundo no es para el capital sino una fuente de recursos y un vertedero para los residuos. Es basurero y tesoro, mina y alcantarilla, muladar y botín, materia prima para consumir y terreno baldío para contaminar.

A fuerza de ser contaminado y consumido, el mundo va destruyéndose y cediendo su lugar al sistema capitalista globalizado. Este sistema no está en el mundo, sino en lugar del mundo. Es claro que el mundo tiene que llegar a su fin ahí en donde cede su lugar al capital. Es por esto que tenemos derecho a decir que el capitalismo es el fin del mundo.

La psicología y sus funciones en el capitalismo

Si el capitalismo es el fin del mundo, entonces todo aquello que sirve al capitalismo está contribuyendo también de algún modo al fin del mundo. Tal es el caso de la psicología entendida simultáneamente como especialidad académica y profesional existente desde el siglo XIX, como poderoso dispositivo disciplinario y como forma de representación e interpretación cada vez más popularizada y difundida en la sociedad moderna. Siendo todo esto, la psicología cumple funciones cruciales para el capitalismo y así comparte su responsabilidad en el fin del mundo.

La devastación capitalista generalizada se ve favorecida por la psicología tanto indirectamente, al poner a los sujetos en una posición adecuada y provechosa para el capitalismo devastador, como directamente, constituyendo a sujetos devastadores por sí mismos, por su constitución capitalista, por su confusión o identificación con el capital. En el primer caso, la psicología es responsable del fin del mundo por contribuir a la instrumentalización de quienes participan en el funcionamiento del capitalismo que pone fin al mundo. En el segundo caso, además de tal contribución, la psicología es responsable de engendrar a quienes realizan tal fin del mundo. Veamos cada caso por separado.

La responsabilidad indirecta de la psicología en el fin del mundo se manifiesta en casi todas las tareas que los psicólogos desempeñan, pues casi todas rinden algún servicio al sistema capitalista que está acabando con todo lo que existe. Los especialistas en psicología criminológica, por ejemplo, están ahí para distraernos del crimen perfecto del capitalismo contra la humanidad y contra la naturaleza. Vuelcan toda nuestra atención a sus expresiones criminales individuales, como si estas expresiones fueran el problema, como si la causa última de la criminalidad radicara en los individuos y en sus antecedentes personales o familiares, como si no estuviera en el sistema capitalista, como si este sistema fuera inocente.

Los especialistas en psicopatología son otros que proceden como si el sistema fuera inofensivo, como si no fuera tóxico y malsano, como si no causara una gran parte de los trastornos psicopatológicos. Esto hace que traten los trastornos sin tratar el sistema, sin siquiera importunarlo, para permitirle seguir aniquilándolo todo sin contrariedades tales como las enfermedades mentales. ¡No vaya a ser que haya desquiciados que dejen de trabajar y de consumir todo lo que se requiere para mantener este ritmo vertiginoso de contaminación y sobrecalentamiento del planeta!

Los psicólogos industriales y laborales también le ayudan al capitalismo a seguir devastando el planeta sin contratiempos. Lo hacen al eliminar o atenuar tensiones y contradicciones en su funcionamiento devastador, al resolver peligrosos conflictos laborales, al acondicionar un buen ambiente de explotación o al atenuar la insatisfacción de los trabajadores explotados. El objetivo final suele ser aumentar la producción o las ventas, aunque sea generalmente a costa del planeta, y sostener o intensificar el trabajo, aunque los avances tecnológicos deberían permitirnos reducirlo para preservarnos a nosotros y para preservar todo lo demás.

Los psicólogos laborales son precedidos por los educativos que aseguran la buena formación de los futuros patrones y trabajadores, explotadores y explotados, requeridos por el mismo sistema capitalista para consumar el fin del mundo. Para destruir con rapidez y eficacia todo lo que nos rodea, el sistema utiliza una mano de obra dócil y calificada como la de los directivos, administradores, ingenieros, técnicos y obreros especializados que se forman en unas escuelas que no pueden prescindir ya de los psicólogos educativos. Éstos les ayudan a los maestros a disciplinar a los niños y a los jóvenes, a volverlos así apropiados y útiles para la destrucción generalizada, es decir, obedientes y sumisos, adaptables y explotables, realistas y resignados, insensibles y sin escrúpulos de conciencia.

Los psicólogos infantiles también contribuyen a preparar a la fuerza de trabajo que necesita el capitalismo para seguir destruyéndolo todo. Los niños que intentan resistirse a un destino tan indigno y tan vergonzoso no son felicitados ni recompensados, sino persuadidos o incluso castigados o manipulados para que cedan. En cuanto a los infantes más heridos y dañados por el sistema, generalmente se les considera víctimas de sí mismos o de sus familias, inocentándose así al sistema.

Los psicólogos familiares, al igual que los infantiles, no suelen ver más allá del horizonte de la familia y eximen así al sistema de toda responsabilidad. Es lo mismo que hacen los demás psicólogos clínicos al hacernos olvidar el sistema, descargar su responsabilidad en sus víctimas y convencerlas de ser ellas las responsables de lo que el sistema les ha hecho. Luego los ansiosos, los depresivos y los demás dolientes deben superar por sí mismos su ansiedad, su depresión y sus demás dolencias causadas por el capitalismo que los amenaza, los oprime, los aliena, los aparta a unos de otros y arruina todo lo que hay a su alrededor.

Los problemas creados por el sistema son imputados a los sujetos para que ellos los resuelvan con el auxilio de los psicólogos. Así como se nos pide que no utilicemos ni los popotes ni los envases de unicel ni los demás artículos contaminantes producidos por el capital, así también se nos pide que nos las arreglemos para no sufrir el estrés ni el alcoholismo ni la anorexia ni los demás padecimientos causados por el mismo sistema capitalista. Es el capitalismo el que nos destruye y destruye al mundo, pero somos nosotros, ayudados por la psicología, los que debemos encontrar la manera de sobreponernos a la destrucción, no para evitarla, desde luego, sino para lo contrario: para seguir cumpliendo saludablemente nuestra función en el proceso capitalista destructor. Si nos enfermamos por tener que participar así en la destrucción del mundo y de nosotros mismos, entonces debemos ir al psicólogo para tranquilizarnos, resignarnos, curarnos, transformarnos.

Los psicólogos clínicos deben cumplir con la tarea de cambiarnos a nosotros, a los sujetos, para no cambiar de sistema. Para no poner en peligro el sistema capitalista, nos obligan a olvidar las únicas soluciones eficaces para nuestros problemas, las soluciones colectivas, y sólo buscar falsas soluciones individuales. De lo que se trata es de aislar a los individuos, encerrarlos en su interior e impedirles reunirse en el exterior y ahí organizarse para detener al capital que los está destruyendo al mismo tiempo que destruye todo lo demás.

La psicología y su responsabilidad en el fin del mundo

Los diferentes especialistas de la psicología contribuyen indirectamente a la destrucción, como hemos visto, cuando hacen que los sujetos operen como instrumentos y no como frenos u obstáculos para el capital destructor. Además de esta contribución indirecta, los mismos psicólogos pueden colaborar directamente con el fin capitalista del mundo. Es lo que hacen cuando participan en la fabricación o rehabilitación de sujetos que encarnan al capital y cuyas acciones despliegan los procesos capitalistas destructivos.

Quienes efectúan la destrucción del mundo, aquellos en los que el capital consigue subjetivarse, tan sólo pueden existir en virtud de procesos en los que la psicología participa decisivamente por acción o por omisión. Los psicólogos, en efecto, ayudan a engendrar a los agentes del capital destructor, aquellos que lo producen con su trabajo, lo realizan con su consumo, lo mantienen con sus deudas y lo hacen vivir con sus vidas. Estos ejecutores de la destrucción emergen cada vez que el psicólogo convierte a un sujeto en lo que debe ser en el capitalismo: un buen trabajador, un buen consumidor, un buen deudor, un buen espectador, un buen turista y automovilista, en fin, un ser normal, patológicamente normal, enfermo de normalidad, normópata que está destruyéndolo todo, participando en esta destrucción al manejar su automóvil, al viajar en avión, al ir de compras, al fortalecer a la finanza con sus deudas, al consumir tantos artículos innecesarios y al trabajar incansablemente para que el sistema destructivo siga funcionando.

Lo que está destruyendo al mundo es el sujeto normal del capitalismo. Es, de hecho, su normalidad, su norma, que es la norma por la que se guía el psicólogo al tratar a cada sujeto. Cada uno es ayudado por el tratamiento psicológico a corresponder a la norma destructiva del capitalismo, a cumplir un papel normal en el sistema capitalista destructor, a dar prueba de normalidad al adaptarse como los demás a la destrucción de todo lo que nos rodea. Esto es lo que se hace pasar por salud mental, pero hay que insistir en que se trata de una enfermedad normopática, de una patología de la normalidad, que resulta extremadamente nociva para la naturaleza y para la humanidad.

No es difícil explicarse la extrema nocividad de la normopatía cultivada por la psicología. Si los psicólogos estimulan formas de existencia con tan elevado costo natural y humano, es básicamente porque centran al individuo en sus intereses, deseos y aspiraciones individuales, apartándolo de las necesidades vitales de la naturaleza y la humanidad. Estas necesidades carecen de importancia, ni siquiera son consideradas, en una perspectiva psicológica en la que sólo parece importar la individualidad y a lo sumo la familia y el entorno relacional.

El pequeño espacio individual e interindividual es el único importante para la psicología. Los psicólogos lo acentúan y lo absolutizan a expensas de todo lo demás. La humanidad y la naturaleza terminan perdiéndose de vista. Desaparecen. Es como si no existieran. Pueden sacrificarse y olvidarse.

La devastación del exterior se deja de lado cuando uno adopta la perspectiva psicológica y se concentra en lo que ocurre en el interior de uno mismo, en su mentalidad, en sus ideas, en sus emociones, en su estado anímico. Aquí, dentro de cada uno, el fin del mundo sólo constituye un problema por la preocupación que provoca. Bastará dejar de preocuparse para solucionar el problema. Uno podrá entonces continuar destruyendo el mundo sin preocuparse, destruyéndolo de manera despreocupada y destruyéndolo cada vez más precisamente porque no le preocupa la destrucción, porque solamente le preocupa que algo le preocupe y que así afecte su bienestar psicológico.

La psicología conduce a los sujetos a preocuparse tan sólo por sí mismos y no por lo que los rodea. Los descentra del mundo y los recentra en su individualidad. Los hace pensar tan sólo en sus pequeños problemas y no en los grandes problemas de la naturaleza y de la humanidad. Es así como los convierte en los mejores ecocidas, en los pirómanos del planeta, en los normópatas que están destruyendo el mundo.

El normópata promovido por la psicología, el que mejor corresponde a la norma patológica del capitalismo, es el sujeto positivo, asertivo, productivo, posesivo y competitivo. Su positividad le impide pensar en el cataclismo planetario y en todo lo demás negativo a lo que él mismo contribuye. Su asertividad lo hace anteponer sus intereses a todos los demás, incluidos los de la naturaleza y la humanidad. Su productividad lo pone a trabajar incansablemente para transformar su vida y la de los demás seres en más y más productos inertes. Su posesividad lo convierte en un consumista irredento, en un comprador compulsivo o en un capitalista insaciable, haciéndolo arrasar todo para poseerlo, devorarlo, comprarlo, consumirlo o acumularlo como capital. Su competitividad, por último, lo hace ver competencia en donde hay dependencia mutua entre los diferentes seres humanos y no humanos.

La competitividad, al igual que la posesividad, la productividad, la asertividad y la positividad, son determinaciones del capital sobre los normópatas que lo personifican y que ejecutan cada una de sus operaciones. Los sujetos productivos efectúan la producción del capital mientras que los posesivos cumplen con su realización y acumulación, los asertivos y competitivos con su expansión, y los positivos con su disimulación y justificación ideológica. Diligentemente auxiliados por los psicólogos para cumplir de la mejor manera con tales tareas, los enfermos de normalidad están ahí para desempeñar un papel imprescindible para el fin del mundo.

Es a través de la gente común y corriente, de los normópatas que somos, que el capital está poniendo fin al mundo al explotarlo, contaminarlo y sobrecalentarlo. Es también a través de nosotros que el capital puede gozar del fin del mundo al gozar de la posesión por la posesión, de la producción por la producción y de los demás procesos destructivos automáticos del sistema capitalista. Así como estos procesos necesitan de nuestra vida para efectuarse, así también requieren de nuestra sensibilidad para gozarse. El resultado es el goce del capital que nos atraviesa no sólo al trabajar, sino también al descansar, al fantasear con el fruto de nuestro arduo trabajo, al ver películas de fin del mundo. Estas películas nos ofrecen una imagen espectacular de aquello para lo que trabajamos día con día, incansablemente, acercándonos cada vez más a lo que da sentido a todo lo que hacemos.

Nuestras vidas proletarizadas, reducidas a no ser más que fuerza de trabajo del capital, acaban convenciéndonos de que nuestra verdad, la de nuestra existencia, es la de ser para la muerte. La pulsión de muerte aparece al final como la única. Nuestra vida se nos presenta como un simple rodeo que sólo sirve para mantener vivo al vampiro del capital.